Manon Lescaut, de Puccini: entre el amor y la ambición, en vivo desde el Met de Nueva York. Por: Adriana Muscillo.

 

Con dirección musical de Fabio Luisi y dirección escénica de Rob Howell, la soprano lituana Kristine Opolais, en la piel de la frívola y desventurada Manon, se luce en un contrapunto de alto voltaje, junto al alemán  Jonas Kaufmann, uno de los tenores más versátiles del momento, en el entrañable rol de Renato Des Grieux.

Lo del joven estudiante Renato es amor a primera vista. Ella, hermosa y lejana, llega a Amiens, desde Arras (Pas de Calais), en la Francia del Siglo XVIII, en un carruaje, acompañada por su hermano, el sargento Lescaut (el barítono italiano Massimo Cavaletti). Va a internarse en un convento, obligada por su padre.

Des Grieux la ve y queda inmediatamente enamorado de ella. Le pide que se reúna con él más tarde a lo que ella accede, no sin cierta renuencia. Entonces él canta la bellísima aria “Donna non vidi mai” (Nunca vi una mujer como esta). Kaufmann la canta hermosamente pero uno no puede evitar la evocación del gran Luciano Pavarotti y, también, cuesta separarse del recuerdo de quien, durante años, hiciera propio al personaje Des Grieux. Me refiero, por supuesto, a Plácido Domingo. La letra es de un apasionamiento sublime:

“Tengo ronca el alma de quererte en esta soledad plena que me ahoga; tengo los ojos llenos de luz de imaginarte y tengo los ojos ciegos de no verte; tengo mi cuerpo abandonado al abandono y tengo mi cuerpo tiritando de no poder tocarte; tengo la voz tosca de hablar con tanta gente y tengo la voz preciosa de cantarte; tengo las manos agrietadas de la escarcha y tengo las manos suaves de, en el cielo, acariciarte; tengo soledad, luz, alegría, tristeza, rebeldías, amor, sonrisas y lágrimas… Y también te tengo a ti, preciosa, caminando por las venas con mi sangre.”

La convence de huir juntos a París, sabiendo que el viejo y rico tesorero general del Rey, Geronte di Ravoir (Brindley Sherratt) planea raptarla.

Pero Geronte es amigo del sargento Lescaut, quien conoce demasiado bien el carácter frívolo de su hermana y sabe que muy fácilmente puede abandonar a un estudiante por una vida lujosa.

El segundo acto comienza con Manon convertida en amante de Geronte y extrañando mucho el apasionado tiempo que vivió junto al estudiante Des Grieux en un humilde desván, en París. Entonces canta la triste aria  “In quelle trine morbide” (Tras esas mórbidas cortinas):

“Tras esas mórbidas cortinas de la dorada alcoba hay un silencio helado, mortal. Un silencio, un frío que me hiela. Y yo que me había acostumbrado a una caricia voluptuosa de ardientes labios y apasionados brazos… ¡tengo ahora todo lo contrario! ¡Oh, mi humilde morada, vuelves a aparecérteme alegre, aislada, blanca como un sueño gentil de paz y de amor!

Mientras tanto, Des Grieux no tiene consuelo y arriesga su vida como buscador de fortunas con el único objetivo de poder brindar a Manon los lujos que necesita.

Lescaut descubre que su hermana no es feliz con Geronte y, en un acto de piedad, va a buscar a Des Grieux, quien se reúne con Manon. Intentan huir juntos pero Geronte ha cerrado todas las puertas de la casa y ella es apresada y deportada a Luisiana, en Norteamérica. Des Grieux se desespera por liberarla pero no lo consigue. Es desgarradora esta escena, Des Grieux intenta llevarla consigo, absolutamente desolado ante la idea de separarse de ella para siempre. Entonces, el capitán del barco, conmovido ante semejante dolor, deja pasar a Des Grieux quien abraza a Manon y comparten el mismo destino.

El cuarto acto es de una tristeza absoluta. Es el momento de la decadencia, el final de Manon Lescaut y su caballero enamorado. Están atravesando el desierto de Luisiana, buscando protección en un asentamiento británico. Se han perdido en un área desolada y sin agua. Manon está agotada, cae y no puede seguir adelante. Des Grieux se alarma ante el aspecto de Manon y se separa de ella para ir a buscar agua. Mientras él está lejos, Manon se desespera al encontrarse sola y maldice su belleza por haberle causado tanto sufrimiento: el aria “Sola, perduta, abbandonata” es conmovedora:

“Sola, perdida, abandonada, en un país desolado. ¡Horror! A mi alrededor se oscurece el cielo. ¡Ay de mí… estoy sola!  ¡Desfallezco en el profundo desierto, cruel angustia, ah, sola y abandonada, yo, la desierta mujer!… ¡Ay, mi funesta belleza enciende nuevas iras!… Ahora resurge mi horrible pasado y desfila ante mi vista con gran claridad… ¡Ah! Todo se acabó… ¡No quiero morir, amor, ayúdame!”.

Al volver Des Grieux, que no ha podido encontrar agua, la encuentra moribunda. Ella recuerda los tiempos pasados con su amado en París y le pide a su amante que nunca olvide su amor, cantan a dúo: “Fra le tue braccia, amore”:

Manon: “Entre tus brazos, amor, por última vez… Muero… descienden las tinieblas, sobre mi cae la noche… Te amo tanto y, sin embargo, me muero… Ya me faltan las palabras pero aun puedo decirte que te amo tanto, ¡Oh, amor, mi último encanto, mi inefable embriaguez!  ¡Oh, mi último deseo! ¡Te amo, te amo tanto!”.

Des Grieux: “¡El hielo de la muerte! ¡Dios mío, quebrantas mi última esperanza!

Manon: “Mi dulce amor, lloras, no es momento de lágrimas, sino de besos; ¡el tiempo vuela, bésame!… La llama se apaga… ya no oigo nada…Mi culpa será olvidada pero mi amor, no morirá”.

La ópera termina cuando Manon Lescaut muere y Renato Des Grieux se desploma sobre el cuerpo de su amada, loco de dolor.

Manon es frágil, volátil en los comienzos de esta obra y alcanza la madurez en el último acto, cuando ya es demasiado tarde para lágrimas. Des Grieux, en cambio, es de una sola pieza. Durante toda la ópera, se mantiene incólume. Sabe lo que quiere, del principio al fin. Ella se debate entre el amor y la ambición. Su belleza y su indecisión la condenan. Se da cuenta, tarde, de que el amor es lo único perenne y, por lo tanto, lo único que le aportará felicidad a su vida. Renato es uno de los héroes más queridos de la ópera. Él es consecuente con sus sentimientos, hasta las últimas instancias. Ambos tienen un destino trágico. ¿Se podría leer, como enseñanza, que un castigo para la ambición desmedida es morir de sed en medio del desierto, o que las decisiones -en el amor- hay que tomarlas a tiempo, a riesgo de perecer en el intento?

Esta ópera, basada en la obra de 1731 “L’histoire du chevalier des Grieux et de Manon Lescaut” del Abad Prévost, con música de Giacomo Puccini, que fue estrenada el 1 de febrero de 1893 en el Teatro Regio de Turín ¿nos viene a hablar, acaso, de las pasiones y del precio que hay que pagar por defenderlas? ¿Acaso de la naturaleza de esas decisiones que debemos tomar y que marcan el destino de nuestras vidas radicalmente y para siempre? ¿O acaso, simplemente, de la fatalidad?

 

*Adriana Muscillo es cofundadora (2009) y Directora de Contenidos de Diario de Cultura.