La perversión que no se asume

El escritor argentino Martín Kohan (Buenos Aires 1967) publica “Fuera de lugar”, de Editorial Anagrama, novela que ahonda sobre el abuso de menores y la perversidad ejercida desde un supuesto “bien moral”. Por: Matías Crowder.

 

El sacerdote director del asilo es el que provee los “nenes”. Se trata de un asilo en los confines de Argentina, la precordillera, y los niños huérfanos son aquellos “indiecitos” hijos de la tierra de los que nadie se preocupa. Alrededor del asilo pronto se forma una red de abusos de menores. Los “negritos” son fotografiados desnudos para enviar sus fotos a los extremos del mundo conocido. La red comprende al fotógrafo, pero también a la mujer que les desviste, el que vende las fotos y un mayor que pronto se unirá a las instantáneas infantiles.

Se trata de la nueva obra de Martín Kohan “Fuera de lugar”, que ahonda en el horror de un mundo donde la niñez es mercancía. El escenario lo representan una serie de geografías que, como los personajes, también se hallan en aquel “fuera de lugar” que le da título a la novela: un hotel en el mojado litoral argentino, barrios de Buenos Aires, pueblos de la reseca precordillera, conjunto que elige aquella delgada línea que separa del horror y del abuso infantil. Lo hacen por negocio, por dinero, creen que por mirar y no tocar no hacen nada malo. Falsa moral que no son más que simples excusas con las que ocultar el horror.

Una constante del autor: su único reparo al escribir son las posibilidades literarias. El contar buenas historias. “El tema como tal no podría agotar la motivación, me interesa porque le abre ciertas posibilidades a la narración, porque suscita una forma. Por eso uno escribe una novela, y no un artículo de denuncia, o un ensayo de opinión”, asegura el escritor argentino. “En el caso de Fuera de lugar, diría que la clave estuvo para mí en el hecho de que los que se dedican a fotografiar a los chicos, porque los fotografían y no los tocan, están convencidos de no estar haciendo nada malo. Me interesa mucho esa modalidad del mal: la que se ejerce pensándose incluso como un bien”. Y añade: “me interesa la perversión que no se asume como inmoral, sino al revés, se erige desde el moralismo. Creo que eso resulta más perturbador, presiento que eso puede ser lo perturbador en el texto”.

Martín Kohan confiesa que el mismo se  ha sentido fuera de lugar. Que incluso es para él un resultado frecuente. “El fuera de lugar, en la literatura, me permitió narrar en clave de descolocación, de pistas falsas y pasos en falso, de desencuentros, de extravíos. Encontré en eso fuertes posibilidades para la novela”.

Martín Kohan se ha convertido en los últimos años en uno de los autores más celebrados de su generación. Ganador del Premio Herralde de Novela por «Ciencias morales» (2007), enseña Teoría Literaria en la Universidad de la Patagonia, vocación docente que comparte con la crítica y la escritura. Dice escribir a mano, en los bares de Buenos Aires, y asegura no tener más internet del que le proveen los cibercafé de la ciudad. Dato curioso para el autor de un libro que se sitúa en el inicio de la masificación del ciberespacio. Donde aquella red de tráfico de pornografía de menores, que se mantiene oculta, pronto dará un salto a la redes. “Internet es el espacio de todos los espacios”, reflexiona Kohan. “Por eso todo está ahí, incluidas, llegado el caso, las cáscaras vacías. Cada cual elige por dónde navega, dónde entra, dónde se queda, de dónde se va”.

La trama pronto da un giro hacia el policial negro. Genero que explica una sociedad conflictiva, la criminalidad organizada en ambientes sórdidos y violentos. “La novela negra, en general, y la Argentina, en diversos momentos de su historia, comparten esta característica fundamental: que no se puede contar con el Estado. Frente al delito, frente al mal, ni la ley ni los agentes de la ley están donde se supone que deberían ni hacen lo que se supone que deberían. Así sucede en Fuera de lugar: sea cual sea el crimen, la policía no aparece, o aparece pero no hace nada”.

Por: Matías Crowder. Desde Girona, España para Diario de Cultura.