Un argentino en Brasil

HISTORIA DE BRASIL: ARQUITECTURA COLONIAL (Parte II) – Por Alberto Curia, especial para DiariodeCultura.com.ar. En las imágenes, vistas de Ouro Preto.

Continuamos con la Historia del Brasil y retomamos el capítulo anterior. En 1708 se creó la “Capitanía de Sao Paulo y Minas de Oro”, se separó Minas en 1720 y se constituyó en un territorio independiente que erigió su capital en “Vila Rica”, que en 1823 logró la categoría de ciudad por decisión del emperador Pedro I y se convirtió en la “Imperial Ciudad de Ouro Preto”, (Oro Negro).

Fué precisamente en esta ciudad donde se originó la famosa conspiración política de tintes liberales, llamada “Inconfidencia Minera”, en contra del poder portugués. Tuvo singular relevancia Joaquím José da Silva Xavier, conocido popularmente como “Tiradentes”, (sacamuelas), quien se hizo responsable de aquel movimiento para desligar a sus compañeros de lucha de todo acto de insurrección. “Tiradentes” fue procesado y ahorcado en 1792, convirtiéndose, desde entonces, en uno de los máximos héroes de Brasil.

“Ouro Preto”, es una de las ciudades que refleja con marcada precisión el pasado colonial brasileño, preserva su patrimonio. A lo largo de su tradición, luchó para que conservar la historia viva del lugar.

Fue capital del estado minero hasta 1897, cuando ese baluarte pasó a Belo Horizonte y “Ouro Preto” se convirtió en “Ciudad Monumento”, declarada Patrimonio Histórico de la Humanidad por la UNESCO en 1980.

Quien recorre esta ciudad la ve reflejada y, al mismo tiempo, detenida en la época. El turista se transporta por la magia de sus monumentos religiosos, en varios de los cuales está expresada la huella, el rastro de Antonio Francisco Lisboa, el “Aleijadinho”, quien vivió entre 1738 y 1814, convertido en el máximo y más renombrado escultor del período colonial en Brasil, encuadrado en lo que se denomina como el barroco minero y el rococó brasileño.

Lo más notable de la obra de Aleijadinho (significa “deformado”, debido a una enfermedad que le desfiguró los miembros), se halla en “Congonhas do Campo” y en la propia “Ouro Preto”, en la espléndida iglesia de San Francisco de Asís, en la que también sobresalió otro gran maestro del barroco brasileño, el pintor Manoel da Costa Athayde.

Estas obras explican buena parte de su esplendor, debido a la prosperidad económica derivada de la explotación del oro.

Congonhas, ciudad histórica y religiosa cuyos primeros ocupantes fueron los portugueses, entre 1691 y 1700, debe su máximo esplendor artístico a la llegada del “Aleijadinho”, en 1796, quien coordinó las tareas de realización de las imágenes de los “Doce Profetas”, esculpidos en piedra-jabón (1800-05), que están distribuidos en el patio del “Santuario do Senhor Bom Jesus de Matozinhos”, además de las 66 imágenes en madera de cedro correspondientes a las doce estaciones de la Pasión (1796-99). El Santuario había sido comenzado a construir en 1757, en lo alto del Cerro de Marañón y su nombre fue inspirado por los homónimos de Oporto y Braga, ambos de Portugal.

Entre 1769 y 1773, diversos maestros se encargaron de la construcción de la capilla mayor, las torres y el frontón de perfil ondulado, destacando entre ellos Francisco Lima Cerqueira y Thomaz de Maia Brito, uno de los arquitectos más célebres de los que actuaron durante el siglo XVIII en Minas Gerais.

La Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, en Mariana, es otro de los monumentos de referencia ineludible del barroco mineiro. Su construcción se inició en 1713 y hasta finales del XVIII se ejecutaron obras de carácter estructural y decorativo. A ese momento pertenece el modelo de tres naves, una rareza si pensamos que lo usual era la nave única.

De la edificación en São Paulo y Río de Janeiro, ya señalamos la importancia vital que tuvieron los paulistas en el derrotero histórico de Minas Gerais. Al hablar de la arquitectura religiosa paulista debemos mencionar la iglesia jesuítica de “Embú”, localizada fuera de la propia ciudad, que tiene sus orígenes en el siglo XVII, como fundación de la Compañía de Jesús en la antigua aldea indígena de M’Boy, ubicada en una zona montañosa, donde tenía su hacienda Fernão Dias Pais, tío de uno de los más recordados bandeirantes cazadores de esmeraldas.

En 1624 su mujer, Catarina Camacho, donó a los jesuitas esa propiedad y los indios a ella adscriptos, con la única obligación de potenciar el culto al Santo Crucifijo y la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. Para los jesuitas este sería un lugar seguro para proseguir con la catequización, protegiendo a los nativos de los esclavistas. El rigor de la disciplina jesuítica no fue fácil de asimilar para los indios y posiblemente por esto, en el cambio del XVII al XVIII la misión se trasladó a otro paraje, plagado de riachos donde los aborígenes podían dedicarse a la pesca. Allí fue construida una nueva iglesia, dedicada a la virgen del Rosario.

La decadencia llegaría en 1760 al ser expulsados los jesuitas por orden del Marqués de Pombal. Hacia 1940 el conjunto jesuítico, comprendido por el templo y la residencia de los padres, fue declarado Patrimonio Nacional y fue restaurado poco después. La residencia, que tuvo un pequeño y tosco claustro en su origen y que hoy conserva uno de mayor tamaño, guarda una serie importante de tallas del siglo XVII y posteriores.

En cuanto a Río de Janeiro, esta ciudad conserva un mayor número de monumentos relevantes de la época de la colonia, consideración en la que no puede obviarse el dato ya apuntado de su carácter de capital durante dos siglos, lapso en el cual se manifestaron con fuerza los influjos provenientes de Portugal. Por este motivo, se dio aquí un arte de mayor “erudición”, en contraposición con el carácter más popular de otras regiones como Minas Gerais o Pernambuco.

En Río de Janeiro funcionaron con normalidad gremios de diferentes oficios, que dieron una mayor consolidación a las edificaciones religiosas, en torno a las cuales se agruparon.

La vida cultural carioca se transformó en el Siglo XVIII debido a los cambios políticos, económicos y religiosos, estrechándose en esta época los lazos entre la ciudad y la Metrópoli. En ese momento, la influencia artística de Lisboa se hizo más evidente, en especial en el racionalismo arquitectónico y urbanístico potenciado tras el terremoto de la capital portuguesa en 1755, lo que impidió el arraigo del rococó y evolucionó, como es claro en Río, hacia soluciones de corte clasicista, como se aprecia en la acción de los ingenieros militares responsables de las obras civiles, religiosas y urbanas a partir de 1763.

En nuestra tercera entrega, abordaremos el recorrido colosal de los monumentos religiosos de Rio de Janeiro.

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