Las joyas de Cozarinsky, un ciclo en la Cinemateca Francesa

La Cinemateca Francesa abrió un ciclo retrospectivo del cine de Cozarinsky, con sus películas documentales y de ficción, las realizadas en Francia y filmadas a su regreso a Argentina.
En la imagen de portada: Edgardo Cozarinsky (izq.), junto al también cineasta Hugo Santiago y el crítico Alberto Fischerman, en 1971, luego de la filmación de «Puntos suspensivos», su primer film.
La obra cinematográfica del escritor, quien en 2018 ganó el premio García Márquez por su último libro de relatos, es celebrada en la cuna del cine. “La guerra de un hombre solo”, sobre la Ocupación alemana y realizado en 1981, es uno de los grandes documentales del siglo XX .

La Cinemateca Francesa abrió un ciclo retrospectivo del cine de Cozarinsky, con sus películas documentales y de ficción, las realizadas en Francia y filmadas a su regreso a Argentina.

La poeta Gabriela Trujillo, una de las curadoras de la Cinemateca, define su obra como “un diálogo constante entre archivos, testimonios y recuerdos personales”. La selección incluye otras joyas de Cozarinsky, como Boulevard des crepuscules (92) y Citizen Langlois (94). El programa tiene el carácter de una restitución al artista que, pasados los 60 años y habiendo escrito también ensayos extraordinarios, dejó atrás el cine para convertirse en narrador a tiempo completo. De hecho, a fines de 2018 ganó el premio García Márquez por En el último trago nos vamos, un libro de relatos.

“Cierto. Al proyectarse La guerra… en la Lugones, en mi primer regreso a Buenos Aires, el público reconoció inmediatamente que el film hablaba también de nuestro país”, dice ahora. Cozarinsky había emigrado en 1974, espantado de la Argentina de Isabelita, López Rega y la Triple A. “Cuando la Cinemateca me propuso esta Retrospectiva, desde luego que lo sentí como un honor, pero también me asaltó el pánico de mirar atrás. Nunca pensé en términos de éxito ni de carrera. Es un concepto ajeno a mi vida, toda zigzagueante. Cada film fue como un disparo en la oscuridad, sin pensar en el siguiente. Ficciones y falsos documentales, ahora entiendo, reflejan mi mirada sobre el mundo y el cine, que es parte de él. Al pensarlos, veo que solo quise arrebatar a los medios de producción la posibilidad de darme un gusto con cada film que hice».

Cozarinsky, local en París. La foto fue tomada en 1982 por Jorge Damonte, hermano de Co 1982

Cozarinsky, local en París. La foto fue tomada en 1982 por Jorge Damonte, hermano de Co 1982.

Entre las películas que se exhibirán en París, vuelvo a La guerra de un solo hombre porque es uno de los grandes documentales del siglo XX (y estoy segura de no estar exagerando). El cineasta montó dos horas de pietaje de noticieros, las famosas proyecciones de Actualités, sobre la vida cotidiana en la París ocupada por las tropas alemanas. Hablamos de ese discurso tan singular de los géneros de persuasión, sin ambivalencias, propaganda que por su origen puede asimilarse a la fake news. Aunque nunca por completo; no todo puede ser enteramente fabricado. El desfile de moda con tejidos de pelo humano comunica una alegría conformista, al acoger una fibra inédita a la industria textil sin explicar su procedencia. Pero el salón está lleno de compradoras.

Y vemos bicicletas con trailers para dos sonrientes pasajeros, resignados filosóficamente al racionamiento de combustible. Allí están todos los que aplaudían a Petain y el gobierno de Vichy, lo cual no niega a los mártires inmolados de la Resistencia pero pone en crisis los discursos oficiales. Es más, pone en conflicto dos tiempos, el del documental y el del espectador, es decir, las conclusiones de la historia y sus usos en el presente. Estos materiales de campaña psicológica –y esta es una de las genialidades de la película- no tienen el menor subrayado, apenas el audio, la serena lectura en off de los diarios del escritor alemán y comandante Ernst Jünger, destacado en París en las fuerzas de Ocupación. Esta ausencia de dramatismo, apenas pautada por la música, nos revela hasta qué punto la realidad está construida y retrata la casi sobrenatural adaptación del hombre, sus rituales invariables, el fluir y la inercia de la vida cotidiana.

El teórico William Wees, en su estudio Recycled images, distingue tres operaciones básicas del cine documental: la compilación, el collage y la apropiación. Conservando la tersura sintáctica de los noticieros, La guerra… narra el fluir supuestamente normal de la vida. No existe aquí el “intrincado mosaico de informativos, entretenimiento y piezas de persuasión” que describe Wees en la actualidad. Los años 40, antes del advenimiento de la TV, eran incomparablemente más homogéneros en términos de imágenes y mensajes, y existía un monopolio informativo solo quebrado por algunos diarios. En el caso de la Ocupación, hablamos de prensa clandestina. Cozarinsky no hace un collage entre imágenes contrastantes; el verdadero collage está en yuxtaponer el audio de ese refinado militar de carrera alemán, que puede espantarse ante lo que la propaganda celebra. La imagen, claro, es sublime. No se distingue en calidad del cine; estaba hecha con película y por los mismos eximios camarógrafos e iluminadores que habían dejado de trabajar en largometrajes debido a la crisis del celuloide durante la Segunda Guerra, pero cuyo abasto para la propaganda era garantizado por el nazismo.

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Si uno le pregunta a Cozarinsky, él lo evoca así: “en 1978, descubrí los diarios de Ernst Jünger en París. Me sacudieron y fascinaron. Fueron tres años hasta que el Instituto Nacional del Audiovisual en Francia, que tenía los derechos de los noticieros, perdió el miedo a coproducir ese film incómodo. Argentina estaba regida por las imágenes for export del Mundial y los turistas de la “plata dulce”. No pude sino asociar todo lo callado de esa imagen frívola de la tragedia argentina con la normalidad de superficie que Jünger comenta y el París ocupado que él disecciona. Y el hecho de que el gran escritor fuera un oficial del ejército alemán le daba un filo insólito a su mirada despiadada”.

La película quedó lista en 1981.La guerra de un solo hombre se estrenó en París en 1981, en el cine Sept Parnassiens, el Forum des Halles y en otras salas. Tuvo una sola crítica negativa, por «apología del colaboracionismo”. Gozó de gran repercusión en Inglaterra y en los Estados Unidos, donde sigue presente en las cátedras de historia y sociología. Pocos años después se editaban por fin en castellano los diarios de Jünger, con el título de Radiaciones.

Fuente: Matilde Sánchez, Clarín.