Odiseo encuentra sosiego en sus libros

Relato breve de Alejandro Casas*, especial para DiariodeCultura.com.ar.

“…Y parecieron verdades aquellas mentiras”.
Homero, Odisea

En el devastado paisaje que lo rodeaba no encontró otra salida que refugiarse en sus libros.
Era de noche.
Fue a su casa y se encerró en la biblioteca.
Los libros estaban ahí, en el mismo lugar de siempre. Unos bien ordenados, otros donde encontraron un hueco.
Se quedó mirándolos un instante.
Todavía daban vueltas en su cabeza las preocupaciones del día que se acumulaban a las de los días anteriores.
Y un pensamiento se le cruzó fugaz: “El mundo está loco, y no tiene remedio”.
Posó su mano sobre un libro, y la dejó correr lentamente sobre el resto. Al hacerlo, revivía una sensación de alivio y de placer. De calma y de sosiego.
También se sentía amparado y protegido.
Después tomó uno de los libros al azar, sin pensarlo. Y se sentó a hojearlo.
Al comienzo pasaba las páginas sin prestar atención, como había hecho un instante antes con su mano. Pero poco a poco su mirada se fue deteniendo en las páginas, en los párrafos y, finalmente, en cada letra de cada renglón.
Las palabras que entraban por sus ojos recorrían todo su cuerpo. Podía sentirlas como hormigas esparciéndose en su sangre. Y terminaban en alguna parte ignorada e indefinida de su cuerpo.
Lo mismo sucedió con otros libros que fue sacando de la biblioteca con la misma mano azarosa.
Y así transcurrieron las horas de la noche, con una lentitud imposible de medir que se parecía mucho a la eternidad sin tiempo (o, al menos, a lo que él intuía que podía ser la eternidad).
Al despuntar el día lo encontró leyendo el comienzo de uno de los cantos de la Odisea, precisamente el que alude a la llegada de la “aurora con sus dedos de rosa”.
No era casualidad. Como Odiseo, él había atravesado el día en medio de las tentaciones, las ambiciones y las traiciones. En medio de las tempestades humanas.
Y había recalado en esa isla, la de sus libros.
Allí encontró sosiego, calma y alivio.
Y allí había pasado la noche.
Ahora lo esperaba nuevamente la dura faena del día. La de Sísifo. La de todos los hombres de todos los tiempos.
Pero los libros le habían dejado el sabor de las dulces compañías, como la Ninfa Calipso al atormentado Odiseo.
Antes de abandonar su isla, releyó en voz alta estos versos:
“Deleitémonos con el recuerdo de nuestras tristezas, pues incluso disfruta, después, con sus penas el hombre que pasó por muchísimos males viajando muy lejos”.
“Por el mar rodeada, en el ponto vinoso, se encuentra una tierra muy bella y muy fértil”.

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*Abogado, docente universitario y escritor. Autor del libro de cuentos Encuentros (Dunken 2006), y de las novelas Boca de urna y Tan cerca y tan lejos (Ediciones Deldragón 2008 y 2012), y As de espadas, cuatro de copas (Ediciones De Las Tres Lagunas 2010)