Como lo veo yo

“No quiero tu tolerancia. Quiero ser Un judío común y corriente”. Por: @Adriana Muscillo.

 

Dos perfeccionistas consuetudinarios, trabajadores incansables de la escena como son el director teatral Manuel González Gil y el actor Gerardo Romano dan vida a “Un judío común y corriente”, de Charles Lewinski, con versión en español de Lázaro Droznes y la cautivadora música del compositor, gran artista y director musical Martín Bianchedi, en el Chacarerean theatre de Nicaragua 5565, en Palermo, los sábados a las 21 horas.

El nuevo “Zar” del teatro, con tres obras simultáneas en cartel (“Coach”, “Hoy, el diario de Adán y Eva” y “Un judío común y corriente”) presenta este unipersonal interpretado magistralmente por Gerardo Romano, quien está solo en el escenario, durante 80 minutos ininterrumpidos, con un nivel de entrega física y emocional enorme.

Esta obra refleja el conflicto que debe resolver un judío alemán que vive en Alemania cuando recibe la invitación de un profesor de Ciencias Sociales de una escuela secundaria en Alemania, cuyos alumnos, luego de estudiar el nazismo, quieren conocer a un judío.

Con el guión en la mano, gentileza del equipo de prensa del espectáculo, empezaré diciendo que “Un judío común y corriente”, la frase en sí misma, representa un oxímoron, es decir, una figura retórica que alude a la contradicción. Este es uno de los ejes que plantea esta obra. El ser “común y corriente” es, para nuestro protagonista, una pretensión, una quimera, un imposible o, en todo caso, algo “a conquistar”, algo por lo cual pelear.

Ya el hecho de que lo convoque un profesor de un colegio para que sus alumnos conozcan a un judío habla por sí solo. Como si se tratara de un dinosaurio en un museo de ciencias naturales: “Con ustedes, un judío”. Algo a diseccionar, algo a conocer. “Mandame un judío para que los niños puedan conocer uno. Soy una especie extinta. Me paro ahí y los alumnos me miran, yo sonrío, debo ser amable…”

Nuestro protagonista, Emanuel Goldfarb, es un intelectual, un periodista judío nacido en Alemania que recibe esta invitación y la obra consiste en un texto expositivo acerca de las razones que lo llevan a rechazar esta invitación.

Sobre este parlamento jugosísimo, elegí algunos tópicos para resaltar.

Uno de ellos, es el asunto de la tolerancia. El término tolerancia encierra un prejuicio en sí mismo. “Yo te tolero, cuánto lo tolero, señor, siento por usted una profunda tolerancia”. Supone un lugar de superioridad del que tolera hacia el que es tolerado. “Yo no necesito que me toleren, no necesito de su tolerancia”, esta obra se sitúa en la Alemania pos nazi y habla del dolor que sienten los herederos del nazismo, del sentimiento de culpa que los invade a causa del holocausto y del esfuerzo que hacen por inculcarles a sus hijos la “tolerancia·” hacia los judíos. Hay dos términos que nuestro protagonista desdeña: tolerancia y reconciliación. “No quiero que me sufran. Quiero ser un judío común y corriente”.

Un pasaje interesante de la obra, por lo elocuente y emotivo es cuando Romano, en la piel de nuestro judío Emanuel Goldfarb, explica la diferencia sustancial que existe entre una familia judía y una que no lo es. Y es la forma en como cada una mira sus fotos familiares. “Ustedes dicen, ‘mirá la tía qué gorda estaba, mirá el tío qué joven’. Nosotros, cuando miramos nuestras fotos familiares, decimos ‘Theresienstadt’, ‘ Auschwitz’, ‘Emigrado a Caracas’. ‘Desaparecido’”. No es lo mismo morir en una cama, rodeado de tus seres queridos que asesinado, flaco, desnudo, famélico, luego de haber perdido todo rastro de dignidad. Hay todo un monólogo muy emocionante en el que Goldfarb evoca a sus padres y se reconoce como el futuro, el hijo que les mostró que había un futuro. “Yo era la prueba de que había valido la pena todo el sufrimiento”.

Los dos últimos ejes de análisis que elegí tienen que ver con el final, con el remate de la obra. Uno, es de la nacionalidad: el sentido de pertenencia a una tierra, a un pueblo, a una nación. El lugar de donde es uno, la patria. Él dice “Soy judío pero antes soy alemán. Soy nacido en Alemania, mi tierra es Alemania. Entonces, yo no concibo que me pregunten sobre la política exterior que adopta el Estado de Israel. No quiero que me pregunten eso. Yo no soy Israelí. Soy alemán. Soy un judío alemán”. El otro refiere al término “risches”, del yiddish, que alude a los actos que podrían provocar discriminación. Él habla de su madre, quien le había enseñado desde muy temprana edad que no debía portarse mal porque eso genera risches. Es decir, favorece la discriminación. Si un judío se porta mal es por causa de su judaísmo. Si un católico guarda dinero es ahorrativo. Si lo hace un judío, es porque es un judío avaro. Este término es la clave de la obra y el pie para el remate, brillante, excelente, concluyente. Es un remate que cierra con un moño toda la argumentación de nuestro protagonista.

A resaltar la escenografía de Marcelo Valiente, sobria, austera y que utiliza el cuadro “El grito”, de Edward Munch, el famoso cuadro que ha sido utilizado por muchos psicoanalistas del mundo para representar la angustia del ser humano, “El grito” de Munch está presente durante toda la obra y se ilumina al final, como símbolo del sentimiento imperante en la escena.

Gerardo Romano, maestro de la actuación, con un compromiso físico y emocional, un estado atlético envidiable, bien plantado en escena, pronuncia perfectamente el alemán, pero también el francés y el inglés. Canta y lo hace muy bien, toca el piano, lleva adelante un discurso argumentativo, inteligente, sagaz con una entrega total. Se le nota su profesión de abogado y su experiencia como profesor universitario. Hace una performance impecable de una obra que brinda un fuerte contenido histórico y político sin permitir que la atención del espectador “común y corriente” decaiga ni por un instante. Chapeau para Gil, Romano y equipo!

@Adriana Muscillo es periodista cultural y psicóloga social. Columnista de Cultura y Espectáculos en Radio Nacional y Cofundadora y Directora de Contenidos en Diario de Cultura.