Un argentino en París: Final trágico en el océano Pacífico de la travesía del comandante La Peróuse (Quinta parte)

Por Jorge Forbes, especial para DiariodeCultura.com.ar

El capitán de navío La Pérouse y las tripulaciones de sus barcos iniciaron en la primavera de 1788 una nueva fase de exploración alrededor de Nueva Holanda (actual Australia).

Fue alrededor de las Islas Vanikoro que se sellarían los trágicos destinos de la expedición deseada por el rey de Francia.

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A inicios de marzo de 1788, luego de seis semanas de una pausa reparadora, L’Astrolabe y La Boussole dejaban atrás Botany Bay –al sur de la actual Sydney, en Australia, llamada en ese entonces Nueva Holanda- y tomaban la ruta de Nueva Caledonia. Antes de zarpar, convencido de ese sentimiento que «en el fin del mundo los enemigos son hermanos», Jean François de La Pérouse fraternizó con la tripulación inglesa de la First Fleet durante la escala precedente y les entregó la correspondencia de la expedición, así como los documentos no confidenciales. Los británicos estarían de regreso en Europa antes que ellos.

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Para los marinos franceses el periplo de regreso, jalonado de exploraciones, debería durar más de un año. La Pérouse tenía previsto visitar la costa meridional de Nueva Caledonia, y hacer una escala en las Islas Tonga para,  luego de haber remontado hacia el noreste, poder cartografiar diversos archipiélagos de Nueva Guinea.

De allí el joven comandante esperaba  virar hacia el sudoeste para explorar la costa occidental de Nueva Holanda y luego ir a la India para llegar a l’Ile de France –hoy Isla Mauricio- en diciembre de 1788. La rada del puerto de Brest que los marinos franceses dejaron atrás hacía casi 3 años, debería poder ser avistada en el verano de 1789.

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Poco después de la muerte de Paul Fleriot de Langle, el segundo de a bordo masacrado en la expedición en Samoa, La Pérouse confó el mando de L’Astrolabe a otro capitán de navío –muy amigo suyo- Robert Sutton de Clonard. Pero las cosas ya no eran iguales. Sentado en el puente de su barco La Pérouse observaba el horizonte.

El orgullo que sentía de que ninguno de sus hombres haya muerto de escorbuto o de otra enfermedad, se veía opacado por esos largos meses en el mar.

«Es cierto que fui promovido jefe de escuadra, le dice a su nuevo segundo de a bordo, pero puedes estar seguro que nadie querría hacer este viaje a semejante precio». «Su nombre quedará por siempre en la historia, mi comandante !». La Pérouse se queda en silencio mientras  que la cara de su esposa bien amada, Eléonore, lo atormenta y obsesiona. «No se… a mi regreso mi esposa me tomará por un viejo de 100 años. No tengo más dientes ni cabellos.»

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Indígenas imprevisibles

La Boussole y L’Astrolabe llegaban por el este de las Islas Vanikoro. Las fragatas anclaron sus respectivos barcos muy cerca, entre la pequeña Isla Teanu, y la gran Isla Banie. No había nada de viento pero los marinos no mandan ninguna chalupa a tierra ya que la orilla estaba rodeada de una espesa neblina. La Pérouse y Clonard preferían esperar a que hubiese una mejor visibilidad ya que la zona estaba rodeada por arrecifes con fuertes corrientes y poblaciones de indígenas cuyo comportamiento era imprevisible. «Desembarcaremos mañana», anunció La Pérouse. Pero al caer la noche una tempestad se levantó y fue despertado por el fuerte viento y el ruido de las sogas contra el mástil por lo que La Pérouse se instaló en el puente del barco. Con su larga vista, logró ver la orilla que se acercaba peligrosamente, a pesar de la pesada ancla.

« Hagamos un desplazamiento hacia el sur, icemos las velas y rodeemos la gran isla por el sudoeste. Haremos una pausa en el lago, detrás de la barrera de coral», ordenó haciendo sonar la campana para despertar a los marinos. Mientras las fragatas se abrían camino entre los islotes de arena, La Boussole abandonó el canal y se atascó en un arrecife.

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El ruido del casco,desgarrado, produjo una preocupación mayor en el comandante que se precipitó  hacia Roux d’Arbaud, su oficial de guardia: «Con semejante vía de agua corremos el riesgo de un hundimiento muy rápido; nuestra única oportunidad es la de evacuar la nave para no ser arrastrados al fondo del mar. Pero antes de eso….». La Pérouse avistó en  la orilla, las antorchas de los «naturales», los cuales reunidos comenzaban a tirar las primeras flechas. Dio la orden de armar los cañones. «Comandante, arriesga el oficial de guardia, si tiramos se lanzarán al asalto y los sobrevivientes del naufragio serán diezmados». Escaldado por la aventura de Langle en la Isla de Maouna, La Pérouse no escuchaba nada. Perdido por perdido, le grita a su tripulación: «Abran fuego !». La fragata sacudida por las olas seguía chocando con las rocas  y se dislocaba mientras los cañones hacían temblar los últimos pedazos del barco.

«Todos los hombres al agua», gritó La Pérouse que en ese momento sentía cómo una flecha le desgarraba el hombro derecho. Tuvo apenas el tiempo de aferrarse a la mano de Roux d’Arbaud en los momentos en que el agua invadía el puente de la fragata. «Si llegas a sobrevivir al naufragio prométeme de ir a ver a mi esposa y decirle que mi último pensamiento fue para ella», murmuró, la mirada ya perdida. « Comandante, sobreviviremos» !. Pero su voz se perdió en la inmensidad sombría del mar. Roux d’Arbaud logró zambullirse por encima de la borda del navío. El barco se hundió, irremediablemente, al borde de los arrecifes de coral sin haber perdido el mástil.

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El resto de la tripulación murió ahogada o masacrada por los indígenas. L’Astrolabe, igualmente golpeada por las olas chocó contra otro arrecife, esa avería provocó 40 ahogados. Empujada hacia el oeste por las corrientes, la fragata encalló a la entrada de la laguna. Sobrevivieron al naufragio alrededor de 60 hombres, entre ellos Clonard, pero la mayor parte fueron masacrados por una tribu algunos meses más tarde.

El destino de la expedición eclipsado por la revolución

Solo 4 hombres sobrevivieron a ese doble naufragio y a esas masacres: 3 en L’Astrolabe –Simon Lavo, cirujano; Joseph Richebecq, marinero y Joseph Hereau, criado al igual que Roux d’Arbaud, oficial de La Boussole. Al otro lado del mundo, se atraso de la expedición en volver inquieta,  y llegó a fines de 1788, aunque el fragor de la Revolución acaparaba los espíritus.

En 1790, el banquero de Laborde, de duelo por la muerte de sus dos hijos en Port-aux-Français hacía un llamado a la Academia de Ciencias : «Si nuestros infortunados hermanos están en la situación que me imagino y sospecho, que sera de ellos si la Patria los abandona ?».

En 1791 la Asamblea Nacional votó un decreto en el que se atribuían 4.000 francos oro a todo marino que llegara a descubrir sus rastros. El mismo año la primera expedición, dirigida por el almirante d’Entrecasteaux, con los barcos La Recherche y L’Esperance, parten a la búsqueda de La Pérouse. En vano.

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Pese a la Revolución, el rey Louis XVI siguió preocupado por el destino de la expedición hasta el último momento de su vida.

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El 21 de enero de 1793 cuando lo subieron al cadalso, en la plaza de la Revolución para ser guillotinado, la leyenda cuenta que habría hecho la siguiente pregunta: «Tenemos algunas noticias de La Pérouse ?».

 Para más datos: [email protected] o forteressedufauconnoir.com

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°Jorge Forbes es un periodista argentino que reside en Francia y que desde 1982 es corresponsal en París para diferentes medios, tanto en la Argentina (Radio Continental), como de Estados Unidos (Voice of América), México (Radio Noticias) y Uruguay (Radio Sarandí).
Actualmente colabora con Diario de Cultura y con Arte y Colección y propone visitas en la capital francesa (privadas o en grupo, no más de 4 personas) por lugares donde vivieron argentinos famosos y conocidos, así como sitios poco conocidos para turistas, incluso aguerridos en la materia. Se recomienda hacer el pedido por email a [email protected] o al teléfono celular en Francia: 0033606837915.
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