Un argentino en París: Napoleón Bonaparte

SU CULPA EN EL FUSILAMIENTO DEL DUQUE DE ENGHIEN EN EL CHATEAU DE VINCENNES – por Jorge Forbes, desde Francia, especial para DiariodeCultura.com.ar.

El 21 de marzo de 1804, el duque de Enghien, falsamente acusado de ser el jefe de una conspiración destinada a derrocar y eliminar al Primer Cónsul (Bonaparte), era fusilado. «Jamás participé a ninguna conspiración secreta», afirmó el duque antes der ser ajusticiado.

«¿Hay alguien entre ustedes que tenga un par de tijeras?», le preguntó a los gendarmes al borde de una de las fosas del château de Vincennes en las cuales moriría instantes más tarde.

Los últimos latidos de su corazón, y su mente, estuvieron destinados a Charlotte de Rohan, la mujer que amaba desde hacía 12 años.

Napoleón Bonaparte, el cual veía complotar a presuntos enemigos por todas partes que querían derrocarlo, hizo ejecutar a Louis Antoine de Bourbon, duque de Enghien.

Se hizo cortar un mechón de sus cabellos, lo deslizó en un sobre con su anillo de oro y le entregó ese último regalo al coronel Noirot que se aprestaba a fusilarlo con 15 soldados.

Con la camisa mojada por la helada lluvia que se precipitaba desde un cielo negro, el jóven duque gritó: «tengo que morir de mano de los franceses! Me harán un gran servicio de no fallar con vuestros disparos».

Una pequeña lámpara que iluminaba levemente el lugar guiaba los fusiles. Cayó acribillado de balas en el rostro y en el pecho. Al ruido de los disparos le siguieron los ladridos desesperados de Moilow, el perro que le regalara Charlotte. El pobre can, que lo seguía por todas partes, se precipitó sobre el cuerpo ensangrentado de su amo, arrojado rápidamente en la fosa, cavada al pie de la torre de la Reina.

Todo ocurrió muy rápido para el infortunado príncipe de sangre real, primo lejano de Louis XVI, al cual muchos soñaban con instalar en el trono de Francia.

Su proceso, instruido por una comisión militar, duró apenas algunos minutos. Todo estaba jugado de antemano por órden del régimen. Napoleón Bonaparte que rabiaba y sospechaba por múltiples ataques que los realistas y los ingleses querían destronarlo, fulminó.

Uno de los últimos ataques, llevado a cabo por el jefe «chouan» Cadoudal y el general Pichegru, excedió todo lo pensado y esperado: querían eliminar al Primer Cónsul para restablecer la monarquía y entregar la corona a un Borbón.

Si, pero ¿a quién interrogaron Bonaparte y sus ministros?. Las sospechas, basadas en una errónea revelación de un espía, se orientaron hacia el duque de Enghien. A pesar de no ser partícipe del complot, el duque fue el blanco del futuro emperador, decidido a asestar un gran golpe a los monarquistas que querían abatirlo.

«Los Borbones creen que pueden derramar mi sangre como si fuera la de un animal. Voy a devolverles el terror que quieren inspirarme» bramó Napoleón. El blanco fue fácil de alcanzar dado que Enghien vivía un exilio en Ettenheim, cerca de Estrasburgo, del otro lado de la frontera.

En la noche del 14 al 15 de marzo, más de 600 gendarmes asediaron su casa y lo detuvieron. Durante el proceso expeditivo en Vincennes, el acusado afirmó a los gritos que jamás participó a un complot secreto. «Es un insulto -juró el duque- creerme capaz de algo tan innoble», lo cual no negaba, por el contrario, su deseo de hacer caer al Primer Cónsul.

Sus protestas no fueron jamás escuchadas, ni siquiera las lágrimas de Josefina que en vano le suplicó a su marido no matarlo. El 21 de marzo, el Código Civil, obra maestra del Consulado, fue promulgado y el duque fusilado.

Dos facetas, luminosa y sombría, de un régimen que derivará, poco a poco, hacia una dictadura y una guerra permanente. La muerte del jóven duque iba a inspirar al diputado de la región de la Meurthe, Antoine Boulay, un juicio defintivo: «peor que un crímen es una falta».

Para una gran parte de los realistas, el duque de Enghien representaba una especie de tercera vía, sobre todo, para aquellos que no aceptaban a los hermanos de Louis XVI o al duque de Orleans.

Por eso, estaba en la mira de la policía y vigilado estrechamente en su exilio… y tenía razón el duque de Enghien ya que no participó en la conspiración que le costó la vida y  que, además, reprochaba, aunque igualmente quería derrocar a Napoleón.

Fué el único caso de ejecución política. Napoleón sabía lo que hacía y lo asumió hasta el fin de sus días, ya que en su testamento escribió: «Era necesario». Y los hechos le dieron la razón. En Europa la ejecución ocasionó una viva emoción. No asi en Francia, donde no hubo manifestaciones populares en contra. Poco después cesaron las conspiraciones y el Imperio fue proclamado.

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Jorge Forbes es un periodista argentino que reside en Francia y que desde 1982 es corresponsal en Paris para diferentes medios, tanto en la Argentina (Radio Continental), como de Estados Unidos (Voice of América), México (Radio Noticias) y Uruguay (Radio Sarandi).
Actualmente colabora con Diario de Cultura y con Arte y Coleccion y propone visitas en la capital francesa (privadas o en grupo, no mas de 4 personas) por lugares donde vivieron argentinos famosos y conocidos, asi como sitios poco conocidos para turistas, incluso aguerridos en la materia. Se recomienda hacer el pedido por mail a [email protected] o al teléfono celular en Francia: 0033606837915.
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