Pesqueros artesanales, los íconos de Mar del Plata que se debaten entre el turismo y la extinción

Las embarcaciones siguen siendo un atractivo para los turistas en el puerto. Amenazadas por los grandes buques, solo queda poco más de una docena de las clásicas lanchas; sus propietarios buscan darles otros destinos comerciales

Carlo Greco camina desde la Banquina Chica hasta la playa de estacionamiento, donde marca con contundencia cómo cambió su vida. «¿Que cómo estamos? Mirá, vendí la lancha y me compré este taxi», explica aLA NACION sobre la alternativa que debió buscar ante las dificultades que afrontan las típicas embarcaciones de pesca artesanal del puerto local, conocidas como lanchas amarillas. Donde hace medio siglo la postal turística supo mostrar casi 200, hoy solo sobrevive menos del 10%, con apenas poco más de una docena en actividad. El destino de esas pocas está entre sobrevivir como siempre, lanzando redes al agua; una difícil reconversión hacia el turismo o, como ya ocurrió con la mayoría de ellas, desaparecer.

Origen e historia de la pesca local desde su modalidad casi artesanal, hoy esos cascos se reparten abandonados en cercanías de los muelles, condenados al desguace. En tanto, algunos de los que aún están a flote ya no pueden operar porque sus propietarios vendieron su permiso de pesca que los habilita para capturas irrestrictas a los dueños de los grandes buques de altura.

Mayores restricciones para la navegación, exigencias de seguridad adicionales previas a zarpar, la pesca lejos de la costa y los altos costos en relación con la rentabilidad contribuyeron a lo que se perfila como una inexorable desaparición de la flota, al menos desde su concepto original.

«Hasta inicié las gestiones para convertirla en una embarcación de paseo, para que los turistas naveguen por el puerto como lo hacemos cuando salimos a pescar, pero nunca pudimos avanzar», resume Miguel Ángel Malvica, que tiene a su lancha Las Dos Hermanas amarrada en medio de otras cuatro que están inactivas.

Son embarcaciones confeccionadas en madera y la mayoría con casi o más de medio siglo de antigüedad, casi todas fueron construidas y timoneadas por inmigrantes o descendientes de italianos. Salen a pescar y deben volver en el mismo día, sin alejarse más de 15 millas de la costa, con una tripulación que ronda las cinco a siete personas, las suficientes para operar las máquinas, arrojar y recoger las redes.

Les quedó su identificación porque originalmente lucían un color amarillo intenso. Hoy la pintura mutó a tonos que van hacia el naranja porque les permite ser más visibles en alta mar. También estos barcos salen de a pares para tener asistencia cercana. Es que en ese ámbito son verdaderas cáscaras de nuez y, de tanto en tanto, protagonistas de tragedias.

Luis Ignoto, presidente de la Sociedad de Patrones Pescadores, admite que el destino de esta flota parece no tener mayores alternativas. En este sendero remarca las condiciones que influyeron para que así se haya dado. «Mermó el recurso, el pescado quedó cada vez más lejos y de esta manera es muy difícil que la actividad sea rentable», explica.

Pasiones

Greco, de 55 años y cuarta generación de pescadores, cuenta que hace siete que se desprendió de la titularidad de la lancha Santa María, que hoy luce completa, pero en tierra, justo en la puerta de la Escuela Nacional de Pesca, que está en jurisdicción del puerto local. Otras están desparramadas, casi a modo de descarte, en la plaza seca de la Banquina Chica, el más clásico paseo turístico marplatense. Y otras pocas amarradas, copadas por lobos marinos.

La pasión por la labor pesquera lo puede y por eso Greco también continúa trabajando como patrón en una de las lanchas de la hoy mínima flota artesanal. «Cuando hay buen tiempo, salimos a pescar; cuando no, me subo al taxi», resume. Lamenta que la tradición y, sobre todo, la difícil formación para navegar y pescar en este tipo de embarcaciones, con artes manuales, no tenga seguidores como en otras épocas. «Las lanchas amarillas son la verdadera escuela de pescadores», cuenta. En el puerto afirman que los mejores capitanes de pesca se forjaron a bordo de esos cascos.

La flota, reducida a su mínima expresión, hoy da trabajo a unas 70 u 80 familias. Viven de la pesca de cornalito, caballa, bonito o atún rosado. Admiten que la actividad durante el último año fue buena, no mucho más. En julio empieza la zafra de la corvina, que lleva a muchas de las embarcaciones a hacer base durante buena parte del invierno en la Bahía de Samborombón.

En los últimos tiempos la mayoría de los propietarios aceptó vender porque el cuerpo ya no da, no encontraron herederos que sigan con esta actividad y en ese permiso de pesca hay además una oportunidad económica muy grande. A la que quizás antes no habían apelado porque los dominaba mucho más la pasión.

En 2008, el Concejo Deliberante declaró a las lanchas amarillas «de interés municipal» ante la necesidad de «preservar el patrimonio cultural» que representan, y esa ordenanza ya pedía a las autoridades «preparar y servir el porvenir sin destruir el pasado». De poco sirvió. Fuentes del municipio reconocen preocupación y entienden que se deberían articular ideas y esfuerzos desde lo público y privado para preservar este puñado de embarcaciones. Aun cuando ya no se usen para la pesca.

Avasallados por los buques de mayor porte, que se quedan con la mayoría de las capturas, los propietarios de las lanchas amarillas intentaron en varias oportunidades un proceso de reconversión. Por ejemplo, acceder a créditos blandos para sostener el permiso e invertir en embarcaciones más grandes, que les permitan ir a pescar a mayor distancia de la costa. «Lo intentamos desde 1999, pero nunca se logró por distintas trabas», recuerda Ignoto.

Desde la Sociedad de Patrones Pescadores se buscó además encontrar una opción para que esas embarcaciones menores y ya sin permiso perduren en la Banquina Chica, pero con otro destino. Se las pensó como lanchas de pesca deportiva, también de paseo para turistas y hasta como ambiente gastronómico. Las normas vigentes no les dan esas chances. Otra opción que no se descarta es que se las destine a la capacitación de nuevos pescadores. Por lo pronto unas pocas hacen salidas de pesca. Otras, con cabos fijos al muelle y con fin de vida útil oficializado, transcurren su último descanso en la postal de la que son protagonistas desde hace más de un siglo.