Historias de Buenos Aires

MIRÁ LAS IMÁGENES. CALLES CON NOMBRES DE MUJERES (7) – AZUCENA VILLAFLOR DE DEVICENTI . Por María Lorena Belotti, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Puerto Madero es el barrio de Buenos Aires que se ve por excelencia poblado de calles que responden a nombres de mujeres talentosas, comprometidas y luchadoras, que enorgullecen al género.

Azucena Villaflor de Devicenti fue una de las tantas Madres de Plaza de Mayo. Señalada por Astiz y desaparecida. El nombre de Azucena (ama de casa que de joven había trabajado en la fábrica Siam) retumba en la noche oscura de la última dictadura militar.

El 30 de noviembre de 1976 desapareció Néstor Devicenti, estudiante de arquitectura, y Azucena, como hacían otros familiares en esa época, comenzó a deambular por diferentes reparticiones e inició todo trámite y gestión que le permitiera saber algo de su hijo.

Como ella, había muchos en idénticas condiciones, pero fue esta mujer a la que el terror no la paralizó, quien propuso a otras madres que se reunieran, que se organizaran y que tomaran como centro para esas reuniones a la Plaza de Mayo. Fue referente de esas manifestaciones. Catorce mujeres se encontraron por primera vez en la Plaza de Mayo la tarde del sábado 30 de abril de 1977. Desde ese día, comenzaron a reunirse todos los jueves.

Las primeras rondas nacieron porque la policía les prohibía a las madres mantenerse juntas en la plaza. ‘Retírense!’, el grito que se escuchaba mientras agredían a las madres si no se retiraban. Entonces iban para una diagonal y pegaban la vuelta y volvían por otra esquina. Así es como nace la plaza.

Si no hubiese sido por Azucena no habrían existido las Madres de plaza de Mayo. Para todo, era ella, nunca faltó. La cita en la plaza era a las tres y media. Porque a esa hora pasaba un montón de gente. “Ustedes son maestras jubiladas, ustedes por qué se reúnen acá?”, preguntaba la gente. Entonces era la manera, la única manera de difundir y la gente ya avisaría. Cuando empezaron a dar la vuelta iba gente y las miraba. Y a veces, si llovía, se veía gente llorando porque sabían a qué iban. Se mojaban también, como las madres. Asistían con paraguas, con pañuelos, con lo que fuera.

Para ese entonces, Alfredo Astiz se había infiltrado en el grupo que se reunía en la Iglesia de la Santa Cruz, haciéndose pasar por hermano de un desaparecido y había marcado el destino de muchos de los que estaban allí.

Azucena fue raptada el 10 de diciembre de 1977, el mismo día en que aparecía la solicitada publicada por las Madres de Plaza de Mayo en el diario La Prensa. En julio de 2005, un equipo de antropología forense identificó sus restos.

“La metieron en “capuchita”, dentro de la ESMA, con su vestido de mangas cortas, atada y vendada. En las horas siguientes, ella descubrió que allí había otros detenidos y les preguntó sus nombres. Su idea era que, cuando la dejaran libre, avisaría a sus familias. También les dio el nombre de su hijo secuestrado, por si alguien sabía algo de él. Pero casi no tuvo más tiempo. Antes de que pasara una semana la sacaron de allí, la subieron a un avión y la arrojaron al mar. Por capricho de las mareas, su cuerpo fue a parar a las arenas de Santa Teresita y quedó enterrada como NN en un cementerio cercano, en donde esperó más de veintisiete años para ‘aparecer’.

Las cenizas de Azucena fueron enterradas en la Plaza de Mayo y cubiertas de azucenas blancas y claveles rojos. En la ceremonia, que presidió su hija, se descubrió una placa con la siguiente leyenda: “Fue mantenida en cautiverio en la ESMA y días después arrojada viva al mar. Sus restos fueron identificados en julio de 2005. Juicio y castigo a los culpables”.

Madres de Plaza de Mayo, Línea Fundadora, donó en su memoria una placa que está ubicada sobre su calle, a metros de los diques. En la esquina de su casa, en la Av. Mitre y Crámer de la ciudad de Avellaneda, otra placa le rinde honor a esta madre que recibió de Astiz el beso de la traición.

Azucena dejó una huella en la historia argentina y forma parte de esa herida social que quizás nunca cicatrice en el corazón de cada uno. Fue una mujer que luchó por sus ideales y por sus seres queridos y encontró, como tantos otros, una muerte injusta e indigna. Hoy tiene su calle en Buenos Aires y, sin lugar a dudas, su recuerdo privilegiado que habita en nuestro imaginario social.