¿Cómo digo lo que digo?: Gestos y conductas dicen mucho de vos

Por Dionisia Fontán, especial para DiariodeCultura.com.ar

El Lenguaje no Verbal representa el 55% de la comunicación. En efecto, comunicamos todo el tiempo: costumbres, miradas, actitudes, movimientos corporales, tics, expresan bastante más que las palabras. Y, a veces, las desmienten.

Después de una hora de espera ingresó, por fin, en el consultorio. Aprovechando que el profesional se había ausentado brevemente, se dedicó a observar a su alrededor. La sábana de la camilla reclamaba abundante agua y jabón, así que la sola idea de acostarse ahí, semivestida, le producía rechazo. Sobre el escritorio, abundantes migas evidenciaban rastros de facturas comidas a los apurones y el pocillo de café chorreaba por afuera.

Muy desprolijo. Nada hospitalario y, para peor, ese lugar precisaba ser ventilado con urgencia. La situación se tornó insoportable. Como su malestar podía esperar, decidió irse, escapar de allí con cualquier pretexto. ¿Qué iba a comentar, que el consultorio era un asco? Era evidente: la falta de higiene hablaba por sí misma.

No siempre colocarse la mano en el mentón es sinónimo de aburrimiento, ya que hay que ver la expresión que tiene el rostro. Se lo podría traducir como interés.

Tan poderoso es el “lenguaje no verbal”, que explica casi todo sin necesidad de mediar palabra. Nos expresamos con los ojos (¿parpadean? ¿son huidizos?), con la boca (¿labios apretados, ¿mueca de dolor?), con el mentón (¿se cae de enojo?,¿tiembla?), con las manos (¿crispadas?, ¿inquietas?, ¿húmedas?).

Nuestro cuerpo habla, se queja y, a menudo, grita. Nuestro cuerpo comunica si estamos cansados, malhumorados, nerviosos, aburridos, temerosos, alegres… Algunos gestos y posturas son más evidentes; otras, en cambio, más sutiles. La contractura, mal de este tiempo (que no respeta edades), transmite si andamos ansiosos, estresados, inseguros, o si sentimos miedo. La rigidez de ciertas zonas corporales, es una información que nos juega en contra cuando debemos acceder a una entrevista laboral, un casting o presentarnos en público.

Para interactuar, es imprescindible observar las señales que nos mandan. Esta práctica poco ejercitada, al mismo tiempo permite cultivar la prudencia. Darnos cuenta, por ejemplo, si el momento es oportuno para encarar tal o cual tema. Si conviene abrir la boca o mantenerla cerrada.

¿Reconozco si a mi interlocutor/a le interesa el tema o prefiero abrumarlo con detalles que no le atraen para nada? ¿Me pregunto si tiene ganas de escuchar? ¿Presto atención si está ocupada, apurado, desinteresado? No, para nada. Pongo la primera y arranco. “Apenas lo escucho cerrar la puerta del auto, me doy cuenta si mi marido llegó con los cables pelados”, aportó una participante de mi taller sobre este tema. Otra, acotó: “Cuando mi jefe viene torcido, no hace falta hilar fino, su conducta es obvia. Arroja el portafolio y el manojo de llaves; abre y cierra los cajones de su armario. En fin… mete ruido. Recién viene a saludarnos, cuando se le pasa la bronca”.

Una de las conductas que provoca mayor incomunicación es la dificultad de registrar a quien tenemos delante. Vivimos tan ensimismados en nuestros asuntos, tan impacientes por esa pulsión de hablar y hablar, que ignoramos por completo las señales que emite. Pese a que cada persona es, nomás, una usina de datos, con el apuro cotidiano cargado de ansiedad y con la falta de empatía que impide colocarse en el lugar de la otra persona, casi nadie pone empeño para detenerse en su semejante.

Dionisia Fontán

Web: dionisiafontan.com/ Facebook: dionisiafontancomunicacion

Propongo encuentros grupales e individuales (aptos para todo público) a quienes desean mejorar su capacidad de comunicarse de un modo efectivo y no violento.

Comparto recursos para hacer foco en conductas básicas: respeto, mensaje breve y claro, escucha activa, palabra responsable, que facilitan el trato en la vida laboral, social y personal.