Una cierta mirada al cine nacional

“ALGO PODRIDO HUELE”, reseña sobre EL PATRÓN, de Sebastián Schindel, por Osvaldo Beker, para Diario de Cultura.

En esta película protagonizada por Joaquín Furriel (“Un paraíso para los malditos”, “Verano maldito”: parece que el adjetivo maldito ahora también deberá aplicarse) no puede negarse que se genera un efecto contundente en el público, uno repulsivo, de asco, y no por la realización, sino por lo que ella aborda, cosa que se traduce, con este film -afortunadamente-, en un gran comienzo del año cinematográfico en la industria nacional.

Precisamente, el director Sebastián Schindel (“El rascacielos latino”, “Mundo Alas”, “Rerum Novarum”) trata de examinar lo que el ser humano corrupto puede llegar a hacer con los alimentos y, en este caso puntual, con la carne, comida primordial entre nosotros.

Esta experiencia transpositiva de la literatura al cine a partir de la novela del criminólogo Elías Neuman, ha gozado de una muy buena recepción por parte de la crítica, y esto es del todo razonable, pues las performances son de gran calidad: el personaje encarnado por Furriel, que ostenta el estrafalario nombre de Hermógenes, es construido gracias a una increíble transformación física y psicológica del actor; Germán da Silva (a quienes ya venimos viendo en excelentes papeles en “Las Acacias”, “Relatos Salvajes”, “Marea Baja”) se está perfilando, de manera paulatina, en un gran intérprete de nuestra pantalla grande; Luis Ziembrowski renueva sus dotes interpretando el rol de un patrón desalmado, más allá de que en ciertas oportunidades pueda parecer un tanto estereotipado.

El guión, por su parte, está configurado de modo tal que deja en el espectador una sensación de conmiseración, o de lástima, o de pena, o de rabia, tanto que muy bien podríamos ponernos a debatir sobre la existencia de una situación quizás definible como la “inevitabilidad” de un crimen: el humildísimo e ingenuísimo Hermógenes llega desde la provincia de Santiago del Estero, junto con su mujer, para trabajar como empleado en una carnicería perteneciente a una cadena en el barrio de Mataderos, cuyo dueño es el cruel “patrón” (Ziembrowski), quien no tiene ningún reparo en acumular reses en mal estado para venderlas luego a su clientela, en los cortes argentinos acostumbrados, tras un dudoso proceso de recomposición higiénica: he allí las secuencias más categóricas de la película.

Aquella inevitabilidad de la que hablábamos más arriba, pero ahora en el consumo de comestibles, se repite y se impone en cualquier individuo/espectador/conocedor que, luego de ver esta historia, solo tendrá que resignarse y pensar en otra cuestión en cada ocasión que se siente frente a un plato de comida.

Algo interesante en “El Patrón: Radiografía de un crimen” (tal el título kilométrico original) constituye la discusión sobre su estatuto genérico: ¿se trata de un policial?, ¿de una película de ribetes jurídicos?, ¿de un testimonial? ¿O podría hablarse tal vez de un conjunto híbrido? Creemos entrever que la última pregunta retórica es la que tiene su respuesta correcta ya incluida.

Los tres órdenes se resuelven en dos líneas diegéticas bien definidas que están representadas (y configuradas en saltos temporales tanto retrospectivos como prospectivos) por los vericuetos palaciegos en Tribunales –por ejemplo, una escena de manipulación de archivos y su consecuente descubrimiento- y la hipermostración empecinada de “lo” asqueroso, de “lo” repugnante, “lo” nauseabundo.

Bien vale relativizar en este punto lo que dijera el francés David Le Breton en distintos artículos sociológicos sobre la idea de que “el asco” es una cuestión cultural. ¡Pero si acá hay hasta gusanos en el medio de la carne verdosa descompuesta! “Sos callado y laburás bien”, le dice el patrón apellidado Latuada al ¿inocente? Hermógenes: el abuso en la confianza de los justos es la tesis elaborada en la película.

 

Por: Osvaldo Beker.