30 años de la caída del Muro. Un lamento por la promesa incumplida

Al tiempo que precipitó el colapso del comunismo en el bloque soviético, la caída del Muro de Berlín -de la que en pocos días se cumplirán 30 años- simbolizó el final de la Guerra Fría y el comienzo de un nuevo orden marcado por el avance de la democracia liberal y la expansión de la economía de mercado bajo la hegemonía de Estados Unidos.

Todo parecía indicar que se cerraba un capítulo oscuro de la historia y se despejaba el camino hacia un futuro mejor.

El ejemplo más claro del espíritu de aquella época se encuentra en la famosa expresión «el fin de la historia», acuñada por el pensador Francis Fukuyama al declarar la derrota del comunismo así como la universalización de la democracia liberal occidental como «la forma final de gobierno humano». Sin embargo, la historia no terminó en 1989.

Si entonces el clima era de ilusión y optimismo, treinta años después el panorama se presenta más sombrío. La promesa de un mundo de creciente democracia ha dado paso al turbulento y frágil orden internacional actual, caracterizado por el aislamiento aplicado por Donald Trump, la exaltación del nacionalismo a través del Brexit, un mayor proteccionismo, una desigualdad alarmante y un gran descontento frente a una clase política que parece no dar respuesta a las crecientes demandas sociales. Las expectativas que despertó la caída del Muro aún están lejos de ser alcanzadas.

En este escenario, el auge de liderazgos neopopulistas antiliberales con una retórica xenófoba y polarizante -que prometen soluciones simples a problemas complejos- parece ser la única vía que canaliza la frustración y el enojo de una parte creciente de la población.

En el caso alemán, esto se refleja en la consolidación como principal fuerza opositora del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), cuya popularidad escaló tras la decisión de Angela Merkel de permitir que cientos de miles de refugiados pudieran entrar al país en septiembre de 2015. La reacción en la ex Alemania Oriental fue particularmente tóxica, y el rápido avance de la derecha populista en el este del país despierta serias preocupaciones en Europa. El mes pasado, AfD logró un sólido segundo puesto en las elecciones regionales de Sajonia y Brandemburgo, superando el 25% de los votos. Paradójicamente, su lema electoral fue «Completar la transición», la frase utilizada en 1989 en el contexto de la llamada «revolución pacífica» que derivó en la transición hacia la democracia liberal.

Pocos días atrás en la ciudad de Halle, Sajonia, un joven extremista mató a dos personas afuera de una sinagoga y grabó un «manifiesto» en el que se quejaba de la inmigración y negaba el Holocausto.

Algunos turistas toman fotografías frente a restos del Muro de Berlín, en diciembre del año pasado
Algunos turistas toman fotografías frente a restos del Muro de Berlín, en diciembre del año pasadoCrédito: Gordon Welters/NYT

Poco para celebrar

Por todo esto, muchos anticipan que el próximo 9 de noviembre, cuando se conmemoren los 30 años de la caída del Muro, habrá poco espíritu celebratorio. Diez años atrás, los líderes políticos alemanes enfatizaban su «orgullo» por lo ocurrido en 1989, pero esta vez se espera menos ánimo festivo y un tono más apagado en el discurso oficial.

«Al tener que enfrentar el creciente populismo de derecha en el país, particularmente en el antiguo Este, los líderes alemanes ahora están más preocupados que orgullosos», apunta Hope Harrison, profesora de Historia y Asuntos Internacionales en la Universidad George Washington, en una entrevista que dio al Wilson Center. «Gran parte de la dirigencia teme que muchos de sus ciudadanos apoyen políticas de hostilidad hacia otros, en lugar de abrazar actitudes abiertas asociadas con la caída del Muro, como la creencia de que las fronteras no tienen lugar en la Europa contemporánea y que los muros son incompatibles con la democracia. Incluso treinta años después de la caída del Muro, los alemanes todavía están lidiando con su legado de violencia y división».

Según la experta, autora del libro After the Berlin Wall (Después del Muro de Berlín. Memoria y construcción de la nueva Alemania, de 1989 al presente), de reciente aparición, los líderes enfrentan el temor de que partes traumáticas de la historia alemana, como el Holocausto, aludan más a los desafíos actuales del país que al recuerdo de la caída del Muro. «En momentos en que el presidente Trump insiste en la extensión de un muro en la frontera con México y cuando países como Hungría, Austria y Eslovenia han construido kilómetros de muro fronterizo para evitar la entrada de inmigrantes, se puede afirmar que el mundo ha cambiado dramáticamente desde 1989», concluye Harrison.

El Muro de Berlín desapareció físicamente con extraordinaria rapidez, pero en estos años fue creciendo otro en el corazón de muchos habitantes de los países del exbloque soviético. «El muro todavía no ha caído en las cabezas de mucha gente», afirma el periodista alemán Gerhard Dilger, director de la Fundación Rosa Luxemburgo en la Argentina. Según señala, la nostalgia del socialismo todavía sigue presente entre muchos habitantes de la Europa Central poscomunista que hoy se vuelcan hacia la ultraderecha.

Según una encuesta difundida esta semana por Post Bellum, organización checa sin fines de lucro, el 38% de los checos mayores de 40 años hoy cree que durante el régimen comunista se vivía mejor.

En una columna titulada «¿Tiempo de una nueva liberación?», publicada la semana pasada en The New York Review of Books, el reconocido académico inglés Timothy Garton Ash afirmó: «En el 10° aniversario de 1989, al borde del milenio, pudimos celebrar el triunfo original de la Revolución de Terciopelo y su gran progreso posterior. En el 20° aniversario, en 2009, los países de Europa Central se habían convertido en miembros de la OTAN y de la Unión Europea (UE), mientras que los politólogos describían a Hungría como una ?democracia consolidada’. En este 30° aniversario, por el contrario, la pregunta que se impone ante nuestros labios consternados es ¿qué salió mal?».

Para abordar esta pregunta, conviene recordar el proceso de transición inmediato a la caída del comunismo en el exbloque soviético. «Los orígenes de muchas de las patologías que exhibe Europa Central se remontan a las formas en que diferentes países intentaron (re)crear la propiedad privada y el capital, indispensables para una economía de mercado», explica Garton Ash, aludiendo a los errores cometidos durante la mayor privatización en la historia europea reciente.

Páramos industriales

Tras la caída del Muro, las empresas y fábricas anteriormente comunistas de Alemania del Este tuvieron que competir con sus contrapartes occidentales, mucho más eficientes. El capitalismo llegó demasiado rápido. Muchas empresas del este de Alemania se declararon en quiebra y algunas regiones nunca se recuperaron. Hoy, los nuevos Estados del este alemán, salvo algunas islas, son páramos industriales, tierra de emigración. La población de este territorio bajó al nivel de 1905.

«El neoliberalismo desenfrenado creó más ilusiones perdidas -subraya Dilger-. Gran parte de la sociedad alemana se sintió decepcionada por el aumento de las desigualdades y la frialdad del capitalismo ante el derrumbe de las economías de la ex Alemania Oriental. Los ?paisajes florecientes’ que prometió Helmut Kohl para el este tardaron en llegar».

Andrés Reggiani, profesor del Departamento de Estudios Históricos y Sociales de la Universidad Torcuato Di Tella, sostiene que existe una relación directa entre la postergación de los problemas del este alemán con el aumento de las agrupaciones neonazis en esta parte del país. «Existe un sentimiento compartido de que el proceso de reunificación inmediato a la caída del Muro no fue de igual a igual. La mayoría de los alemanes del este todavía se sienten ciudadanos de segunda. Aunque el Muro ya no esté, las diferencias entre ambas regiones todavía son notables».

Asimetría

El experto cita los menores niveles de desarrollo económico y de calidad de vida del este en comparación con el oeste: menores salarios y jubilaciones, mayor desempleo y peor tasa de escolaridad, entre otros.

Para poder entender los motivos por los cuales muchos de los alemanes del este abrazan la alternativa ultraderechista, Reggiani advierte además sobre la falta de una cultura de ejercicio democrático liberal entre los habitantes de la vieja Alemania comunista. «En el este de Alemania existen hoy dos generaciones completas de alemanes que crecieron bajo dos dictaduras consecutivas: el nazismo y el comunismo», apunta el historiador.

«La llegada masiva de refugiados fue el pretexto para la ofensiva derechista, que aprovechó para canalizar las frustraciones que existían en gran parte de la población. Los líderes populistas explotaron hábilmente los temores de estas personas, que durante cuatro décadas vivieron en una sociedad cerrada y relativamente homogénea detrás del Telón de Acero», sostiene Dilger.

Las predicciones de Fukuyama volvieron a mostrarse erradas en 2008, con la gran recesión desatada tras la quiebra de Lehman Brothers, que precipitó la crisis de la eurozona a partir de 2010. Así, los excesos del sector financiero en un capitalismo globalizado derivaron en la más grave crisis financiera desde 1929, dejando como saldo una década de malestar económico y político.

«Todos los populismos europeos actuales alimentan la ira por la forma en que el liberalismo se redujo, después de 1989, a una versión extrema de un liberalismo puramente económico. Pero el impacto de esto fue particularmente agudo en la Europa poscomunista, con su cruda llegada del capitalismo, la sensación de injusticia histórica y las sociedades no acostumbradas a altos niveles de desigualdad visible», argumenta Garton Ash, para quien lo que más molesta a las personas no es tanto la desigualdad de ingresos y riqueza, sino la desigualdad de atención y respeto. «Una gran parte de la sociedad se siente no solo en desventaja económica y social, sino sobre todo ignorada e irrespetada por las élites liberales metropolitanas», apunta.

Crisis de representación

Reggiani advierte sobre la crisis de representación política que aqueja a gran parte del mundo occidental y que explica el estallido social que hoy se expresa en las calles, de Chile a Hong Kong. «Mucha gente no siente que sus problemas reales sean atendidos por los partidos tradicionales. El mejor ejemplo es la socialdemocracia, que está en vías de extinción en Francia, mientras que en Alemania hoy reúne casi los mismos votos que la derecha populista. Es una situación inédita, que se explica porque no logró adecuar su discurso a los nuevos tiempos».

Ante la incapacidad de la izquierda para proponer un horizonte, dice Reggiani, «lo que queda es el voto castigo o bien la violencia directa, como se puede ver hoy en las calles de muchas ciudades en el mundo».

Garton Ash advierte que, desde la crisis financiera 2008, el capitalismo democrático perdió la atracción de Occidente, a diferencia del capitalismo autoritario oriental. «Ahora hay una modernidad alternativa», dice. «La China de hoy es un producto de 1989, como lo son las frágiles democracias de Europa Central. Para evitar el destino de Gorbachov, Xi Jinping y sus compañeros han aprendido las lecciones del colapso del comunismo en el bloque soviético».

Dilger advierte que el presente en el este de Alemania puede ser un presagio de lo que vendrá en el resto de Europa. «La ultraderecha ha puesto a la UE frente a una encrucijada», afirma.

«El error de Occidente después de 1989 no fue que celebramos lo que sucedió en Berlín, Praga, Varsovia y Budapest como un triunfo de los valores liberales, europeos y occidentales. Nuestro error fue imaginar que esto era ahora la norma, la nueva normalidad, la forma en que iba la historia», admite Garton Ash. «Treinta años después, podemos ver que, lejos de ser la nueva normalidad, lo que sucedió en Europa en 1989 fue una gran excepción histórica, única en su clase».

De cara al futuro, según los expertos todo dependerá de la capacidad que demuestren las democracias liberales a la hora de ofrecer una alternativa clara de futuro a la salida populista, que responda a los problemas reales de la población. Según parece, es la única forma de evitar que los niveles de enojo y frustración popular sigan aumentando.

Feunte: Guillermo Borella, La Nación