Historias de Refugiados en Argentina

Algunos les tienen miedo, piensan que pueden robarles o hacerles daño. Deambulan por las calles de Buenos Aires, muchos de ellos, vendiendo baratijas brillantes sobre mantas negras. Arrastran historias de dolor y desarraigo, son víctimas de la incomprensión, detestan estar en las calles y sueñan, como todos, con un futuro mejor… Por: Adriana Muscillo.

Es triste tener que huir de tu tierra, alejarte de tu familia o haberla perdido para siempre. Ellos conocen de cerca el abandono, el hambre, la violencia, la muerte. Han sobrevivido a conflictos armados de variados orígenes, han sorteado la pobreza, la enfermedad, la desidia. Han perdido todo y están entre nosotros con la esperanza de rehacer sus vidas.

En Argentina viven alrededor de 4.000 personas refugiadas de más de 70 países, la mayoría de ellas, provienen de países latinoamericanos. Un 34% son mujeres. My Kelange es una de estas mujeres. Escapó de la persecución que sufría en Haití para venir a la Argentina, sabiendo que su hermano era refugiado allí. En Haití vivía con su madre y dos hermanas y se desempeñaba como auxiliar de enfermería en un hospital. Militaba en un partido político que le costó más tarde una seguidilla de amenazas. Sintió mucho miedo y se mantuvo encerrada un tiempo en casa de amigos, hasta que salió del país porque ya no se sentía segura.

– ¿Cómo fue tu llegada a la Argentina? ¿Conocías algo del país?

Mi hermano llegó primero y me aconsejó venir. Llegué en un momento de mucho frío. No sabía nada, sólo tres palabras: “por favor”, “gracias” y “buen día”. En seguida quise aprender el idioma español para poder trabajar cuanto antes. En seis meses ya podía manejarme con el idioma y salí a la calle para vender. Es difícil trabajar en la calle, pero es lo que hay para mí ahora. Busqué trabajo pero no encontré. Tengo que ayudar a mi familia, eso es lo primero. Me gusta trabajar.

– ¿Y qué te gustaría hacer en vez de trabajar vendiendo en la calle?

Me gustaría hacer lo que me gusta, estudiar para trabajar en un Laboratorio. También me encanta el trabajo de enfermera. Pero es muy difícil trabajar y estudiar.

– ¿Cómo te tratan los argentinos?

Cuando recién llegué no me gustaba hablar mucho. Como no sabía el idioma a veces los hombres me decían e insinuaban cosas y me sentía muy incómoda. No estaba acostumbrada a eso. Ahora está todo bien. Me siento cómoda. Vivo tranquila, es lo mejor. Hay que entrar en la piel de la gente, a mí me gusta hablar con la gente. La gente me ayuda a comunicarme.

– ¿Qué es lo que más te gusta de Argentina?

Su gente. Me gusta cómo me hablan y cómo mantienen contacto. La comida me encanta, y especialmente, ¡el helado!

– ¿Volverías a Haití algún día?

No quiero volver a Haití. Me quedo acá para siempre.

-¿Qué podrías decirle a las mujeres refugiadas que, como vos, llegan al país sin nada?

Hay que ser fuertes, trabajar. Yo estoy orgullosa de mí misma. Lloré mucho cuando recién llegué pero saqué fuerzas y sigo adelante.

Fuente: Alto Comisionado para las Naciones Unidas. (ACNUR)

Todos somos sobrevivientes de nuestras propias historias. ¿Quién no lleva un dolor o muchos dolores a cuestas? Todos venimos de aquella primera tierra que fue nuestra infancia y no pocos hemos salido de ella con algunas heridas y magullones. Todos buscamos superar nuestros temores, ahuyentar nuestros fantasmas. Vamos por la vida, como ellos, ofreciendo lo que tenemos o lo que sabemos hacer tan solo para seguir sobreviviendo. En el mejor de los casos, todavía albergamos un sueño y es ahí donde nos convertimos en refugiados. Dichoso de aquel que encuentra un refugio donde repararse. Un lugar, material o virtual, en donde recomponerse… Un refugio, como un taller, en el seno del cual reconstituirse, de vez en vez, antes de salir a dar una nueva batalla… Somos parte de un mismo Todo, estamos entramados en la misma tela. Solo basta con mirarnos a los ojos para redescubrirnos humanos y, por tanto, carentes, necesitados… Desde aquella primera necesidad del bebé que viene al mundo y que no sobreviviría sin la asistencia de un adulto. Y, a partir de ese momento, seremos siempre necesitados y viviremos buscando el ansiado refugio en el corazón de los otros.

Ellos son nosotros, nos miran para que nos miremos…

Por: Adriana Muscillo.