Una de poetas: Enrique Solinas habla sobre Olga Orozco

El poeta Enrique Solinas conoció a la gran Olga Orozco en la adolescencia y fue su amigo hasta que Olga murió. En esta nota nos cuenta sobre esa relación que lo marcó para siempre – Por Amalia Gieschen, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Una amistad para toda la vida

El poeta Enrique Solinas se hizo amigo de Olga Orozco a los 15 años. La había empezado a leer dos años antes. Su papá tenía toda la colección de Losada en la que Olga había publicado Desde lejos, su primer libro de poemas. De la biblioteca del padre pasó a la del diario La Prensa, en donde le trajeron una pila de libros de Olga atados con un cordón.

No la entendía mucho, pero había algo que le fascinaba: el ritmo, el verso largo. Un día abrió el diario y se encontró con que leía en la Casa de La Pampa. “¡Justo la poeta que estoy leyendo!”, se entusiasmó. Salió del colegio y en el evento se sentó atrás de todo. “Me enamoré a primera vista, me morí. Morocha, ojos verdes increíbles y esa voz que salía desde lo profundo. Quedé impactado”.

“Venir de la calle y sentir su magia, fue un quiebre en mi percepción de la realidad. Cuando se terminó el evento, me quedé sentado. Alguien se me acercó y me dijo que Olga quería hablar conmigo. Me preguntó que hacía ahí y me invitó a su casa ese sábado”, relata Enrique. “Creo que le llamó la atención mi edad y que estaba empezando a escribir”.

Así empezó una larga relación. “Me esperaba con el café con leche y me daba un autor para leer. Gracias a ella, descubrí a Silvia Plath, a Edgar Lee Masters. También recitaba poemas de memoria”. Volvía no sólo habiendo leído al poeta recomendado, sino también con sus propios poemas. Los corrigieron juntos hasta ir armando el primer libro de Enrique, Signos Oscuros. “Es muy orozquiano”, reconoce.

Cuando tenía alrededor de veinte años dejó de verla. “Me reía de los nervios porque sentía que Olga era muy inteligente y yo muy tonto”. Tuvo que pasar un tiempo. Era necesario para sentirse más seguro de sí mismo. “Tres o cuatro años después, cuando se editó mi primer libro, se lo mandé y empezamos a vernos de nuevo. Le expliqué lo que pasó y nuestra amistad siguió hasta que ella falleció”.

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El revés de la trama

“Yo miro más allá”, decía Olga, que había escrito el horóscopo de la revista Claudia. “Un día soñó que un tribunal la juzgaba por haber adivinado el futuro. A partir de ahí dejó de tirar el tarot”. En su libro Los juegos peligrosos, hace referencia a este tema. Poeta metafísica, con un gran desarrollo de su dimensión espiritual, Olga era muy creyente. “Me llamaba para que la acompañe a las misas del cura y poeta Hugo Mugica”.

No se sentaba a escribir todo el día, publicaba poco, cada varios años. Primero iban apareciendo sus poemas en el diario y después los reunía en forma de libro. “Era muy introspectiva. No me dejaba entrar en su forma de trabajar. Alguna vez me llegó un poema sin terminar, pero mucho no podía decirle. Aprendí a leerla a partir del contacto con ella”.

Según Enrique, con Olga se podía charlar absolutamente de todo. Era muy graciosa, incluso en sus últimos momentos. Transformaba algo que podía ser molesto en algo humorístico. “Era muy coqueta. Yo sabía eso, así que siempre le hacía algún comentario sabiendo que a ella le iba a gustar. Le encantaba recibir regalos y flores, sobre todo violetas. Tenía un jardín en la terraza de su dúplex en Juncal y Larrea”.

Al contrario de lo que dicen algunos, era muy generosa. Si querías tener una charla, te recibía. Le abría la puerta a todo el mundo. Su teléfono sonaba todo el día, la acosaban. “Una vez me llamó y me conminó a ir. Había una señora instalada en su living que había sacado una horda de papeles y libros. ¡Le estaba leyendo su obra completa!. Olga no sabía cómo frenarla, así que, después de escucharla un rato, yo le dije a la señora que ya era suficiente. Se ofendió”.

La obra de Olga hace uso de tradición y vanguardia. En versos endecasílabos, sondea imágenes surrealistas. “También utiliza la tensión del cuento fantástico o de terror. Lean Señora tomando sopa. Además, me gusta el poema No hay puertas, es mi preferido. No lo dijo en ningún reportaje, pero yo sé que fue escrito para Enrique Molina, quien fue su pareja. Ella estuvo perdidamente enamorada de él. Terminaron siendo amigos”.

La corona final

Olga falleció en una operación de várices. Precavida, hizo llamar a un escribano y a su exmarido para hacer un testamento. El manejo de la obra se lo legó a tres amigas que estaban peleadas. «Si me quieren, van a tener que arreglarse». Tardaron diez años en ponerse de acuerdo. “Olga era muy afectiva, muy inteligente. Demostraba el cariño con hechos”.

Cuando murió, Enrique Solinas no quiso ir al entierro. Estaba muy deprimido. Había interactuado mucho con ella. Cada tanto, busca sus grabaciones en YouTube para escucharla. Tiene guardados los mensajes que le dejó en el contestador.

“Yo siento que ella fue el principio de todo lo que hice después, de los temas que toco en mis poemas: la búsqueda de Dios, de la muerte. Me encantaría que hoy hubiera una figura así de grande. Nadie puede ocupar su lugar”.

Pero hay algo que Enrique no sabe: cuando la recuerda: Olga está más viva que nunca.

Cuando escribe, también.

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° Amalia Gieschen es poeta y periodista (TEA, 2003). Lleva adelante el proyecto audiovisual Poetas x Poetas desde el año 2015 junto a Sigfrido Quiróz Tognola. Su columna “Libros que queman” se transmite todos los viernes al mediodía por Radio del Bosque. Fue antologada en el libro “Gruñendo” (Hemisferio Derecho Ediciones, Bahía Blanca, Argentina, 2007) y tradujo del inglés al español la novela “El corazón de las tinieblas”, de Joseph Conrad (Gárgola Ediciones, Buenos Aires, Argentina, 2008).