Como lo veo yo

“El otro hermano” o “bajos instintos” o “historia universal de la mugre”. Por: Adriana Muscillo.

El nuevo film de Adrián Caetano, basado en la novela “Bajo este sol tremendo”, del argentino Carlos Busqued, protagonizado por Leonardo Sbaraglia y Daniel Hendler, es más una pieza del más crudo cine “splatter”, que un trhiller policial o criminal.

El Dr. Sigmund Freud diferenció “pasiones nobles” de “pasiones bajas”. Y pensó que se podía llegar a las primeras, por medio de la sublimación de las segundas.

Nada de ese proceso humano se ve en esta película, dirigida por el cineasta uruguayo enraizado en la Argentina, Adrián Caetano, quien –luego de algunos tropiezos fílmicos- se podría decir que resurge de entre sus cenizas con este film de desamoradas criaturas, en el que el salvajismo y la codicia  están a la orden del día.

Cetarti, un empleado público que acaba de ser despedido, viaja desde Buenos Aires a Lapachito, un solitario pueblo en la provincia del Chaco. Debe hacerse cargo de los cadáveres de su madre y su hermano que han sido brutalmente asesinados y con quienes no lo une ningún lazo afectivo. Lo único que moviliza a Cetarti a emprender el viaje es la posibilidad de cobrar un modesto seguro de vida para poder radicarse en Brasil. Allí, conoce a Duarte, una suerte de capo del pueblo y amigo del asesino de su madre, con quien establece una extraña sociedad para gestionar y cobrar ese dinero.

Pero la estadía de Cetarti en Lapachito no será tan sencilla. En ese lugar sin ley, donde nada es lo que parece, Cetarti se verá envuelto en los oscuros negocios de Duarte, hasta llegar a un desenlace tan sorpresivo como inevitable.

¿Quién sabe si el hombre primitivo podía portarse como Duarte?

Duarte es el malo –malísimo- villano sin escrúpulos encarnado por Leonardo Sbaraglia, que le valió con justo mérito, el premio al mejor actor en el Festival de Málaga.

Lo más probable es que matara para subsistir y ya. Duarte, sin embargo, habita un territorio (el íntimo, el personal) donde no hay razones ni ley. ¿Cómo animarse, siquiera, a afirmar que su comportamiento es “primitivo”? Creo que mejor le va la palabra “anomia”. No hay un nombre para definir (acaso entender) al personaje. Es alguien que no es nadie, no es “alguien” en realidad. Su existencia se encuentra degradada al punto de no poder ser definido como un hombre, puesto que se dice –comúnmente- que se es “humano”, cuando se es sensible, empático, solidario. Y, por el contrario, a lo “inhumano” suele vinculárselo con lo “bestial”. En Duarte, no hay ni siquiera algo bestial. Duarte no es malo, es peor. Nada de la vida lo toca. Y, lo todavía más insoportable es que, quizás refleje a más habitantes de este condenado planeta de los que quisiéramos reconocer.

Duarte no es un “alma perdida”, Duarte no tiene alma. Es un tipo cuya única motivación en la vida parece ser la plata, pero no se entiende bien para qué la quiere ya que no parece tener ilusiones de una vida mejor. Es “dinero por nada”, como dirían los Dire Straits. Ni siquiera pelea por el poder. Porque es sucio, es bajo, es rastrero, es perverso, está fuera de todo rango de superación.

Cetarti (Daniel Hendler), en cambio, es un malo indiferente, una suerte de Monsieur Mersault, de Camus pero quizás, menos complejo que aquel “extranjero”. El tipo es la apatía, la indiferencia, el desamor. Pero él sí tiene una motivación. Quiere la plata para irse a Brasil, quizás él sí pueda soñar con una mejor vida. No tiene idea de lo que le espera al llegar a Lapachito. Pobre tipo Cetarti, empleado público despedido que pierde su tiempo en una pieza precaria, que parece no sentir nada. Un desgraciado que ve en el cobro de ese seguro, la posibilidad de salir del pantano, sin importarle la muerte brutal de sus familiares más cercanos.

No corre mejor suerte Danielito (Alian Devetak) un tipo tan sufrido, que debió hacerse una costra gruesa que lo insensibilice de una vez y para siempre. Un tipo cuya única vía de escape es la marihuana. Un joven, muy joven, atrapado para siempre en la marginalidad.

Todos están muy bien en sus roles. Las actuaciones son, verdaderamente, impecables. La destacada labor de Alejandra Fletchner, en el rol de una víctima de todo mal que pasa gran parte del film drogada y abusada, junto a los dignos papeles de Pablo Cedrón, Max Berliner y la española Ángela Molina, completan esta pieza de alto impacto emocional que, sin duda, devolverá a Caetano el lugar que merece.

La nota de color: una vez que te creíste el personaje de Cetarti -gordo, desprolijo, sucio y apático- ver llegar a Daniel Hendler a la conferencia de prensa delgado, limpito y cool, es todo un impacto que da gusto.

Señora, señor: los personajes de El otro hermano no tienen salida. Están en el submundo de los bajos instintos, escribiendo la historia universal de la mugre. Si usted anda flojo/a de motivaciones, si su mente está transitando por los tortuosos  pasillos del desánimo y la desilusión, por favor, no vaya a ver esta película, hágame caso, yo sé lo que le digo, se va a deprimir sin remedio.

Esta pieza del más cruento cine sangriento busca mostrar lo peor de lo peor del alma humana. Sin ley y sin redención. En este film, no hay salvación posible. Si aun así quiere ir a verlo, le recomiendo que luego pase a la otra sala del cine y se anime a ver “La bella y la bestia”, para compensar. En serio, haga balance. Hágalo, por su salud mental.

Por: Adriana Muscillo.