El espíritu de los 60 y el sello de Cortázar sobrevoló la presentación conmemorativa de «Rayuela»

La presentación de una edición conmemorativa de Rayuela», la obra que Julio Cortázar publicó hace 56 años, se transformó en una travesía en el tiempo que se reencarnó en la palabra del peruano Mario Vargas Llosa y el nicaraguense Sergio Ramírez, quienes recrearon la efervescente escena de los 60 y resignificaron la aventura literaria del narrador argentino como uno de los grandes hitos de la literatura latinoamericana cuyos atributos permanecen inalterables a través del tiempo.

La excusa de la emotiva velada que tuvo lugar en el Teatro Real es el lanzamiento de la versión conmemorativa que incluye entre sus «tesoros» una reproducción facsimilar del «Cuaderno de bitácora» con los apuntes que el escritor tomó para elaborar la por entonces innovadora arquitectura de la novela, publicada originalmente en 1963.

«Es una novela de una extraordinaria libertad, una libertad que Cortázar manifestaba no solamente a la hora de sentarse a escribir sino en su manera de vivir. Hay una buena entraña en esa novela, a pesar de que ocurren una de las cosas más terribles que he leído como es la muerte de Rocamadour… páginas absolutamente estremecedoras pero donde hay como un espíritu sano y generosa. Es una novela desprovista de maldad, algo que es habitual en las grandes novelas», evocó el autor de «Conversaciones en la Catedral».

Vargas Llosa indicó también que se trata de un texto «con un espíritu juguetón y juvenil, un espíritu que de alguna manera lo mantuvo a Julio en esa especie de eterna juventud» y sostuvo que la gran novedad que presentó la por entonces revolucionaria novela «no fue tanto esa estructura absolutamente insólita, sorprendente, que se podía leer de tantas distintas maneras y pasaban cosas extraordinarias» sino que se convirtió en «la primera novela en la historia de la lengua española que introducía el juego como un elemento absolutamente esencial».

El autor de «La tía Julia y el escribidor» destacó que «eso ya se plantea desde el título, que alude a un juego de niños. No es casual que eso sea así porque desde el comienzo todos los personajes se entregan sin excepción a distintos tipos de juego con una predisposición natural que los caracteriza. Algunos juegan a un juego misterioso que bordea y roza aunque no penetra profundamente al amor y otros juegan porque en una manera muy extendida de vivir en este mundo. Creo que nos sorprendió porque el juego no suele ser una presencia tan visible y central».

«Las convenciones con que está escrita ‘Rayuela’ no son las convenciones dentro de las cuales nos movemos en el mundo. Al contrario: siempre estamos amenazándolas, desafiándolas y rompiéndolas. No tiene las convenciones tradicionales que representan los lugares comunes. La normalidad no existe dentro de ‘Rayuela’, lo que hay es una anormalidad que vive en todos los personajes y llega a crear un mundo que no tiene nada que ver con el mundo real, una especie de contramundo en el que el juego resulta una forma fundamental de existencia y de comunicación», enfatizó Vargas Llosa.

Poco antes del escritor peruano español también había realizado una cálida evocación de los 60 y de la obra de Cortázar el narrador y ensayista nicaraguense Sergio Ramírez: «los 60 fueron vertiginosos -dijo-. La muerte del Che Guevara en Bolivia en 1967 le dio un resplandor ético a la ansiedad por un mundo nuevo que debía levantarse sobre los escombros del otro del que creíamos despedirnos y al que los Beatles había puesto la primera carga de profundidad con su primer álbum en 1962. Ese mismo mundo nuevo al que Cortázar venía a dar las reglas de juego con la publicación de ‘Rayuela’ un año después».

«Esas reglas consistían antes que nada en no aceptar ninguno de los preceptos establecidos y en poner el mundo patas arriba de la manera más irreverente posible y sin ninguna clase de escrúpulos o concesiones. Diría que las causas por las que manifestarse y luchar eran por entones reales. Se vivía una atmósfera radical en el mejor sentido de la palabra, una atmósfera radical en el mejor sentido de la palabra. Los principios eran entonces letra viva y no como hoy, reliquia a exhumar», recordó Ramírez, que en esos años participaba de la urdimbre de la revolución sandinista.

El autor de «Margarita está linda la mar» aseguró que «mucho tuvo que enseñarnos Julio sobre ese viaje en el filo de la navaja cuando el escritor que se compromete no debe comprometer su propia escritura de invención. A lo mejor en los tiempos de ‘Rayuela’ su propuesta verdadera más valiosa terminó siendo el terrorismo verbal que conducía de la mano de la inconformidad perpetua».

«La rebeldía perpetua del Che huyendo de todo aparato de poder terrenal y buscando siempre un teatro nuevo de lucha venía a parecerse mucho a la persecución que de sí mismo hacía Horacio Oliveira en ‘Rayuela’. La rebeldía inagotable como propuesta ontológica», aseguró Ramírez..