El valor de la palabra: La incondicionalidad

Por Sandra Auteri, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Una anécdota muy difundida por los medios masivos de comunicación cuenta que un periodista inglés, al ver cómo la Madre Teresa de Calcuta asistía a un leproso le dijo: “Yo no lo tocaría ni por un millón de dólares”. A lo que la religiosa le respondió: “Por un millón de dólares, yo tampoco. Para esto solo hace falta amor”.

Esas almas iban a ascender a los cielos, y ella los preparaba para que estuvieran en las condiciones más sublimes ante el Altísimo.

Este simple ejemplo, muestra la grandeza de una mujer que ofreció su vida, por su amor incondicional, a los que el mundo entendía que ya no podían esperar nada más, o que no lo merecían.

La respuesta que le dio al periodista fue tan clara… Ella transitó su camino portando el amor incondicional como bandera. Un amor invaluable. Ella fue una con Dios. No tenía apego a nada, sentía que nada le pertenecía. El don de la humildad ya venía grabado en su alma.

Todavía a algunos nos falta subir unos cuantos escalones para llegar a ese nivel de entrega.

El vocablo “incondicional”, en el diccionario de la Real Academia Española, es definido como un adjetivo que designa lo “absoluto, sin restricción alguna” y también el ser “adepto a una persona o a una idea sin limitación o condición ninguna”.

Decimos:
“El amor de Dios es incondicional”.
“El amor a los padres es incondicional”.
“El amor a los hijos es incondicional”.

Se comienza a entender el sentido de la incondicionalidad desde que tenemos uso de razón, por la educación recibida de nuestros padres y, fundamentalmente, por los ejemplos cotidianos. La incondicionalidad nunca es improvisada; es creada y practicada a conciencia, ya que la naturaleza del amor es dar.

Algunos especialistas opinan que amar de forma incondicional podría no ser sano, ya que, al hacerlo, seríamos incapaces de establecer nuestros límites psicológicos y emocionales, que son los lugares de la mente y del corazón en donde la salud mental y la dignidad están protegidas… Sin embargo, la realidad muestra que esos campos físicos en verdad, salen fortalecidos.

Paradójicamente, las personas incondicionales poseen muy mala memoria, ya que no contabilizan sus dones ni sus esfuerzos, y gozan de muy buena salud, al potenciar al máximo su alegría y al aprender de sus batallas, cada una de las cuales se va convirtiendo en la base de su próximo desafío.

También en las otras formas del amor –como la pareja, los amigos, el grupo de trabajo -entre otros- la incondicionalidad es una bella manera de ser ilimitados, ya que debería ser una forma de convivencia, porque todos somos “uno con los demás”.

En estos tiempos, confusos y tecnológicos, de relaciones estrechas de calidez, con valores de entre casa y al ritmo de la inmediatez y la virtualidad, podría pensarse que la verdadera esencia del ser humano sufre el riesgo de perderse.

Sin embargo, aquello que lo hace único y sin fecha de vencimiento aparece de la nada y crea lazos, con lo sublime. Su propia incondicionalidad se manifiesta y se corre de la primera fila, para ubicarse, con toda su grandeza, en un escalón más abajo, a las órdenes de lo que se presente. Son seres anónimos enormes que están entre nosotros y que, si agudizamos la mirada, podremos descubrirlos tan cotidianos y tan invisibles. Tienen la necesidad de dar lo mejor de ellos mismos, sin pedir nada a cambio, y de estar presente en la vida del otro, por el simple motivo de estar, de asistir.

La incondicionalidad es lo que hace más feliz la existencia de quienes sin tener un vínculo reconocen al otro como un igual, a alguien a quien hay que cuidar y proteger, de la forma en que lo necesite o lo acepte.

Yo les propongo comprar y tener a mano un paquete de arroz y otro de fideos, una frazada, o cualquier cosa que pueda sumarle al que golpee tu puerta.

No vamos a terminar con el frío y el hambre del mundo, pero vamos a empezar a mover una enorme rueda y quién les dice que, en algún momento, nos encuentre a todos, incondicionalmente, sentados a la misma mesa.

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Sandra Auteri – Locutora Nacional MN 10.523
Difundir valores a través de palabras cotidianas es un desafío que les propongo transitar.
La consigna es que en cada encuentro, teniendo como guía la palabra elegida, podamos celebrar nuestras fortalezas y superar nuestras limitaciones.