Un argentino en Brasil: Leyendas populares

“EL SURGIMIENTO DE LA NOCHE” – Por Alberto Curia, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Cuenta la leyenda que algunas tribus amazónicas creían que en el comienzo de los tiempos no existía la noche, que había sol durante todas las horas que duraba cada jornada y que solo cuando había nubes el cielo se oscurecía, dándole un descanso al astro rey, luego de tanta luz y calor.

Para ellos, cuando no se veía el sol, igaul continuaba el día, la negrura de la noche estaba dormida en el fondo del Rio Amazonas y había que tener cuidado de no despertarla.

En aquellas épocas, “Cobra Grande”, uno de los personajes más importantes del folclore amazónico tenía una hija muy linda.

El esposo de esa joven estaba irritado, debido a que la dama no quería dormir con él y la disculpa era siempre la misma: “Acostarse, para qué?, si todavía no es de noche!”, a lo que el apenado marido le decía que nunca sería de noche, pero ella, no lo complacía. «Solo me recostaré cuando anochezca», decía la exuberante mujer.

El hombre, en su intento de persuadirla, le dijo: «¿Quien se animará a despertar la noche desde el fondo de las aguas del rio?»

A lo que ella le respondió: “Mi madre sabe el secreto, ordene buscar un coco de Tucumã (municipio del estado de Pará)”. Al instante el marido mando sus empleados hasta el lugar.

A pesar de ir con suspicacia –pues hasta la actualidad, no hay indio que no se menee cuando escucha el nombre de esa entidad-, los aborígenes fueron hasta “Cobra Grande”, y le narraron lo solicitado por su hija al marido.

«No lo abran en ningún caso –dijo la serpiente-, entregando el coco a los enviados».

El fruto fue sellado con una cobertura de resina natural, para evitar la curiosidad de los emisarios que retornaron de forma inmediata.

Durante el trayecto el coco comenzó a vibrar con un sonido muy tenue, pero al mismo tiempo ronco y finito que se escapó de la cascara lacrada.

Ante el fisgoneo de los enviados, uno de ellos pensó que podría haber joyas y otras cosas de valor ahí adentro. Cuando escuchó esas palabras, el timonel también quiso indagar y dijo: “Vamos a parar y ver que hay aquí adentro!”.

«Vamos -dijo el timonel-, quiebre de una vez esa porquería», a lo que otro sugirió sacar el lacre y abrir el coco. Cuando lo hicieron, una nube negra escapó del interior y envolvió la canoa y su entorno, hasta el mismo río. Al mismo tiempo, miles de sapos y grillos salieron de la pulpa, se expandieron mundo afuera y le dieron a la noche su incomparable trilla sonora.

La oscuridad se expandió y alcanzó la casa donde moraba la resistente mujer y su esposo. Vea mi marido –dijo ella-, algo sucedió.

Más el hombre no podía ver nada, ni a su esposa. «Si no puedo verla en la oscuridad de la noche, entonces no tendremos nuestra noche?, expresó enfurecido. Seguidamente la quiso agarrar aunque sin verla.

-«¡No, espere!» -grito la mujer-, ahora tendremos que esperar el día! A lo que su compañero disgustado preguntó: «¿Habrá día otra vez?».

«Si, -respondió ella confiada-, el día no tardará». Y así, lentamente, una lucecita despuntó en medio de la oscuridad y la cortesana explicó a la postre: «Mire la estrella del alba, la que anuncia el día!, ahora voy a separar la noche del día, así tendremos las dos cosas alteradamente».

Con el surgir de la noche, había ocurrido una serie de metamorfosis de la naturaleza, bichos y aves de todas especies nacieron, y cuando ella miró al marido, vio que también él había sufrido cambios.

«¡Mi adorado!, -grito ella radiante-, que lindo que estás!»

El pobre marido se había transformado en un gallo con plumas algo verdosas entremezcladas.

«¿Que tontera es esta?» dijo al despertar… «Una verdadera maravilla», comentó la esposa y garegó: «A partir de ahora, siempre que el día nazca, vas a cantar para mí, despertándome de una noche de placido sueño!».

La joven mujer parecía verdaderamente feliz. Aunque su marido, no lo era con ese repentino cambio, por lo que preguntó: «¿Voy a ser esta horrible ave el resto de mi vida?.
«¿Horrorosa?», exclamó la joven ofendida.

En ese momento, los tres empleados que habían buscado el coco reaparecieron. De inmediato el marido, voló en dirección de ellos. Más, al verlos con sus cuerpos cambiados y llenos de pelos negros.

La mujer comenzó a reír sin poder parar y la luz de la aurora le permitió observar mejor; vio que los tres sirvientes imprudentes habían sido convertidos en chimpancés de dientes separados.

«Muy bien, ese es el premio a la insubordinación», dijo el ahora hombre-gallo, me siento vengado.

Los tres simios, se retiraron a los saltos para la selva, cargando con el castigo de haber trasgredido las normas establecidas.

Leyendas populares de los pueblos del interior en el norte brasileño…

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