Como lo veo yo

Kóblic: Las venas abiertas de la dictadura. Por: Adriana Muscillo

 

En un claro intertexto que pretende homenajear al célebre escritor uruguayo, Eduardo Galeano, en el primer aniversario de su muerte, se encierra lo que parece definir de un modo sustantivo la marca indeleble que aquél período de nuestra historia político institucional ha dejado en las producciones artísticas contemporáneas argentinas y, particularmente, en el cine.

No son pocos los filmes de factura nacional que abordan esta luctuosa temática, varios de ellos destacándose a nivel internacional como es el caso de La Historia Oficial, ganadora del Óscar en 1986, por nombrar quizás, al más emblemático.

Lo que sí es novedoso en Kóblic -la coproducción argentino española que dirigió Sebastián Borensztein y que escribió, junto a Alejandro Ocón- es, por un lado, el punto de vista desde donde se narra la historia: el de un oficial piloto de la Armada (Ricardo Darín) –con anteojos negros y típico bigotito- que deserta en 1977 en plena faena, durante uno de los tantos tristemente célebres “vuelos de la muerte”. Y, por el otro, la cámara sincera que ya no sugiere sino que muestra abiertamente cómo se arroja al Río de la Plata a los detenidos en clandestinidad.

Imagen esta que va a torturar la conciencia de nuestro protagonista a lo largo del film, luego de negarse a abrir la puerta del avión y huir de la fuerza.

Kóblic, entonces, consigue refugio en un ficticio pueblito perdido de la provincia de Buenos Aires llamado Colonia Elena. Con la excusa de pilotear una avioneta fumigadora, intenta pasar inadvertido por quienes lo rodean. Hasta que se topa con Velarde, el despreciable comisario del pueblo, increíblemente logrado por Oscar Martínez. Con peluquín, dientes manchados, gesto foráneo y una actitud corporal ladina y esquiva, Martínez hace que el espectador se olvide del actor. La piel del rostro curtida y sucia, el labio superior ligeramente elevado de un costado, junto a la ceja correspondiente y un acento provinciano impecable. Hasta la parada fue cuidadosamente estudiada; con las rodillas algo flexionadas a lo cowboy, la espalda ligeramente encorvada y un andar cansino. Se acomoda el peluquín y lanza su mirada torva. Un Maestro de la interpretación. En conferencia de prensa, luego de la presentación del film, contó que Borensztein y Ocón describieron a Velarde como a un ser inescrupuloso y violento, “un asco de persona”, además de presentar dudosos hábitos de higiene.

Y así lo demuestra el personaje en acción. Es malo, muy malo. El peor. Si un perro ladra sin parar, lo ajusticia sin dudarlo. Y es el “dueño” de un pueblo que vive atemorizado a sus órdenes. Durante las escenas que transcurren en Colonia Elena, el clima se corta con cuchillo. Pero pasa poco tiempo hasta que Kóblic se hace notar. Su manera de volar es profesional y, al hablar por teléfono desde la oficina pública, evidencia que es un “milico”, razones suficientes para que Velarde no le pierda pisada y quiera saber más.

Pero en este western porteño más cercano al asado que al spaghetti, que se desarrolla entre el duelo de estos dos villanos: uno, arrepentido y con ciertos códigos y el otro, declarado y avieso, no pueden faltar, por supuesto, el romance, la traición y la venganza: Kóblic entabla relación con Nancy, interpretada por la española Inma Cuesta, que logra borrar asombrosamente su acento andaluz para ponerse en la piel de una muchacha pueblerina del interior bonaerense sojuzgada por un hombre que dice ser su esposo. Nancy parece encontrar en su amante, la esperanza de salir de ese infierno. A partir de este hecho, se suceden una seguidilla de muertes hasta que se enfrentan los dos pesos pesados del film.

La película tiene un final muy impactante, que “cierra” el círculo psicológico del protagonista a la vez que da lugar a especulaciones de todo tipo.

Luego de la comedia dramática Un cuento chino (2011), en la que el ferretero Darín se veía, de alguna manera, atravesado por las consecuencias de la guerra de Malvinas, Sebastián Borensztein se atrevió a abordar otro hecho doloroso que está en el inconciente colectivo de todos los argentinos, como es el de los desaparecidos durante el Proceso de Reorganización Nacional que tuvo lugar entre 1976 y 1983 en nuestro país y, como era de esperarse, ha generado cierta polémica en torno a la pregunta sobre el mensaje que se quiere dar.

En respuesta a esa pregunta, dijo el cineasta: “Kóblic no existe. Es un personaje de ficción, imaginario. Hemos imaginado a un piloto que se encontró en esa disyuntiva y que decidió desertar. No queremos reivindicar a nadie, solo contar una historia posible. Acá no hay héroes ni antihéroes”, enfatizó.

Por: Adriana Muscillo.