Como lo veo yo

El Padre, con Pepe Soriano o cómo ponerse en el lugar del otro. Por: Adriana Muscillo.

 

Bajo la dirección de Daniel Veronese, el especialista en personajes ancianos encarna a este padre que está entrando en la última etapa de su vida, en franco deterioro. El libro del francés Florian Zeller tiene la particularidad de invitar al espectador a ver la vida como la ve el propio protagonista, con confusión y baches temporo-espaciales. Una inevitable manera de “ponerse en el lugar del otro”.

La obra tiene dos estrellas. Por un lado, el guión de Fernando Masllorens y Federico González del Pino sobre la obra del joven novelista y dramaturgo Florian Zeller, ganador de varios premios de teatro en Francia, uno de los talentos literarios de su país, que propone un truco fatal (digo fatal, en tanto, inevitable): la posibilidad de ver, por el espacio en que dura esta pieza teatral, la realidad a través de los ojos de su protagonista. La otra estrella indiscutida y rutilante es, sin duda, el binomio Veronese-Soriano, ambos multipremiados: el prolífico director y nuestro querido estandarte del teatro argentino, el incomparable “ciudadano ilustre” de Buenos Aires, que viene interpretando con maestría personajes ancianos desde sus 39 (tiene 86).

Si digo que la obra se centra en el tema de la decrepitud y la senilidad, del progresivo deterioro mental del protagonista y su consiguiente repercusión en la relación con su entorno y con los otros, no miento pero tampoco digo toda la verdad. Porque, en mi opinión, la obra es mucho más que eso. Plantea, fundamentalmente, una profunda reflexión acerca de cómo vemos la vida y nos muestra de una manera irrefutable, cuántas realidades son técnicamente posibles.

“En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todo es cuestión del color, del cristal con que se mira”, dice el duende Puck en la inolvidable “Sueño de una noche de verano” (valga el intertexto para saludar al otro Padre, al de la dramaturgia inglesa, llamado William Shakespeare, en el año del cuarto centenario de su nacimiento)

El Bardo de Avón nos quiere mostrar, en boca de Puck, que nada es nunca de una sola manera (desde Hermes Trismegisto, pasando por Jean-Paul Sartre, Karl Marx y hasta el mismísimo Sigmund Freud, venimos leyendo sobre esto)

Y ya que hablamos de padres, vale mencionar al rumano Jacob Levy Moreno y a nuestro querido recientemente fallecido Eduardo “Tato” Pavlovsky, en Argentina, que –cada uno en su lugar- fueron los padres del psicodrama, técnica terapéutica que propone la representación escénica de nuestros conflictos con el fin de superarlos. Una forma de hacerlo es mediante el juego de roles, ponernos en el lugar del otro, actuar como el otro, “ver” como el otro, para comprender y ser comprendido. Y esto es, exactamente, lo que logran Zeller y Soriano y todo el equipo de El Padre.

Lo que llamamos “realidad”, entonces, comienza a trastocarse y confundirse. Andrés está en París con su hija casada (O en Londres, ¿con su hija y el novio?) Andrés está en su casa pero no está su cuadro ni su sillón. ¿O está en casa de la hija, que lo cuida? ¿Cómo saberlo? El caso es que el espectador se confunde inevitablemente, junto con Andrés, porque el escenógrafo, Tito Egurza, decidió poner el cuadro y el sillón de Andrés en una escena y sacarlo, en la siguiente. Entonces vos, que estás viendo la obra, le das la razón a Andrés cuando protesta porque “le desaparecieron el cuadro”. Ça y est! ¡Ya está, lo lograron! Estás viendo la vida con Alzhéimer, nada más que hacer… La actriz que interpreta a la hija, no es la misma en el siguiente cuadro: “Usted no es mi hija”, dice Andrés. Vos, desde la butaca, le creés. ¡Es verdad! No es su hija. Una vez más, el autor te engañó. Ya no sabés dónde estás parado, empezás a desconfiar de tu propia percepción. Nada es lo que parece. La hija le dice que es de noche, que hay que acostarse pero Andrés está con su taza de café en la mano porque recién desayunó. ¡Es de locos! Así es la vida de una persona con demencia senil. ¡De locos!

Salís del Multiteatro y sentís cierto alivio porque, la avenida Corrientes sigue siendo la misma y los bares y la gente y tu Buenos Aires querido pero, a la vez, te corre un frío por la espalda al pensar que –seguramente- alguien que conocés o conociste pasó o va a pasar alguna vez por ese trance, sino, vos mismo. Sentís, entonces, el impulso de salir corriendo a abrazar a tus viejos, a los viejos de tu vida, parientes, amigos, conocidos…

Si el teatro (y el arte en general) no logra conmoverte, fracasó. Si, además, de conmoverte, logra alguna modificación en tu manera de concebir la vida y las relaciones que entablás en ella y con los otros, pues, fue aún más lejos. Alcanzó y superó su cometido.

El Padre, dirigida por Daniel Veronese, con la reverenciable actuación del maestro de maestros, Pepe Soriano, el correcto acompañamiento de Carola Reyna y un calificado elenco, es una obra de teatro para salir transformado. Luego de verla, no serás el mismo.

*Por: @Adriana Muscillo. Periodista cultural y psicóloga social. Columnista de cultura y espectáculos en Radio Nacional. Cofundadora y directora de contenidos de Diario de Cultura. Crítica de espectáculos para Redteatral.net