El valor de la palabra: La honestidad

“La honestidad es siempre digna de elogio, aun cuando no reporte utilidad, ni recompensa, ni provecho” Marco Tulio Cicerón. Por Sandra Auteri, especial para DiariodeCultura.com.ar

Ser honesto es ser auténtico, genuino.

Cuando decidimos vivir una vida con valores, porque es una decisión, sabemos que es un camino que nos compromete con el habitar en la transparencia.

Por lo general, todo el tiempo estamos inmersos dentro de un muestrario completo de lo que conviene, en lugar de lo que es correcto. Por eso, es muy afortunado seguir trabajando para afianzar el lugar en el que decidimos pararnos, y continuar estando dentro del redil.

La honestidad es el valor que nos compromete a enaltecer la verdad, ser decente, recatado, razonable y justo. Desde el punto de vista filosófico, es una cualidad humana que consiste en actuar de acuerdo a como se piensa, se siente y se obra conforme con el modo de pensar justo, recto e íntegro.

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En su sentido más evidente, la honestidad puede entenderse como el simple respeto a la verdad, en relación con el mundo exterior, los hechos y las personas.

La honestidad expresa respeto por uno mismo y ello se transmite en los demás; construye una vida cuya base es la apertura, la confianza y la sinceridad. Éstas son las bases para transitar un camino de claridad. La luz, como símbolo de la excelencia, nos permitirá iluminar nuestras limitaciones y trabajarlas para desarrollarnos con plenitud.

La honestidad es de suma importancia en la vida espiritual. Toda actividad social, toda empresa humana que requiera una acción concreta, se potencia cuando las personas son francas, transparentes.

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Se debe reconocer que la honestidad es una condición básica en las relaciones humanas, en la amistad, en la auténtica vida comunitaria.

Por todo lo expuesto, debemos centrarnos en lo que importa de verdad: la clase de persona que uno es y, desde esa base, trabajar para llegar a la clase de persona en la que queremos convertirnos. Enfocarnos en lo que es lo correcto y apropiado, teniendo en cuenta nuestra propia misión, el papel que nos ha sido asignado, el comportamiento que debemos observar y las relaciones que necesitamos construir para darle sentido a nuestras vidas.

La honestidad nos ayuda a moldear una vida íntegra, porque nuestro ser interno y nuestra personalidad externa son reflejo una de la otra. Lo interno fortalece y lo externo lo confirma.

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Para el filósofo latino Marco Tulio Cicerón, la honestidad se realiza por el cumplimiento de las obligaciones que se encuentran presentes en todas las actividades de la vida humana. 

Estas obligaciones surgen de los cuatro principios (virtudes cardinales) que, de forma unida y mutuamente dependientes, conforman la honestidad:

  1. Prudencia (y sabiduría): de aquí la obligación de descubrir la verdad (distinguir los actos buenos de los malos y el conocimiento teórico en general).
  2. Justicia (y beneficencia): de aquí la obligación de mantener la unión y sociedad entre los hombres (tanto en no dañar a los demás como servir a los demás).
  3. Fortaleza: de aquí la obligación de mantener la grandeza y excelencia del ánimo para realizar las acciones.
  4. Templanza: de aquí la obligación de mantener el orden, moderación y constancia de los actos.

Basándonos en estos preceptos, tan cotidianos y presentes en nuestros días, la honestidad es uno de los valores y componentes más importantes de una personalidad saludable, y todas sus acciones tenderán a apuntalar una sociedad ideal, cuyas actividades humanas resulten más predecibles, amigables y placenteras.

En este nivel de crecimiento, uno trabaja con honestidad sobre sus propias obligaciones y deberes, incluso cuando no haya nadie que nos juzgue o que nos vea. No serán necesarios llamados de atención de ningún tipo, ya que no se podría objetar la excelencia.

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Sandra Auteri – Locutora Nacional MN 10.523
Difundir valores a través de palabras cotidianas es un desafío que les propongo transitar.
La consigna es que en cada encuentro, teniendo como guía la palabra elegida, podamos celebrar nuestras fortalezas y superar nuestras limitaciones.