Te cuento un cuento: Encuentro en una cafetería

Por Sofía Altruí – Especial para Diariodecultura.com.ar

Hay momentos en la vida de las personas que son difíciles de superar y duros de recordar. La habilidad que tenemos para poner capas de filtros a las imágenes de nuestra memoria con el fin de aumentar la alegría u opacar el dolor fue algo que siempre logró sorprenderme.

Eran las 9:55 am y estaba lloviendo.

En ese momento exacto llovía tanto que las luces de las calles habían vuelto a encenderse ya que lo oscuro del cielo les hizo creer que el día se había terminado, así como las luces de la recepción del edificio y la cafetería que se encontraba en él. El sonido del agua golpeando las calles era tan intenso que sacó a Victoria del abismo en el cual su mente se encontraba y la devolvió a la realidad.

A ella le gustaba la lluvia. Era como una burbuja que la hacía sentirse segura del mundo. Uno de los sentimientos residuales de su niñez en Lanús cuando la lluvia igualaba menos posibilidades de encontrarse con personas en la plaza. Menos posibilidades de que ella y Tomas compartieron con el resto de los chicos su país especial en el mundo.

También estaba su opinión de que la lluvia lograba disimular toda la mugre de la ciudad de Buenos Aires, y que el gris oscuro del cielo siempre combinaba con los colores opacos de su ropa… y su estado de ánimo.

9:57 am y él no había llegado todavía.

Se observó a si misma en el vidrio del gran ventanal que tenía a su derecha. Se veía impecable. Usaba un vestido lila que llegaba hasta un poco por debajo de las rodillas, tan elegante como costoso, con unos zapatos que le daban doce centímetros más de altura, lo suficiente para poder mirarlo a los ojos sin tener que levantar la cabeza. Combinaba su vestuario con un caro reloj, regalo de alguien que sintió que se lo debía. De vez en cuando mirar ese objeto hacia que se le dé vuelta el estómago, pero era de esas personas que preferían hundirse en el dolor que estirar su brazo en busca de alivio, o al menos era como se sentía hoy en día.

9:59 am y el seguía sin llegar.

Habían quedado a las diez en punto y ella estaba sentada en ese sillón frente a esa mesa junto al ventanal de la cafetería desde las nueve y media, porque así de importante era esto para ella y en su mente así de importante debería serlo para él.

Cuando le habló por teléfono él estaba animado y contento de escuchar su voz. Le habló cómo si ella fuera uno de esos parientes lejanos que te encontrás en el supermercado y sentís una curiosidad que te alienta a comunicarte con ellos, para después volver a tu casa con las personas que realmente amas y compartirles la nueva información que conseguiste sobre alguien que en realidad sabes que no te importa.

Le hizo todas las estúpidas preguntas que le haría a cualquier otro extraño. Le preguntó donde estaba trabajando , de que cosas se encargaba día a día, donde estaba viviendo y como estaban sus padres. Mientras él hablaba, cómo si escuchar el sonido de su voz no le cortara la respiración cómo le estaba haciendo a ella, Victoria lo odiaba cada vez más, con un fuego que se sentía en las palmas de sus manos.

A ella no le importaba de que estaba trabajando él, o si era feliz o donde vivía o si su novia era agradable o veterinaria o vivía en Lanús o en otro lado. A ella ni siquiera le importaba si él estaba bien de salud, o si su mamá estaba bien de salud. Lo único que Victoria quería saber es cómo es que él era capaz de vivir y vivir feliz sin ella.

Cuando la conversación monótona y superficial que estaban teniendo le resultó insoportable fue directo al punto y le preguntó cómo le parecía mejor que se organizaran para que ella le devolviera el libro. Él le agradeció que lo llamara para devolverlo, le dijo que sabía lo ocupada que ella debía estar y que no tenía inconveniente en pasarlo a buscar adonde sea apenas ella tuviera la oportunidad de
permitirse el tiempo para entregárselo. No lo dijo cómo si no pudiera esperar para recuperar el libro o volver a verla, lo dijo con la misma actitud con la que le había preguntado a la señorita Gabriela en cuarto grado cuando tenía que entregar la cartulina sobre el agujero de la capa de ozono, y esto a Victoria le dolió, creándole un hueco en su pecho que absorbía toda la poca alegría que había logrado generar el hecho de escuchar su voz.

En su desesperación por verse fuerte le dijo que solo podía un día de la semana siguiente a las diez de la mañana en punto en la cafetería que quedaba junto a la recepción del mismo edificio en el que ella trabajaba en Puerto Madero. Le aclaró que debía ser puntual ya que ella estaba a cargo de muchas cosas y su tiempo libre durante el día era muy limitado. También le dijo que ni siquiera estaba segura de si iba a poder escaparse de su oficina o no pero que de última mandaba a su secretaria a
que se lo alcanzara. Le explicó que no se lo enviaba por otro medio porque no le daba tanta confianza y sabía lo importante que era ese libro para él. Después le dijo que estaba cansada, cortó el teléfono y lloró por horas, con esos llantos tan fuertes que te sacan la respiración.

10:02 y él no llegaba. Esto había sido una mala idea.

¿Por qué quería darle el libro? Lo había tenido desde aquel día en el segundo cajón de la que sea que fuera la mesa de luz en ese momento cómo un seguro, una oportunidad latente de volverlo a ver.

Durante nueve años ese libro estaba en un rincón de su mente cómo la llave de una segunda oportunidad, con la idea de que solo tenía que levantar el teléfono, decirle que lo había encontrado y después decirle todo lo demás. Con el objetivo de conseguir aquello que estaba suplicando tener desde el día que lo robó. La primera y única vez que había robado algo en su vida.

Victoria no tenía esperanza en nada con la excepción de él. A pesar de eso después de esa llamada sabía que todo había terminado.

Ella ya había armado toda la situación en su mente antes de cortar el teléfono hacía ya casi una semana. El entraría por la puerta de vidrio giratoria, quizás diez y cuarto o diez y veinte y se sentaría en el otro sillón individual junto a ella y no en el que estaba frente a ella cómo debería recordar que ella preferiría. Ella le preguntaría muy educada y refinadamente si le gustaría tomar un café y el diría que le encantaría pero que tiene que volver al trabajo. Tendría la cortesía de decirle que se ve hermosa y que se nota que le está yendo bien, agarraría el libro y se iría. Y no volverían a verse nunca más.

Y con él se iría el último atisbo de esperanza y el único parámetro que tenía ella para saber que su vida no era feliz, que las cosas que hacía no estaban bien y que si nadie le tiraba un salvavidas pronto se ahogaría.

Cuando ésta idea llegó a su mente la invadió por completo. No podía moverse y a pesar que su expresión era impasible de sus ojos habían empezado a caer lágrimas de una forma que no podía controlar. De una forma que nadie puede controlar.

Cerró los ojos y apretó sus uñas en la parte de atrás de sus rodillas con la intensión de frenar el llanto. Lo logró.

10:05 y escucha una voz detrás de ella.

-Hola- dijo él mirándola fijamente a los ojos, redescubriendo algo.

Ella le devolvió la mirada e intentó pararse a saludarlo pero no pudo mover las piernas. Le indicó con su mano que se sentara en el sillón frente a ella y él lo hizo.

El “perdón por llegar tarde” que ella esperaba nunca llegó porque en Argentina llegar menos de 15 minutos tarde se considera a tiempo. Igual no era algo que ella iba a dejar pasar.

-Estas hermosa- le dijo él realmente queriendo decirlo.

Ella se había hartado de esa frase a los veinte años por lo que ya ni decía gracias.
-¿Querés un café?- preguntó.

– No – dijo él más serio – gracias –

Y las lágrimas volvieron a correr por la cara de Victoria aunque su expresión siguió siendo la misma y la de él también. Ambos estaban familiarizados con aquella situación y sabían cuál era la mejor manera de manejarla.

Ella sacó de su cartera un libro viejo para menores de dieciséis años, lo acercó a su lado de la mesa y empezó a agarrar sus cosas para irse.

-Pensé que no me necesitabas- dijo él en voz baja pero firme.

Ella le devolvió la mirada cómo quien acaban de decirle la cosa más estúpida que escuchó en su vida y vio que en los ojos de él también había lágrimas.

-Ya sabía que lo tenías- le dijo –te vi cuando lo agarraste, pensé que me ibas a llamar después, ese día, esa semana, pero nunca me hablaste…

Estiró su brazo para alcanzar el de ella pero Victoria se levantó violentamente de la silla con su piloto y su cartera en su brazo. Lo único que faltaba era que alguna de las personas de su trabajo los vieran a los dos llorando y peleando como si fueran adolescentes.

Él se paró después y le cortó el paso exigiéndole alguna explicación con su mirada, pero para ella él no la merecía. El no merecía nada más que la culpa que sentía, la cual había enterrado deliberadamente. Victoria salió de la cafetería pero no volvió a subir a su oficina, ni siquiera bajó al estacionamiento a buscar su auto. Se fue caminando empapándose bajo la lluvia lo más lejos posible de ese lugar.

Ahora ya no le quedaba ningún asunto pendiente.