¿Cómo digo lo que digo? Tratarnos Bien: asignatura pendiente 

Por Dionisia Fontán, especial para DiariodeCultura.com.ar.

En efecto, cuesta tratarnos bien. Respetarnos. Cuidarnos. Evitar la indiferencia. Abandonar la crítica. Es, nomás, una asignatura pendiente. Para producir un cambio, se necesita atrevernos a dar el primer paso

Cara poco amigable, mandíbula en movimiento (mascando chicle), ni media sonrisa, evidente desgano, la vista clavada en el celular, representan los rasgos básicos para elaborar un identikit de quienes (dato curioso) fueron seleccionados para atender al cliente. Ese desprevenido cliente que accede al lugar con su tarjeta de crédito o efectivo, lo más importante a la hora de realizar cualquier operación comercial. Y a cambio, lo verduguean. Siente que le están haciendo un favor.

Todo el tiempo estamos expuestos a quienes –ya sea a través de un servicio público o detrás del mostrador de cualquier comercio- nos maltratan con total impunidad. Por algo, el personaje de la “empleada pública”, que popularizó Antonio Gasalla, continúa vigente. El asunto es que este mal modo hace rato se instaló, también, en el ámbito privado.

Puesta a observar nuestro comportamiento ciudadano (en el cual me incluyo), creo que hoy existe menos mansedumbre, que la gente se rebela más. “Ante el menor gesto de maltrato, abandono el lugar por más que me pierda la mejor oferta”, comentó una vecina. Ambas coincidimos en la perfumería y su reacción me pareció muy sensata. “En estos tiempos de crisis, deberían aplaudir cuando reciben a una posible clienta”. Por supuesto, acordé con ella. De paso, vale la pena reconocer que, casi siempre, estas conductas se activan de a dos: la persona maleducada y la que consiente.

Están equivocados quienes suponen que cultivar el buen modo, es propio de la diplomacia y de las relaciones públicas. Más bien, una imposición social hipócrita, antes que una práctica humana indispensable para vincularnos. Existe tanta deformación con el concepto de defender el buen trato, que –parece mentira- se lo confunde con debilidad de carácter o blandura.

Aplicando este criterio, un jefe déspota resulta un tipo de carácter y otro, capaz de contemporizar, recibe el mote de flojo. En realidad, el déspota tiene mal carácter, seguramente, porque es alguien inseguro, miedoso, acomplejado. Y se disfraza de tirano para enmascarar sus flaquezas.

Las personas de mentes rígidas son incapaces de revisar sus ideas, de encontrar otros puntos de vista. Se aferran a la terquedad y desestiman la mínima reflexión. “Yo soy así”, suelen jactarse y no se les ocurre pensar que los humanos somos seres en construcción. Por lo tanto: vamos siendo, crecemos, nos transformamos.

Todo lo contrario de las mentes flexibles que se adaptan a los cambios, persuadidos de que nadie tiene derecho de maltratar a su semejante. Respetuosos, sin renegar de sus valores éticos, ejercen la autoridad apelando a la firmeza y buena educación, dúo imbatible con el cual se alcanzan óptimos resultados.

Títulos, diplomas, medallas de honor, no garantizan, sin embargo, conductas y actitudes generosas. Abundan historias de afamados señores y señoras, que aprovechan su estatus para manifestar crueldad y humillar al grupo que lo acompaña y admira, sin consideración ni sensibilidad.

El mundo de la comunicación, los define como analfabetos emocionales.

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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación

Web: dionisiafontan.com / Facebook: dionisiafontancomunicación.

Propongo encuentros grupales e individuales (aptos para todo público) a quienes desean mejorar su capacidad de comunicarse de un modo efectivo y no violento.

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Comparto recursos para hacer foco en conductas básicas: respeto, mensaje breve y claro, escucha activa, palabra responsable, que facilitan la convivencia laboral, familiar y social.