Cambiar a los 94: la fórmula de quienes logran ser felices en la segunda mitad de la vida

Nunca es tarde para cambiar de hábitos, de modelos mentales o hacer el “click” mental de transformación personal

A los 117 años, la francesa Jeanne Calment decidió que ya había fumado bastante y dejó el cigarrillo. Practicó esgrima hasta los 85 y se trasladaba en bicicleta por la ciudad de Arlés a los 100 años. A los 118, un año después de dejar de fumar, le hicieron un test cognitivo: su cerebro funcionaba como el de una persona de 80. Calment falleció el 4 de agosto de 1997 a la edad de 122 años: es la persona más longeva de la historia.

Nunca es tarde para cambiar de hábitos, de modelos mentales o de lo que sea. Cuando a Alberto Naisberg, un ingeniero que vive en el barrio de Caballito, le preguntan cuándo hizo el “click” mental de transformación en su vida, responde sin dudarlo: “A los 94 años”. En abril pasado cumplió 97.

En una charla en un café de la esquina de su casa, Naisberg habló de sus múltiples proyectos, que van desde un emprendimiento de bibliotecas pequeñas (“RAM” se llaman, por la memoria) para los libros que uno quiere tener a mano hasta estudios sobre bienestar. “Creo que hay ahí un eje muy interesante en el cruce de las denominadas ‘zonas azules’ de longevidad, los conceptos japoneses de “moai” e “ikigai” y la nueva ciencia de hábitos”, explica.

“Creo que hay ahí un eje muy interesante en el cruce de las denominadas ‘zonas azules’ de longevidad, los conceptos japoneses de “moai” e “ikigai” y la nueva ciencia de hábitos”, Alberto Naisberg
“Creo que hay ahí un eje muy interesante en el cruce de las denominadas ‘zonas azules’ de longevidad, los conceptos japoneses de “moai” e “ikigai” y la nueva ciencia de hábitos”, Alberto Naisberg

Las “zonas azules” comenzaron a estudiarse hace 20 años y son lugares donde hay una concentración estadísticamente inusual de personas de más de 100 años. Estos “paraísos de longevidad” fueron originalmente cinco, pero la lista luego se fue ampliando e incluye a Loma Linda, en California; la península de Nicoya, en Costa Rica; Vilcabamba, en Ecuador; Cerdeña, en Italia; Caucasia, en Georgia (en la ex Unión Soviética); Hunza en Pakistán y la península de Okinawa, en Japón.

“Lo de Okinawa es particularmente interesante”, apunta Naisberg. Allí mandan los conceptos a los que hacía mención del “ikigai” (la “razón de ser, vinculada a proyectos y realizaciones personales) y del “moai”, que describe a un círculo de relaciones nutritivas.

Tal vez el estudio académico más citado en el campo del bienestar sea el que iniciaron en 1938 expertos de la Escuela de medicina de Harvard, que se planteó seguir de cerca, con cuestionarios muy detallados, la vida de un grupo de (por entonces) jóvenes, para determinar qué factores terminaban incidiendo más en el bienestar físico y emocional.

Algunos de ellos vienen “de fábrica” y no los podemos modificar: una niñez apacible, tener ancestros longevos y una personalidad lo más lejana posible a la depresión. Pero hay otra serie de factores que sí dependen de nuestras decisiones: no fumar, comer sano, movernos regularmente, aprender toda la vida o desarrollar técnicas de autoconocimiento (como la meditación). La variable con más alta correlación con el bienestar resultó ser la de los vínculos saludables (el “moai”), no necesariamente de pareja o matrimonio.

En la literatura sobre economía de la felicidad se suele resaltar una regularidad estadística: a lo largo del ciclo de vida el nivel de bienestar emocional recorre una suerte de curva con forma de “sonrisa”: es elevado en la juventud, baja a los 40-50 años (por la crisis de mediana edad, exceso de trabajo, etc) y vuelve a subir luego de los 55 o 60 años. De hecho, es común que se eleve a niveles más altos que los de la juventud.

Pero en esta fase pos-60 también se da una particularidad: los puntos empiezan a describir una curva que se abre, con pocos casos en el promedio: “Las personas adultas comienzan a separar en dos grupos muy diferenciados: aquellos que siguen creciendo muy felices y quienes lo hacen con una mayor infelicidad”, destaca Arthur Brooks, un divulgador estadounidense de temas de la agenda “senior”.

Naisberg cuenta que no casualmente en algunas regiones de Corea se festejan dos cumpleaños: el primero y los 60, cuando se considera que hay un renacer a una nueva vida.

Además de su asociación con diseñadores para el proyecto de las bibliotecas, el ingeniero de 97 años está por estos días ideando una iniciativa que lo tiene entusiasmado: una “aceleradora de moais”. Grupos con personas interesadas en conversar sobre los factores que sí podemos cambiar para mejorar nuestro bienestar. A los 94 años como Naisberg, a los 117 como Calment o a cualquier edad.

Fuente: Sebastián Campanario, La Nación.