Como lo veo yo

Parsifal en tiempos modernos. Por: Adriana Muscillo.

 

Novedosa, osada, hasta provocadora –para algunos- esta nueva puesta en escena a cargo de Marcelo Lombardero de la ópera de Wagner, con la dirección musical de Alejo Pérez, estrenada a sala repleta en el magnífico Teatro Colón de Buenos Aires, conserva su mística original pero quiere resignificar la concepción de hombre y de mujer que subyace en su argumento.

Con Dirección musical de Alejo Pérez; Dirección de escena de Marcelo Lombardero; escenografía de Diego Siliano; vestuario de Luciana Gutman; iluminación de José Luis Fiorruccio; coreografía de Ignacio González Cano. Con las actuaciones de Christopher Ventris (Parsifal), Stephen Milling (Gurnemanz), Ryan McKinny (Amfortas), Nadja Micahel (Kundry), Héctor Guedes (Klingsor), Hernán Iturralde (Titurel), entre otros y, por supuesto, la Orquesta Estable del Teatro Colón y el Coro Estable y coro de niños del Teatro Colón.

Es difícil expresar a mis lectores el cúmulo de ideas y sensaciones que animan a mis manos al teclear estas líneas.

Empezaré por hacerme eco de las palabras del Director de escena de esta renovada versión de Parsifal, Marcelo Lombardero. Él me dijo, en un intermezzo: “Lo que intento es hablarle a la gente. Al lego, no al melómano.” Y eso quiero (siempre quiero) hacer. Porque la ópera es una disciplina maravillosamente bella y, bien entendida, no debería haber nadie que se resistiera a sus encantos. “No estoy hablando de `bajar el nivel’”, aclaró y lo entiendo. No tiene nada que ver con bajar ningún nivel. Tiene que ver con acercar, con derribar barreras que podrían separarnos –y, muchas veces lo logran- de su adecuada y completa apreciación.

El argumento de esta ópera en tres actos es bien complejo, con una constante en la obra de Richard Wagner como es el marcado sentimiento religioso, la oposición entre lo sagrado y lo profano, la idea de la raza: los orígenes, la pureza de la sangre. Algunos de sus personajes revelan aspectos misóginos. La misma mujer ostenta un prejuicio contra sí misma como en el caso de Kundry, quien solo quiere servir. Por eso Lombardero habla de resignificar la concepción de hombre y de mujer que están implícitas en esta obra: “Contar una historia en la que la mujer se reduce al mutismo y a la servidumbre es hasta peligroso. Mantenemos algunos de los símbolos, pero otros hemos tratado de eliminarlos.”

Volviendo al espíritu original de la obra, hay que decir que ya el propio compositor alemán, que comenzó a escribir este drama sacro en la mañana del Viernes Santo de 1857 y lo estrenó 25 años después, abrevó –sin embargo- en otras vertientes religiosas para la creación de Parsifal. Basado en el poema épico medieval (del siglo XIII) Parzival de Wolfram von Eschenbach, sobre la vida de este caballero de la corte del Rey Arturo y su búsqueda del Santo Grial, concibió la obra, influenciado por las filosofías orientales, particularmente por el budismo. Por citar solo un ejemplo, hay un párrafo del excelente parlamento, lleno de poesía y exaltación, en el que se evidencia claramente la noción de “karma”: la expiación de culpas a través de la reencarnación:

Dice Gurnemanz, refiriéndose a Kundry: “Sí, por desgracia está maldita y ahora vive entre nosotros, para expiar una deuda que tiene desde una vida anterior, y que hasta ahora no le ha sido perdonada… hace el bien y nos sirve con obediencia y así se ayuda a sí misma”.

Con la detallista Dirección orquestal de Alejo Pérez, la música de Wagner –que nació no como ópera sino como un “Festival escénico sacro”- es nuevamente puesta en valor, a través de un continuado (la música eterna) que no deja de sonar a lo largo de las 5 horas que dura toda la escenificación, excluyendo los intervalos, desde luego. El compositor alemán quería, con su arte –que aspiraba a ser la suma de todas las artes- dar una respuesta que la concepción religiosa imperante en aquel momento, al parecer, ya no daba, reforzando el compromiso religioso, la idea de moral con su propia mirada. La mirada wagneriana. Por eso, es muy importante la labor de esta actual entrega con la que, a modo de unos nuevos Wagners, nuestros artistas vuelven a dar respuestas: otras respuestas, acordes a los tiempos modernos. Podríamos decir que aportan, si se quiere, “la mirada lombarderiana y pereziana”: la puesta y la música son indisolubles y se afectan mutuamente. Ambas constituyen una amalgama compacta y sin grietas que, sustentada con unas contundentes interpretaciones vocales, instrumentales y actorales, da como resultado un Parsifal moderno, un producto artístico nuevo, de un valor histórico cuya verdadera dimensión crecerá con el tiempo.

De ahí –también- que el lenguaje sea, necesariamente, diferente. “Yo veo que algunos señores se escandalizan. Sin embargo, nada de lo que puse está fuera de la música”, dice el director de escena en alusión a un episodio que ocurrió en uno de los entreactos, cuando un espectador ubicado en los palcos laterales exclamó, muy contrariado, que (la puesta) “es una vergüenza”.

Los señores se escandalizan, básicamente, porque cuando Wagner habla de sensualidad, Lombardero y la escenografía de Diego Siliano y los actores y cantantes, la expresan abiertamente, ya sea con imágenes proyectadas, como a través de danzas y movimientos sugerentes. Por otra parte, el vestuario a cargo de Luciana Gutman es más que insinuante, con trajes que permiten mostrar las formas de los cuerpos femeninos, cuyas curvas se iluminan y reverberan en la oscuridad.

Sin embargo, lo que he visto –por ejemplo- en el segundo acto, cuando las doncellas flores se le ofrecen a Parsifal, no es más que lo que marca el libreto. Hay muchas formas de contar la misma historia. O, dicho de otro modo, hay tantas historias como formas de contarlas. ¿Y, acaso, no es así como vivimos? ¿Contándonos a nosotros mismos determinadas versiones de nuestra propia historia, armadas con algo tan volátil y escurridizo como son los recuerdos y con algo tan arbitrario y antojadizo como es la propia percepción –siempre teñida por determinaciones inconscientes y, por lo tanto, inmanejables para nuestra voluntad-, para luego creérnoslas y vivir apoyados en ellas?

Otro eje que ha sido interpretado como provocador por algunas personas de entre el público presente en el Colón, es la forma en como fue abordado el tema del belicismo. En el cafecito del primer intermezzo, alcancé a escuchar que “las ametralladoras en escena eran chocantes”. Para Wagner, el símbolo indiscutido es la lanza, ya que sitúa la historia en la Edad Media. Para Lombardero, el símbolo es el arma de fuego al igual que el castillo de Monsalvat es un hotel de tres estrellas en ruinas, que son dos porque una se ha caído, por citar solo uno de los muchos escenarios resignificados. Me pregunto cuál habrá sido la repercusión en el estreno de esta ópera, allá por el año 1882, en el Festival de Bayreuth.

Los libros cuentan que el Festival de Bayreuth estableció un monopolio absoluto sobre las representaciones de Parsifal, que sólo podrían darse fuera de Bayreuth 30 años después de la muerte de su autor, en 1913. No obstante, en 1903 la ópera fue representada en el Metropolitan Opera de Nueva York. El 1 de enero de 1914 tuvieron lugar las primeras representaciones «legales» fuera de Bayreuth: la primera de ellas —que empezó la noche del 31 de diciembre de 1913, adelantándose en una hora y media debido a la diferencia horaria entre Bayreuth y Barcelona— se dio en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona. La ópera forma parte del Canon de Bayreuth. La composición de esta ópera desencadenó la ruptura de su amistad con el filósofo Friedrich Nietzsche por su claro sentido religioso.

Por su carácter místico, Wagner, tras el estreno, pidió que «no se aplaudiera». Al morir en 1883, y siendo su viuda, Cósima, la directora del Festival, vigiló celosamente la recomendación de su marido, de no aplaudir entre actos ni al final de la función, costumbre que fue respetada en Bayreuth hasta 1944, año en que tuvo lugar el último Festival antes del periodo que se conoce como Nuevo Bayreuth y que empezaría en 1951. En el Nuevo Bayreuth la tradición se mantuvo hasta 1964, debido a que el director oficial de la obra fue Hans Knappertsbusch, salvo en 1953, en que fue dirigida por Clemens Krauss y en 1957, en que compartió la obra con André Cluytens.

Por suerte, en nuestro querido Teatro Colón nos hemos dado el gusto de aplaudir a rabiar a nuestros enormes artistas, de pie, como corresponde.

Sobre si es provocadora esta puesta, creo que siempre las miradas laterales lo son. Es más, tienen hasta la obligación de serlo. En todo caso, ¿qué tiene para ofrecernos el arte, además de belleza, si no es provocación? Todas las revoluciones del pensamiento se han apoyado en el arte para llegar a sus máximas expresiones.

Me habría encantado estar en Bayreuth, en 1882 para poder contarles lo que se escuchó en las plateas y en los palcos. No obstante, me enorgullece que aquí y ahora, en el Buenos Aires de finales de 2015, podamos asistir a estos aires nuevos y –también- buenos en la ópera. Y me siento una privilegiada por poder disfrutar del talento y la pericia de estos artistas argentinos que se destacan en el mundo, para luego poder contarlo a mis lectores, a través de estas líneas.

Acerca de Marcelo Lombardero:

Nació el 07/03/1964. Cantante y Director de Escena. Comenzó su carrera como director de escena, en el Centro de Experimentación del Teatro Colón, destacándose especialmente en el repertorio del siglo XX. Trabajó en salas de Francia, España, Alemania, Grecia, República Checa, Polonia, Letonia, EE.UU, México, Colombia, Venezuela, Brasil, Chile, Uruguay, además de otros centros musicales de la Argentina como los teatros Argentino de La Plata, Libertador de Córdoba, Nacional Cervantes, Teatro San Martín, Usina del Arte y para la compañía Buenos Aires Lírica. Entre 2005 y 2007 asumió la dirección artística del Teatro Colón donde también creó y dirigió la Ópera de Cámara. Con Parsifal  regresa a la dirección escénica en nuestro primer coliseo luego de nueve años. Recibió el Premio de la Crítica Argentina (2004), el Premio ACE (1997, 2003 y 2007), el Premio APES (Asociación de Periodistas de Espectáculos) de Chile (2006, 2007 y 2009), el Premio Clarín (2000) y el Premio Teatros del Mundo (2004).

Acerca de Alejo Pérez:

Nació en Buenos Aires. Luego de formarse como pianista y diplomarse en la universidad (dirección orquestal, coral y composición) con medallas de oro, perfeccionó sus estudios de dirección en Alemania con Peter Eötvös, Helmuth Rilling y sir Colin Davis. Luego de formarse como pianista y diplomarse con medallas de oro en la universidad, perfeccionó sus estudios de dirección en Alemania con Peter Eötvös, Helmuth Rilling y Sir Colin Davis.  Colaboró estrechamente con Michael Gielen, Esa-Pekka Salonen, Peter Eötvös y Christoph von Dohnányi. Fue director musical del Teatro Argentino de La Plata (Tristan und Isolde, Don Carlos, La damnation de Faust, Rheingold, Lady Macbeth de Mzensk así como Missa Solemnis, Deutsches Requiem, Alexander Nevsky, Requiem de Verdi, Daphnis et Chloé, 8va. Sinfonía de Mahler) durante 4 temporadas (2009-2012). Dirigió en la Opéra de París (Bastille), Opéra Comique, Châtelet, Opera de Frankfurt (Don Giovanni), Opera Nacional de Lyon, Teatro dell’Opera di Roma, Teatro Nacional de Ginebra, Teatro Real de la Monnaie Bruselas, Opera Nacional de Lituania, Concertgebouw y Muziekgebouw de Amsterdam, Opera Real de Copenhagen. Ha estado al frente de la Orquesta del Gewandhaus de Leipzig, Filarmónica de Radio Francia, Sinfónica Alemana (DSO),  Sinfónica de la SWR Baden Baden-Freiburg, Filarmónica Real de Estocolmo, Akademie de la Filarmónica de Berlín, Orquesta de la Radio Bélgica, National de Lille, Orquestas Filarmónica y Filarmónica de cámara de la Radio de Holanda,Orquesta Sinfónica Brasileira,Sinfónica de Taiwán, Ensemble Intercontemporain, Klangforum Wien, Musik Fabrik, Ensamble Modern, Orquesta Sinfónica de la Radio Alemana (NDR), orquesta de la cual fue director asistente durante dos temporadas. Compuso la opera Tenebræ por encargo del Centro de Experimentación del Teatro Colón y dirigió su estreno en 1999. Dirige también frecuentemente las orquestas Sinfónica Nacional, Filarmónica de Buenos Aires, Camerata Bariloche, Sinfónica Nacional de Chile, Sinfónica del SODRE Montevideo y participa como invitado regular del ciclo de música contemporánea del teatro San Martín (Satyricon de Maderna, Medea de Dusapin, Vigilia de Rihm y Oresteïa de Xenakis, 4ta sinfonía de Charles Ives, Sinfonía de Berio y obra integral de Edgar Varèse) y Buenos Aires Lírica (Iphigénie en Tauride, The Rake’s Progress, Serse, Carmen). Becario del DAAD, Mozarteum Argentino, Fundación Teatro Colón, Bachakademie Stuttgart y Fundación Wagner (Alemania). Director principal de la Orquesta Nacional Juvenil desde su creación por el Bicentenario Argentino (2010). Se presenta como uno de los directores invitados principales del Teatro Real de Madrid a partir de la temporada 2010-2011 (Rienzi, Aimadamar, Don Giovanni, Die Eroberung von Mexico).

Adriana Muscillo es cofundadora (2009) y Directora de Contenidos de Diario de Cultura.