Como lo veo yo

Vera Cirkovic, una Dama de Negro que “hace llorar los ojos y el corazón”. Por: Adriana Muscillo.

Como si se tratara de un episodio de la magnífica comedia romántica de Woody Allen, Medianoche en París, la mezzo soprano -que desde los 18 años se viste de negro- nos invita a un paseo nostálgico por el París de los años ’50 y ’60, al recrear canciones de las memorables Juliette Gréco, Barbara y Edith Piaf, con su espectáculo Las Damas de Negro, en la Fundación Beethoven de Buenos Aires.

La bella cantante lírica nació en Rouen, una ciudad portuaria  francesa a la que llegaron sus padres, refugiados políticos de la ex Yugoslavia, ubicada a 120 Km de París, donde a los 17 años se mudó a vivir sola. Casada con el tenor argentino Darío Volonté, desde 2004, hace doce años que reside a tiempo completo en Buenos Aires, aunque visitaba la Argentina regularmente desde 1998.

Luego de haber descollado en variados escenarios del mundo, dio un giro a su estirpe operística para ponerse en la piel de cantantes francesas populares que han hecho historia, no solo por sus cualidades vocales sino, también, porque a partir de sus vidas accidentadas y hasta tortuosas, han quedado inscriptas en la memoria colectiva del público internacional hasta convertirse en leyenda.

Las Damas de Negro, el espectáculo que presenta Vera Cirkovic desde 2014 en la Fundación Beethoven, es una ventana indiscreta que permite asomarnos a esa trama oscura para desvelar, a través de su virtuosa voz, las ansiedades que han animado a aquellas otras voces célebres del pasado.

Así es como una sala de teatro del barrio de Recoleta, en Buenos Aires, puede convertirse –por ejemplo- en el mítico Saint-Germain des Près.  Solo debe comenzar a sonar el piano sugestivo del Maestro Pedro Giorlandini con los primeros acordes de La javanaise, del inolvidable Serge Gainsbourg, para dar paso a la evocación de quien hiciera una de sus más escuchadas versiones: “la musa de los existencialistas”, la actriz de cabaret devenida cantante por recomendación de Jean Paul Sartre, la recordada Juliette Gréco, quien creía de sí misma que no sabía cantar.

“Nos amábamos durante el tiempo que dura una canción”, dice dulcemente Vera y, a través de ella, Juliette y Serge. Y, entonces, nos adentramos –petit à petit- en el París de los años de oro.

“Todo se cae. La belleza no dura para siempre”, afirma y canta “Si tu t’imagines… que tu talle de guapa va durar para siempre… caminas directo hacia lo que no ves… la arruga veloz, la grasa pesada, el triple mentón…” Mon Dieu!, así de implacable es el poema de Raymond Queneau, al que puso música Joseph Kosma.

Dueña de un dominio diafragmático absoluto, Vera alarga los finales con facilidad, suavemente, con un delicado vibrato y todavía le sobra aire en los pulmones.

“Ya que estamos en París, hay un instrumento que no puede faltar”. Y, con esas palabras y el certero acompañamiento de su acordeonista, Mintcho Garrammone y de su bandoneonista, Juan A. Pérez, les canta a los músicos que tocaban  -y que, acaso, todavía tocan- en las calles o en los puentes de París y que, finalmente, debían vender su Accordéon por una moneda para salvar el día.

Non, Monsieur, je n’ai pas 20 ans. « Mi casa es un sol negro en el centro de mi cabeza… Me acuerdo de las noches, cuando los pájaros hablaban bajo la pluma de Prévert… A los 20 años, bailaba con los muertos.” Durísima letra de Henri Gougaud, con música del marido de Juliette Gréco, el pianista y compositor Gérard Jouannest, que habla de una juventud signada por la tortura y la guerra.

Barbara, la segunda dama de negro, nació en 1930. Tres años después que la primera. Con una vida igualmente azarosa, luego de tiempos difíciles en los cabarets de la ville lumière y de Bruselas, el éxito llamó a su puerta y, al igual que sus colegas, llegó a cantar en el escenario más codiciado, la meca de todo artista que se preciara de tal por aquellos años: el Olympia.

Ella fue quien dijo de Edith Piaf, que “hace llorar los ojos y el corazón”. Y, en este espectáculo, Vera Cirkovic la homenajea haciendo lo mismo con nosotros, su auditorio, con dos de las más profundas, tristes y bellas canciones, a mi gusto personal. Y lo hace con una voz increíble que, sin perder su fuerza y su vitalidad, se vuelve un sollozo, una súplica de amor desesperado. Dis, quand reviendras tu? Di, ¿cuándo regresarás? Retrata a la perfección lo que siente una persona cuando extraña con pasión al ser amado: “Las hojas muertas crujen, los leños arden… de pronto languidezco, sueño, me estremezco, me lanzo, me vuelco…voy, vengo, giro, me doy vuelta, tu imagen me persigue, te hablo bajito y tengo el mal de amor y estoy enferma de ti”. La otra canción, tal como cuenta nuestra mezzo soprano (francesa, yugoslava pero también nuestra) habla de “la más profunda soledad, la que se pega al alma, la que se pega al cuerpo, a nosotros”: “Ella (la soledad) nos hará el invierno en pleno corazón del verano… ella dijo: abre la puerta, te seguí paso a paso, sé que tus amores han muerto y he vuelto. Aquí me tienes”. Barbara sabía bien describir esa sensación tan humana de ausencia que es presencia. La soledad puede ser, en ocasiones, una compañía obstinada; una presencia indeseada y pertinaz.

“Hay que enamorarse en Saint-Germain des Prés”, dice nuestra elegante anfitriona y enseguida, con el sonido sutil del vibráfono que acciona el percusionista Arauco Yepes, comprendemos el alcance de sus palabras. “No hay nada más allá de Saint-Germain des Prés, nada más allá de mañana, nada más allá del mediodía… He aquí la eternidad de Saint-Germain-des-Prés… ». Bella canción de amor como la que sigue, inolvidable balada que ha hecho soñar –por lo menos- a tres generaciones y, cuya evocación, nos trae el rostro, la expresividad, la inconfundible voz de su autor, el magnífico compositor Jacques Brel. Claro, me refiero a La chanson des vieux amants: “Conozco todos tus sortilegios, conoces todos mis maleficios… Pero, mi amor, mi dulce mi tierno mi maravilloso amor, desde el alba hasta el final del día, te amo todavía, tú sabes que te amo…”.

“París bandido, de las manos que se deslizan, no tienes amigos en la Policía”. Así pasamos del París de ensueño al París Canalla, con Pedro, el pianista y arreglador, tocando casi de pie, acompasado. Y despedimos a Juliette Gréco para recibir a la tercera Dama de Negro, la insoslayable Edith Piaf con sus memorables canciones, muchas de las cuales se han convertido en himnos sagrados para siempre.

De fama internacional, la vida tormentosa y desafortunada de Edith Piaf es ampliamente conocida. Y, por supuesto, no podía faltar a la cita. Nuestra intérprete hace honor a su figura con célebres canciones como París, que es un canto a la nostalgia de la emblemática ciudad, con sus “cafés-crêmes, Montparnasse, le Café du Dôme, les faubourgs, le Quartier latin, les Tuileries et la Place Vendôme”; Milord, la famosísima canción que grabó en 1958, cuando ya se había convertido en una especie de ícono parisino, consagrada en el Carnegie Hall de Nueva York, al que regresó con frecuencia y se convirtió en habitué; Hymne à l’amour y Mon Dieu, dos dramáticas canciones que surgen del episodio, acaso, más terrible en la vida de Edith Piaf y que terminó de complicar su dependencia a los medicamentos, convirtiéndola en adicta a la morfina: En 1948, mientras estaba en una gira triunfal por Nueva York, vivió la historia de amor más grande de su vida con un boxeador francés de origen argelino, Marcel Cerdan, quien ganó el campeonato mundial de peso medio el 21 de septiembre de 1948 y murió en un accidente de avión el 28 de octubre de 1949 en el vuelo de París a Nueva York en el que viajaba para ir a su encuentro.  La foule (Que nadie sepa mi sufrir), el vals peruano compuesto por el argentino Ángel Cabral en 1936 y cuya versión en francés cuenta la historia de una mujer aturdida que conoce a un hombre en medio de una multitud para perderlo casi de inmediato. Toi, tu l’entends pas: tú no escuchas la fiesta que hay dentro de mi cabeza, tú no ves todos esos millones de candelas que arden en mi cerebro…”; la extensamente versionada Non, rien de rien, canción que le iba a la Piaf como anillo al dedo y que es representativa de su sello personal y de su estilo. “No me arrepiento de nada, está pagado, barrido, olvidado… prendí fuego a mis recuerdos: mis pesares, mis placeres, ya no los necesito… recomienzo desde cero”.

Y ya en los bises, con el escenario adornado con rosas rojas cuyas espinas la propia Vera Cirkovic se encarga de retirar una por una, nos regala una de las canciones más conocidas: La vie en rose, como no puede ser de otro modo, un cierre a todo glamour.

He dejado para el final las preguntas que los lectores, sin duda, se han hecho desde el comienzo de esta reseña y cuyas respuestas solo podrán conocer los que hayan tenido la perseverancia de llegar a leer hasta aquí:

AM: – ¿Por qué se viste de negro?

VC: – El negro fue un caparazón, un uniforme en el cual me sentí protegida al ser muy tímida. Viene, también, de una parte de mi juventud parisina en la que amaba el Punk, el existencialismo, los diseñadores japoneses como Yogi Yamamoto, ser diferente cuando el negro era considerado un símbolo de duelo. En fin, nostalgia, elegancia, la petite robe noire, el minimalismo. Menos es más. Es un no color que me pega con la piel desde siempre.

AM: – ¿En qué se parece Vera Cirkovic a las tres Damas de Negro homenajeadas?

VC: – Si en algo puedo pensar parecerme a las damas de negro, es mi capacidad de vivir y necesitar situaciones fuertes, la necesidad de amar sin límites, de ser libre de mis sueños y ser alérgica  a los límites. Cantar con pasión. El canto es mi dulce condena.

Se podrá ver Las Damas de Negro los días 7 de noviembre y 6 de diciembre de 2015, en Av. Santa Fe 1452.

Más sobre Vera Cirkovic:

Yugoslava de nacionalidad francesa, se diplomó en el CNSM de París, formándose con Gabriel Bacquier.  Finalista de numerosos concursos internacionales, ganó el Premio Gino Becchi del Concurso Viñas de Barcelona, el Primer Premio del Concurso Ercolani de Nápoles, el Concurso de O’Porto y el Premio del Público en el Concurso de Johannesburgo. Debutó en el Théâtre de Paris con Gabriel Bacquier y luego se presentó en el Théâtre des Arts de Rouen. Durante el año Mozart, la Opera de Niza la contrató para Così fan tutte, La finta giardiniera y Ascanio in Alba, que interpretó nuevamente en la ópera de Zagreb, Festival de Saumur en Auxois y ópera de Rennes.  Participó en numerosas producciones en los escenarios franceses Opéra d´Avignon, National de Bordeaux, National du Rhin, Théâtre des Arts de Rouen y Opéra Comique.  En 1995 debutó en Buenos Aires en el Auditorio de Belgrano con la Orquesta del Teatro Colón, y en Tosca con la Orquesta Nacional de La Habana. Realizó más de 60 conciertos por América latina y cantó en Las Palmas con la Orquesta Sinfónica de Gran Canaria bajo la dirección de F. Chaslin. En Cannes se presentó en un recital con Alain Vanzo y en la ópera de Lima actuó con Luis Alva. También ha trabajado con Robert Altman, Peter Etwöch, Alain Fondary, Siegfried Jerusalem, Luis Lima, A. Lombard, J. Martinotti, Sherill Milnes y  Edda Moser. Se presentó en Bahía Blanca con La voz humana (Cocteau-Poulenc). Actuó en el Teatro Colón en Diálogo de Carmelitas (Poulenc), cantó con la Orquesta Sinfónica Nacional, en el Festival Argerich, en Cavalleria rusticana en el Teatro El Círculo de Rosario, y en diversos teatros del país junto al tenor Darío Volonté. A comienzos de 2006 participó en la Gala del Mar (Mar del Plata) junto al tenor Luis Lima y cantó en Chile y Bogotá los Folk Songs de Berio. Se presentará en la ópera Greek en el Teatro Colón en noviembre del presente año.

Adriana Muscillo es Cofundadora y Directora de Contenidos en Diario de Cultura.