Congreso de la Lengua. Los dilemas del español en tiempos inciertos

El último director del Diccionario de la lengua española, Pedro Álvarez de Miranda (foto), considera estéril la nostalgia en materia idiomática, aunque ve difícil que prospere el lenguaje inclusivo porque «debería ser aceptado por todos»

No fue la fotografía o la trama aquello que más le impactó de la -por entonces- candidata al premio Oscar. En un cine madrileño asistió a una proyección de Roma, de Alfonso Cuarón, y allí presenció un hecho inédito en su trayectoria como investigador y erudito de la lengua: la película tenía subtítulos. Sobreimpreso en la pantalla aparecía en el español de España la traducción del mixteco, pero también del mexicano. Una actriz pronunciaba «enojada» y el espectador podía leer «enfadada» en simultáneo.

«Es un precedente un poquito peligroso empezar a traducirnos entre nosotros. Creo que era la primera vez que se ponía en cuestión la unidad de la lengua», asegura el miembro de la Real Academia Española Pedro Álvarez de Miranda. El catedrático se presentará en VIII Congreso Internacional de la Lengua Española, que se celebra del miércoles al sábado en la provincia de Córdoba. Ni nostálgico ni apocalíptico ni eufórico, reflexiona sobre el escenario actual del segundo idioma más hablado del planeta, solo superado por el chino.

Álvarez de Miranda dirigió la última edición del Diccionario de la Lengua Española, un tesoro de conocimiento y uso léxico cada vez más panhispánico, menos eurocéntrico, y que intenta desterrar el término con el que se lo conocía hasta hace poco: Diccionario de la Real Academia Española (DRAE). Este profesor celebra la diversidad dentro de una misma lengua, aquellas diferencias léxicas y gramaticales que no impiden que los hispanoparlantes se comuniquen entre sí. «Si estamos tan orgullosos de ser 500 millones, tenemos que aceptar la variación tan natural de las lenguas», afirma, y se refiere al voseo rioplatense, es decir, la utilización del pronombre vos en lugar de tú. «Era un tratamiento de mucho respeto en español antiguo que, en el Río de la Plata y en Centroamérica, fue desvalorizándose o democratizándose y se terminó de convertir en todo lo contrario: en un tratamiento de familiaridad», explica.

El año pasado, poco antes del verano europeo, la Real Academia Española, recibió un pedido de la flamante vicepresidenta de gobierno Carmen Calvo. La funcionaria quería conocer la opinión de los expertos sobre el presunto sexismo de la Constitución de 1978. La idea consistía también, señalaban algunas esferas cercanas al Ejecutivo, en conocer el escenario para buscar incorporar el lenguaje inclusivo a la Carta Magna, un plan que los juristas repudiaron de inmediato. La Academia conformó una comisión integrada por dos hombres, Álvarez de Miranda, quien había publicado El género y la lengua, e Ignacio Bosque (autor del tan citado documento en estos debates «Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer»), y dos mujeres, Inés Fernández Ordoñez y Paz Battaner. Este grupo de académicos redactó un informe de 25 páginas. Algunos pasajes del informe se filtraron a la prensa, pero aún no se hizo público, hecho que lamenta Álvarez de Miranda.

 

«La vida política da muchas vueltas y tiene un ritmo mucho más rápido que la vida académica. A la vicepresidenta parece que ya no le interesa el informe. No contiene ninguna sorpresa y sostiene que, lingüísticamente, la cuestión es muy clara. La Constitución está redactada en la lengua española de 1978 que no es sustancialmente muy diferente a la lengua de 2019. Cuando dice: ‘Los españoles tienen derecho…’, todo el mundo entiende que se refiere a los españoles y a las españolas. Sería una pesadez tener que desdoblar todos los géneros». Pero sí hubo un punto clave que señaló la comisión y es que la palabra «reina» solo aparecía con el significado de consorte del rey. El contexto actual donde la heredera del rey Felipe VI es niña sí requeriría un cambio.

Una visión sin nostalgias

Lejos de ingresar en un tono de tribuna o de alarmarse, Álvarez de Miranda es amigo de los matices y de escuchar argumentos. Estudioso de la historia de la lengua, conocedor del griego y del latín, la pregunta que emerge a menudo es por qué quedó «marcado» el género masculino en la lengua española, es decir, por qué se llama «alumnos» a un grupo de estudiantes de ambos sexos y no «alumnas». No habla de «patriarcado», mucho más que un sustantivo, sino de una idea y práctica que el feminismo denuncia. «Esa palabra tal vez pueda ser sustituida por una más precisa que es ?androcéntrica’. Creo que las sociedades occidentales son androcéntricas, donde los valores masculinos han tenido preeminencia sobre los valores femeninos. Alguna razón extralingüística tiene que haber y eso ya desborda mis conocimientos. Es una cuestión de antropología lingüística. Lo que trato es de desdramatizarlo. También hay un número no marcado, que es el singular frente al plural, o hay veces en las que el presente tiene valor de pasado. Forma parte de la economía de las lenguas. No hay que convertir esto en un casus belli«.

Álvarez de Miranda sostiene que es muy difícil que prospere el «todes» en el lenguaje español. «Históricamente jamás ha ocurrido que unos hablantes inventen un morfema [en este caso sería el morfema «e» como indicador de género neutro]. Si invento una nueva palabra, esa nueva palabra necesita ser aceptada por todos, cosa que no es fácil, pero que puede ocurrir».

 

Experto en la lengua española del siglo XVIII, su vida no consiste solo en conversar con académicos e intelectuales e invocar el pasado en forma de verso. Álvarez de Miranda es un profesor querido por sus jóvenes alumnos, a quienes escucha con atención para comprender lo que dicen y cómo lo dicen, cuáles son las nuevas palabras y expresiones que utilizan. «Me parece que la actitud nostálgica en términos de la lengua siempre ha sido un poco estéril. Yo no comparto esta visión catastrofista porque tengo la visión de un historiador que se interesa por una lengua que tiene ocho o nueve siglos de vida y que va cambiando. Las únicas lenguas que no cambian son las que están muertas. Y no cambian para peor. Cambian sencillamente. No es misión del historiador calificar esos cambios. Esas posturas puristas no conducen a ninguna parte. Fernando Lázaro Carreter reunió unos artículos en El dardo en la palabra y tuvo que reconocer en el prólogo que algunas cosas que lo habían indignado años atrás ya habían dejado de hacerlo porque se habían vuelto normales en la lengua estándar».

La velocidad de la tecnología y el espacio acotado de las redes sociales también altera algunas normas de la lengua escrita. Nuevamente, el académico no se escandaliza y escucha las novedades. «Lo que hace la lengua es adaptarse a los medios, adaptarse al canal. Suelo recordar que cuando surgieron los telegramas, que se redactaban con una sintaxis muy peculiar, muy económica, también hubo voces de alarma. Decían que iba a destrozar la lengua y no destrozó nada. Si un joven usa una determinada modalidad de lengua en WhatsApp y luego sabe cambiar de registro cuando la situación comunicativa es otra, estupendo. Una persona culta no es la que siempre habla muy bien, con un lenguaje impecablemente elaborado, sino la que sabe adecuar la lengua al registro y sabe utilizar los recursos de economía de un WhatsApp y también redactar un trabajo universitario».

Cuando viaja en metro espía las lecturas de los pasajeros. En estos tiempos de múltiples distracciones y de relaciones líquidas, en términos de Zygmunt Bauman, no cree que esta atmósfera haya contagiado a la literatura o enfermado a los lectores. «No creo que hoy la gente lea novelas cortas necesariamente. El aficionado de la lectura lo es con todas las consecuencias».

Por: Laura Ventura, La Nación