Mis hijos me han dado buenas noticias recientemente. Triunfos académicos, victorias en los torneos de hockey, incluso estaban un tanto emocionados por haber sido aceptados en la universidad.
Desde la segunda mitad del siglo pasado, la humanidad viene emprendiendo una carrera contra su reloj biológico. Extender la experiencia vital más allá de los límites usuales -la expectativa de vida promedio en el mundo en 1950 era de 48 años, según datos de las Naciones Unidas- parecía entonces una utopía.