Como lo veo yo

Maracaibo: Tótem y Tabú. Por: Adriana Muscillo.

 

El nuevo film de Miguel Ángel Rocca, sobre guión de Maximiliano González,  aborda la difícil relación entre padres e hijos, apoyándose en los dos tabúes históricos de la sociedad: la sexualidad y la muerte.

Este film es un potente combo 2 en 1. El primero es un pretexto. Un caso policial: un asalto, un disparo, un asesinato, una venganza. En cuanto al segundo, ahí sí, amigos, tenemos una historia. Una historia de mundos íntimos, una historia de esa tercera cosa que se forma entre dos: el vínculo.

Parafraseando al Padre del Psicoanálisis, el cuento que nos cuenta Maracaibo se apoya –nada menos- que en los dos tabúes históricos fundantes de todas las sociedades, desde la horda primitiva hasta nuestros días, como son la sexualidad y la muerte, para desembocar –al fin- en el sagrado Tótem: el nombre del padre, que representa la ley.

Y con ese primer padre, de nombre Sigmund, el que teorizó y nos dejó su legado, llegamos a otros padres. Pero, no nos apuremos, pues.

Tenemos en pantalla a una familia de clase acomodada de la zona norte de la provincia de Buenos Aires, integrada por Gustavo (Jorge Marrale); su esposa, Cristina (Mercedes Morán) y el hijo de ambos, Facundo (Matías Mayer). Todo es predecible y armónico entre ellos. La pareja de médicos ha logrado una solvencia tanto económica como familiar y el hijo -de unos veintipico de años- es un joven profesional de las artes visuales, que está a punto de estrenar su primer corto animado en la Universidad.

Los vemos interactuar, en el seno de la familia, en una hermosa casa vidriada que mira a un perfecto parque. Vemos a la pareja en el auto, camino a la clínica donde trabajan; vemos a Facundo con sus amigos, preparando el proyecto. Todo parece marchar sobre rieles. Hasta que aparece el primer componente desestabilizador: la homosexualidad de Facundo, que se le hace indigerible a Gustavo. Tomando a Freud, el hijo elige a un igual porque todas las mujeres son del Totem; imposible competir con la Ley.

Pero todo sucede muy rápido, casi como la vida misma. El Padre no tiene tiempo de procesar lo que le pasa con ese hijo que no se le parece, con ese hijo que hace dibujitos y los plasma en una pantalla; ese hijo que vive dentro de unos auriculares, al ritmo de una esfera luminosa que gira que no es –precisamente-el planeta Tierra sino quizás su propio planeta-playa, llamado Maracaibo, en el que habita junto a su perro y a su amor.

No tiene tiempo porque a Facundo lo alcanza un disparo fatal. Y entonces, la muerte, el otro tabú, viene a poner un coto definitivo entre ellos dos. Hasta ahí, el relato.

El resto del cuento policial, sigue siendo la excusa para que los personajes transiten por el delgado hilo de los vínculos filiales, procurando –siempre- que no se corte, aun frente a lo irreparable. Entonces, aparecen esos otros padres, el de Gustavo, por ejemplo, al que él buscó agradar en la infancia. El de Ricky (Nicolás Francella), a quien no tiene otro remedio que imitar. Y allí están los hijos, queriendo demostrar estar hechos a imagen y semejanza de sus progenitores (y acá el intertexto vira del psicoanálisis a la religión- tanto así son contiguos). Todos, luchando desesperadamente por obtener esa mirada de aprobación, esa anuencia, ese permiso para –por fin- dejarse ser.

El clima de la obra es angustiante y denso, en especial, a partir de la muerte de Facundo. El relato comienza a girar en torno a lo no dicho y muestra, en definitiva, a padres e hijos en una relación de poder, de dolor y de afecto, desgarrándose entre sentimientos de orgullo, pena, culpabilidad y necesidad de afecto.

Como línea adyacente, se desarrolla el vínculo entre la pareja de médicos que va mostrando sus grietas, justamente a partir del episodio trágico en el que pierden a su único hijo.

En cuanto a las actuaciones, son creíbles. Aun cuando se haya evitado la caracterización extrema, sobre todo en el caso de Ricky, resultan contundentes y verosímiles. Cabe destacar las correctas participaciones de Luis Machin y Alejandro Paker, para completar un elenco digno de mención.

Para finalizar, tres conclusiones:

Una: no estamos hechos a imagen y semejanza de nuestro (Dios) Padre (Todopoderoso). Por lo menos, en el plano terrenal, no estamos obligados a agradar a nuestro padre carnal (Para no meternos en discusiones teológicas).

Dos: Somos vulnerables, nuestra paz es tan frágil como un cristal y mantenerla, depende de una delicada concatenación de hechos y factores. Causas y azares, diría Silvio Rodríguez.

Tres: Estamos atravesados por lo social hasta la médula. Los tabúes nos determinan: La sexualidad manda y, si algo es seguro en esta vida, es que –tarde o temprano- la muerte ganará.

Por: Adriana Muscillo, Comunicadora y Psicóloga Social.