Crucigrama: Villa Devoto

DOS ESTACIONES Y EL VERDE – Por Norberto Tallón, especial para DiariodeCultura.com.ar.

En Buenos Aires… Villa Devoto y sus dos estaciones ferroviarias: “Devoto” del Ferrocarril San Martín y “Antonio Devoto” del Urquiza (Desconozco si las líneas tienen esa designación o son “ex”). Una, acompañada al sur y norte por la calle Ricardo Gutiérrez, que en su extensión por cuadras y cuadras corre custodiada del alambre ferroviario, inigualable sostén de enredaderas cada vez más intensas y poseedoras de ese otro referente lógico: el Verde. A veces serpenteando, armado en cuotas de vetas, invadido por marrones y rojizos. Un quiosco de diarios y revistas al frente. Opuesta a un par de plazoletas con farolitos montados sobre columnas, con dos o tres fuertes y añejos bancos. Típica estación inglesa de fines del siglo XIX construida en ladrillos que en alguna ocasión lucieron rojos. Boletería a la derecha, al lado de la sala de espera, una escalera a la izquierda para llegar hasta el andén de enfrente… Enfrente: la otra entrada ¿o salida? sobre la extraña esquina de tres calles. Andenes de cemento con viejos asientos de tablas con patas de hierro y un par de verdes tinglados protectores que hacen juego con el paisaje de follajes. La tranquilidad de la gente fuera de las horas pico. La otra: Más moderna. Una boletería, un par de refugios centrales de cemento. Alguna agitación mayor en el andar de los pasajeros.

Unas cuantas avenidas, más calmas comparadas con otras de la gran ciudad. Las calles y el armazón de grandes casas o quintas de añosos antecedentes en un pasado habitadas por nombres con prosapia y prestigio, algunos que aún se encuentran atados a este rincón urbano. Se esparcen, allí, lugares con historia junto a nuevos dúplex y tríplex, o residencias súper modernas alternadas con lujosos edificios de propiedad horizontal.

El colegio Antonio Devoto frente a la plaza Arenales, primera morada se cuenta del dueño de las tierras y urbanizador de la zona, y con su nombre como símbolo. Un edificio similar a otros del barrio, tal como obra de igual creador o el mismo plan de construcción. Dos plantas como la escuela primaria, el hospital Zubizarreta y la biblioteca municipal. Obviamente antiguo y cercado por rejas levantadas en pequeñas paredes bajas y coronadas en agresivas puntas previo dibujo de herrería. A un costado la continuidad de una avenida, luego de interrumpirse ante la fuerza de la plaza, prosigue sin desentonar con su color (verde), guiada al centro por el boulevard arbolado.

Aquel Palacio inconmovible y desafiante, durante años con la gloria de haber recibido al príncipe Humberto de Saboya, manzana de Del Carril, González, Nueva York y San Nicolás, finalmente, como se ha hablado de otros sitios, demolido, parcelado y convertido en edificación variopinta.

La Basílica de San Antonio de Padua, réplica de la Basílica de Superga en Turín, el Seminario Metropolitano con sus claustros, la Iglesia de la Inmaculada Concepción. La quinta de John Hall, repartida en el Instituto de Botánica y Zoología de la Facultad de correspondiente de la Universidad de Buenos Aires y la Escuela Menor de Floricultura y Jardinería. En ambos casos con un intento de esconder su verde, más verde, tras bajas paredes con pretensión de blancura. Solar famoso, a principios del siglo XX, por su invernadero de orquídeas y el paso de visitantes como el general Julio Argentino Roca, el doctor Marcelo Torcuato de Alvear y hasta el mismísimo Príncipe de Gales, naturalmente antes de Wallis Simpson. La capilla anglicana del Buen Pastor y la Villa Devoto School bajo su lema “Esse Quam Videri”.

Un barrio porteño, uno de los cien a los que llegó Alberto Castillo, como sus pares con características únicas y un disfrute del que no gozamos, muchas veces, por pasar sin mirar, cuando la canción recuerda “las cosas se cuentan solas, solo hay que saber mirar”.

Norberto Tallón
@betotallon