La entropía, esa consecuencia desagradable del consumismo, ha sido un tema de los reality shows casi desde el nacimiento de ese género televisivo. Desde Cada cosa en su lugar hastaAcumuladores: Enterrados vivos, hemos visto lo patológica que puede ser nuestra relación con los objetos, y lo incapaces que somos de desenterrar lo que hay debajo de todas esas pertenencias. Los programas para eliminar todo lo que ya no necesitamos de nuestro hogar ahora tienen una estructura narrativa tan rigurosa como el viaje del héroe o un poema de Petrarca. En ellos, ordenar un lugar se vuelve una misión, y la casa organizada se convierte en un símbolo de nuestro yo que renace.
La especialista japonesa apuesta al blanco impoluto en ¡A ordenar con Marie Kondo!Fuente: LA NACION.
No hay héroes ni villanos de verdad. Tan solo la conciencia de una cultura de consumismo desatada, de vidas bien vividas en casas que en su mayor parte tienen mucho espacio donde guardar cosas, y el reconocimiento nuevo y conflictivo -sobre todo cuando vemos la habilidad con que establecieron su hogar un par de entretenidas parejas gay, una de chicos y otra de chicas- de que una generación de estadounidenses quizá jamás aprendió a cuidar de sí mismos como se debe.
¿A qué nos estamos aferrando? Muchos pantalones de frisa desgastados y ganchos en la casa de los Friend, donde un matrimonio con dos niños pequeños sufre la tensión de la incapacidad de Rachel Friend para mantener el orden, a pesar de que la ayuda una empleada a lavar la ropa.
Para los Mersier, una familia de cuatro integrantes que se mudó de una casa a un departamento de tres ambientes, el problema tiene que ver aún más con el género: Katrina, una estilista, ha internalizado de manera tan profunda que recae en ella toda la responsabilidad del desorden familiar que el resto de los integrantes no puede encontrar ni las medias sin preguntarle dónde están. Ella llora por lo que -según su percepción- es su propia incapacidad para desempeñarse como ama de casa competente.
Es inevitable sorprenderse con estas injusticias hasta que Kondo le muestra a cada hogar y a cada familia que su método de organización no tiene género y es una tarea en la que toda la familia necesita participar, incluso los niños pequeños.
«Cuando doblas la ropa es importante mostrarle tu amor a las prendas desde las palmas de tus manos», le dice a Rachel y a Kevin mientras les enseña su técnica distintiva para doblar ropa (enrollar rectángulos bien hechos con las prendas y almacenarlos de manera vertical).
¿Acaso las hijas pequeñas de Kondo la ayudan a ordenar todo? Desde luego, y vemos cómo lo hacen en el programa: dos niñitas regordetas que hábilmente enrollan y almacenan cosas en un espacio prístino y encantador, donde la cámara visita a Kondo en secciones narrativas del reality de Netflix, aunque la especialista admite que sus hijas a veces se rebelan y desorganizan su propio trabajo.
«Las regaño», dice dulcemente, aunque es difícil imaginar que Kondo, de hablar delicado y apariencia angelical, pueda incluso alzar la voz.
En la casa de los Akiyama, un matrimonio de cuatro décadas cuyos hijos ya se fueron de casa, hay habitaciones llenas de decoraciones navideñas, con muchos cascanueces, así como las tarjetas de béisbol de él y la ropa de ella, que sale desbordada de los armarios; muchas de las prendas incluso conservan su etiqueta. Después de tantos años juntos, ya no charlan tanto después de la cena, explica Wendy a Kondo y a sus espectadores.
En la casa de Frank y Matt, el problema son las hojas con historias de los Power Rangers que escribió Frank, además de otros documentos. Angela y Alishia, recién casadas que estrenan hogar, tienen una cantidad sorprendente de zapatos. Margie, cuyo esposo murió de cáncer recientemente, debe enfrentarse a disponer de su ropa, que es aún una presencia poderosa en el armario del hogar que compartían.
Para Margie, el método KonMari, como se le conoce, quizá es lo más tenso: ¿qué objeto de entre las pertenencias de un ser querido que ya no está no le provocaría alegría? Sin embargo, Margie demuestra tener mucha fuerza y con cuidado reúne las cosas de su marido y comienza a acomodarlas, hasta que la cámara, por fin, decorosamente se aleja, dejándola con su auténtico dolor y rompiendo las convenciones incansables de los reality shows.