Sobre escotes y faldas en ámbitos laborales. Por: Adriana Muscillo*

“No solo hay que serlo sino parecerlo”, decían nuestras madres y abuelas. Eso es lo que habían aprendido y, por lo tanto, lo que enseñaban. ¿Eran personas malas? ¿Tenían malas intenciones con nosotras? No lo creo pero, ciertamente, estaban equivocadas. Entonces, ¿qué hacemos? ¿Las matamos o les explicamos?

A raíz de los dichos de Isela Constantini sobre la inconveniencia de usar escotes en el ámbito laboral, me interesa analizar algunos aspectos.

Para empezar, considero importante que nos quede a todos bien en claro que no estamos en una guerra de feministas contra machistas, ni de mujeres contra hombres ni de casquivanas contra monjas. Somos todos seres humanos aprendiendo. Todos aprendiendo y, como sabemos, la manera de aprender es equivocándonos.

Entonces, primero, paremos de agredirnos entre nosotros y pensemos.

La lógica machista a la que alude Constantini en su comentario, nos guste o no, es la que ha venido funcionando hasta hoy. Todos nosotros, hombres y mujeres hemos llegado hasta acá amparados los primeros y desamparadas las segundas por esa lógica. Eso es una realidad con la que hemos tenido que lidiar durante toda nuestra vida hasta el presente.

“El que anuncia denuncia”, diría Pichon-Rivière. Pero no se trata de “matar al mensajero”.

Una vez que entendemos que esas afirmaciones describen un estado de situación real que existe, muy a pesar de muchos de nosotros, y que ha venido operando y opera hasta el día de hoy en todos los ámbitos de la vida, lo que tenemos que hacer es ayudarnos, colaborarnos los unos a los otros, enseñarnos, en lugar de enfrentarnos.

Lejos de demonizar a los que –intencionalmente o por inercia- todavía multiplican ese statu quo, lo segundo que tenemos que entender es que, por primera vez en la historia de las sociedades de todos los tiempos, tenemos una oportunidad de oro para cambiarlo.

Pero no poniéndonos en contra, criticándonos o culpándonos unos a otros sino educándonos, acompañándonos en ese aprendizaje. Si seguimos poniéndonos una camisa amplia abotonada hasta el cuello y una falda por debajo de la rodilla para que nos tomen en serio, lo que hacemos es permitir que esa lógica siga operando, siga teniendo peso y vigor.

Entendemos que, hasta ahora, quizás muchas lo hacían para diferenciarse de las que estaban dispuestas a hacer “concesiones sexuales” con tal de trepar en un puesto laboral. Eso también existió desde que el mundo es mundo. En este punto, quiero ser muy clara. No se trata de juzgar ese comportamiento.  Si hay dos personas adultas y libres que quieren jugar al juego del poder y la seducción, ¿quién es nadie para impedírselo? La clave está en el consentimiento. Los dos quieren. Son adultos y libres. No hay coerción, no hay acoso. Pero lo que ocurre es que cuando eso pasa, la que no accede no asciende laboralmente y eso eterniza la lógica machista. Somos libres de hacer lo que nos plazca siempre y cuando, con nuestras acciones, no perjudiquemos a terceros. Pero no se trata de prohibir o enojarse sino de enseñar. Enseñarles que no les conviene a ellas ni a nadie enredarse en esos juegos de poder, porque todas salimos perdiendo.

Tenemos que parar con esa lógica de puritanas vs relajadas. Así es como nos han enseñado y así es como hombres y mujeres nos hemos relacionado. Tenemos que entender que eso ya no funciona, que nunca debió ser así. Pero aceptar que lo fue, aceptar que quienes lo denuncian, solo describen una realidad, no necesariamente la defienden.

Ahora bien, el momento de cambiarlo es hoy. Soplan vientos de cambio. No es tarea fácil. Pero es la única manera de romper con la lógica del acoso.

Hay algo más sobre lo que me parece importante poner el foco y tiene que ver con la filosofía. Sí, contrariamente a lo que muchos piensan, la filosofía tiene mucho que decir sobre las problemáticas sociales contemporáneas. ¿Por qué? Porque si estamos de acuerdo con que las mujeres debemos evitar los escotes y las faldas cortas para no provocar un acoso sexual, lo que estamos haciendo, en el fondo, es abonar una concepción filosófica de sujeto humano incapaz de  gobernarse a sí mismo. Si creemos que el hombre es alguien supeditado a sus más bajos instintos, lo estamos menoscabando. Estamos asumiendo y eternizando la idea de Voltaire sobre el instinto que domina al hombre. Si el hombre es un pobre tipo, un inútil incapaz de dominar sus instintos primitivos, lo estamos menospreciando, lo estamos subestimando. Y es, justamente eso lo que no queremos que hagan con nosotras y contra lo cual luchamos.

¿Muerto el perro se acabó la rabia?

Si comer engorda, entonces no como. Pero, si no como, me muero. Si seducir me trae problemas, entonces no seduzco. Pero, entonces, se acaba la especie humana (y la sal de la vida).

Es claro que la solución no es intentar eliminar algo que, de todas maneras, seguirá existiendo. El dicho “querer tapar al sol con un dedo” viene a cuento porque además de imposible es infructuoso. El sol es necesario para la vida pero, si no existiera la capa de ozono, aunque agujereada, todos moriríamos achicharrados. Esto nos enseña que la clave está en la moderación y, para ser moderados, tenemos que gobernarnos a nosotros mismos. Y, para eso, tenemos que educarnos.

Es necesario que aprendamos  a ser moderados y respetuosos. Tanto en el ejemplo de la comida como en el de la seducción, como en todos los aspectos de la vida.

Este es un momento histórico. Nos han enseñado que no hay verdadera revolución sin sangre. La historia de la humanidad está llena de sangre derramada en vano. Llena de historias en las que las personas se encolerizan y hacen guerras y se matan solo porque piensan diferente y unas quieren imponer sus ideas por sobre las otras. Creo que, hasta ahora, no nos ha ido muy bien así.

“Con el odio acabaremos, la picana le pondremos” No se puede acabar con la violencia con más violencia. Ese no es el camino. Me parece poco inteligente enojarse con alguien porque piensa distinto.

El pensamiento dialéctico, con Jean-Paul Sartre a la cabeza, nos enseña que no hay una verdad única. Es más, que no se llega a algo llamado “la verdad” de manera irrevocable y en un camino lineal y ascendente sino que hay tantas verdades como personas sobre la faz de la tierra y que el camino es individual y espiralado y sinuoso, con períodos de estancamiento en los que nos quedamos en el rulo de la espiral. Por eso, todo depende de la perspectiva desde donde se aborden las cuestiones. Todos tenemos razón, porque todos miramos desde distintos ángulos y vemos aspectos diferentes. Ese es el principio de la hermenéutica.

Hay una frase del escritor y pensador español Ramón de Campoamor, que ahora nos sirve para entender esto. “En este mundo traidor nada es verdad ni es mentira, todo es cuestión del color del cristal con que se mira”.

A menudo, cuando hago mis entrevistas, luego de preguntar por la actividad cultural de mi entrevistado o entrevistada, me gusta preguntarle qué opina sobre otros temas. Hace unos meses, entrevisté a un artista plástico francés y me dijo que él se sentía muy mal, muy apenado porque una mujer no había querido compartir el  ascensor con él. “No soy un depravado -me dijo- jamás le haría daño a nadie y me sentí discriminado y rechazado”. Yo lo entiendo y sin embargo, a mi hija de 15 años, le aconsejo que no suba a un ascensor con un hombre desconocido. Así están las cosas. “Pagan justos por pecadores”, ya que estamos de refranes. Por eso, no es un tema sencillo de abordar. Debemos protegernos todos, hombres y mujeres. Es siempre una cuestión de educación y es un trabajo de hormiga.

Para finalizar, hay algo sobre lo que me interesa hacer énfasis. Las mujeres debemos caminar a la par de los hombres. No enfrentadas a ellos ni entre nosotras. Si hay alguna mujer o algún hombre que todavía no lo entiende, hay que explcárselo, tranquilamente, hasta que lo entienda.  Y punto.

*Adriana Muscillo es psicóloga social, consultora en comunicación institucional y periodista.