Cómo combatir la soledad, una epidemia silenciosa que empieza a preocupar a los gobiernos

El tiempo libre cada vez más escaso, el teletrabajo, las comunicaciones superficiales, el cambio de hábitos de encuentro en las familias, las sociedades que han perdido el sentido comunitario y el aumento de la longevidad son algunos de los factores que llevan a la suba del aislamiento de las personas en todo el mundo. Inglaterra y Japón fueron pioneros en hacer de ese problema un asunto de Estado al crear los primeros ministerios de la soledad. Qué remedios ponen en práctica para enfrentar la falta de vínculos

“¿Cómo estoy tan sola cuando hay tanta gente alrededor?”. El interrogante en el llamado angustiado de una mujer a la línea de ayuda del Ministerio de la Soledad británico revela una de las grandes paradojas de la época: nunca las personas tuvieron tantas posibilidades de comunicarse y nunca se sintieron tan solas.

La economista inglesa Noreena Hearts ha investigado este fenómeno y su contundente conclusión le dio título a un trabajo, editado en 2021. Según su percepción, los seres humanos estudiados viven en El siglo de la soledad. En su ensayo, Hearts da cuenta de algunas curiosidades, como la existencia de agencias que alquilan amigos en Estados Unidos a 40 dólares la hora o el uso de robots para acompañar a las personas solas durante el confinamiento por la COVID en China.

La autora analiza que el tipo de comunicación que se ha masificado, como los mensajes de chats o las redes sociales, deriva habitualmente en conversaciones superfluas que no logran la interacción sincera de un encuentro personal, y plantea la necesidad de recuperar el sentido de comunidad para volver a los vínculos humanos.

La ciencia se ha preocupado también por el aislamiento que provoca la soledad y sus consecuencias. Un estudio emblemático del tema fue abordado por las universidades de Chicago y California en 2015 sobre la población estadounidense. Las conclusiones fueron que los efectos negativos para la salud de la soledad no deseada son equivalentes al daño que produce fumar 15 cigarrillos diarios o un sobrepeso grave. Los solitarios son más propensos al riesgo de enfermedades cardiovasculares, el debilitamiento del sistema inmunológico y a una mayor tendencia a la muerte prematura.

Las estadísticas disponibles en el mundo dan cuenta de la dimensión del problema que aún no es percibido en su real magnitud en muchos países. El 47 % de los estadounidenses asegura sentirse “solo, excluido o sin conexión con los demás”; un trabajo conjunto de la Sociedad de Psicología Australiana y la Universidad de Swinburne estimó que el 40 % de los australianos estaba solo en 2018; un año después, el mismo porcentaje de británicos contestó en una encuesta nacional que tenía “sentimientos de soledad crónica y profunda”, y en 2019, en Japón, una encuesta de la Oficina de Gabinete determinó que la mitad de los mayores de 60 años sentía temor de terminar sus días solo y abandonado.

La soledad del siglo XXI tiene sus singularidades. La imagen clásica del aislamiento social es la de las personas mayores y la de habitantes de zonas rurales poco pobladas. De hecho, acaba de conocerse el caso de una anciana italiana que fue encontrada sentada en una silla en la casa que habitaba en soledad, y que se estima que había fallecido hacía más de dos años.

Pero quienes estudian esta problemática aseguran que las ciudades en las que conviven millones de individuos son hoy los principales lugares que concentran a personas que sufren la falta de compañía y que, si bien los mayores representan un grupo importante dentro de las estadísticas, cada vez son más los jóvenes que sufren este problema. En el caso de Japón, por ejemplo, en una encuesta realizada en la franja etaria de 13 a 29 años, el 20 % respondió que no tenía con quién conversar sobre sus dificultades y preocupaciones.

Los efectos nocivos del aislamiento también preocupan a la Organización Mundial de la Salud (OMS) que considera que “la soledad no deseada es uno de los mayores riesgos para el deterioro de la salud, y un factor determinante que favorece la entrada de las personas que la padecen en situaciones de dependencia”.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) cree que “la soledad no deseada es uno de los mayores riesgos para el deterioro de la salud”. Pero además la considera eventual desencadenante de consumos problemáticos.

Una cuestión de Estado

Desde 2018, los Estados han empezado a tomar el desafío de enfrentar este problema. Ese año, la entonces primera ministra británica Theresa May nombró a Tracey Crouch como la primera titular de un Ministerio de Soledad de la historia (luego reemplazada por Diana Barron), y subrayó que ese cargo “se ocupará de uno de los mayores desafíos de la salud pública moderna”. Pocos meses después, en febrero de 2019, Japón siguió el camino al crear su propio Ministerio de Soledad y Aislamiento, en un intento por encontrar soluciones al número creciente de suicidios que se verificaban aún antes del aislamiento social que provocó la pandemia de COVID, especialmente entre mujeres. Ambos ministerios se reunieron virtualmente el 17 de junio de 2021 y emitieron un mensaje conjunto en la que podría considerarse la primera cumbre mundial contra la soledad.

El ministerio inglés ha basado su estrategia en “reducir el estigma mediante la construcción de una conversación nacional sobre la soledad, para que las personas se sientan capaces de hablar y buscar ayuda” y en “apoyar y amplificar el impacto de las organizaciones que conectan” gente.

Para el primer objetivo lanzó una campaña nacional denominada “Hablemos de soledad”, con líneas de ayuda y grupos específicos para animar a quienes sufren el aislamiento a que pidan ayuda en sus comunidades y sus trabajos. Una de las frases más escuchadas por la ministro y sus colaboradores en sus presentaciones era: “Me sentía solo, pero no me animaba a decirlo, me avergonzaba”. Para el apoyo a las organizaciones sociales, en una primera etapa se dispuso de un presupuesto de 5 millones de libras que se repartieron en 840 entidades encargadas de conectar personas solas en pequeños grupos con diversos intereses, muchos de ellos recreativos.

En el caso del Japón, el ministro de Soledad y Aislamiento, Tetsushi Sakamoto, ha tomado el modelo inglés, pero la mayor preocupación está orientada al fenómeno local conocido como kodokushi (“morir solo”), que es el aumento de los casos de personas, en general mayores de 60 años, que fallecen en sus casas y son encontrados varios días o meses después porque no hay amigos o familiares cercanos que los atiendan.

En 2017, el Instituto Nacional de Seguridad Social y Asuntos de Población japonés realizó una encuesta sobre la vida y el apoyo mutuo, la cual constató que el 15 % de los adultos mayores tienen, en promedio, una conversación cada dos semanas. Esa es la franja etaria afectada por el “morir solo”. Pero no es la única población con problemas de aislamiento: en 2020 se duplicó en ese país la cantidad de estudiantes de Nivel Primario y Secundario que se suicidaron y los especialistas estiman que la sensación de soledad es un factor central para entender esas decisiones.

Estas causas fueron decisivas para que el exprimer ministro japonés Yoshihide Suga nombre en 2019 a su primer ministro de Soledad y Aislamiento al reconocer que “el problema está surgiendo constantemente y es muy importante construir una sociedad no solitaria, que se apoye mutuamente y conviva con diversas conexiones sociales”. Los problemas de la soledad también son atendidos oficialmente en otros países, en algunos casos con experiencias en municipios. En Helsingborg, una localidad del sur de Suecia, desde noviembre de 2019 la comuna puso en práctica un experimento de vida colectiva que busca relacionar a jóvenes y jubilados solitarios en un edificio con departamentos que es propiedad de la comunidad, conocido como Sällbo (vida en compañía). Es un complejo de viviendas cuyos residentes firman un contrato por el cual se comprometen a pasar por lo menos dos horas semanales compartiendo tiempo con otros habitantes del condominio.

Los departamentos están ocupados en proporciones iguales por adultos mayores y jóvenes de menos de 25 años que viven solos o en pareja. Los responsables del proyecto pensaron este cruce de edades a partir de las estadísticas que muestran que en Suecia el aislamiento es sufrido tanto por los ancianos como por las nuevas generaciones. Para alentar a la comunicación entre vecinos del edificio, existen cuatro áreas llamadas “de unidad” en las que hay gimnasios, salas de lectura, cocinas compartidas y espacios preparados como estudios para artes y oficios. Un empleado del municipio tiene la tarea diaria de servir como motivador para fomentar las relaciones sociales.

¿Qué hacer para acompañar?

La publicación anual del Informe Mundial sobre el Envejecimiento y la Salud, de la OMS, dedica desde 2015 varios apartados a las recomendaciones para acompañar a los adultos mayores que viven en soledad, pero muchas de esas sugerencias son aplicables a personas de otras edades que subsisten aisladas de la comunicación humana. El primero de los consejos es la necesidad de que las sociedades, y en particular las personas cercanas a quienes viven en soledad, reconozcan el problema del aislamiento social. Identificar a las personas de riesgo mediante los servicios sanitarios y sociales e implementar intervenciones que las ayuden a socializar sus vidas es un paso indispensable.

Desde la experiencia de los casos prácticos conocidos, la OMS recomienda: las acciones pensadas en grupos, como los programas de ejercicios comunitarios o de fomento de las capacidades, que ofrecen la posibilidad de establecer nuevos vínculos; las experiencias de programas de asistencia por vía telefónica o internet que se contactan periódicamente con las personas solas y que han dado un buen resultado y la facilitación del acceso a las nuevas tecnologías, al generar confianza y competencia en su uso, que ha sido muy útil en el caso de adultos mayores.

Hay múltiples experiencias en el mundo de servicios de teleasistencia para personas adultas mayores, personas con discapacidad, menores que pasan tiempo solos y todo aquel que pueda necesitar de algún tipo de ayuda para sus actividades cotidianas.

Desde hace poco más de una década varias iniciativas en todo el mundo han puesto en práctica la modalidad de los servicios de teleasistencia para personas adultas mayores, personas con discapacidad, menores que pasan tiempo solos y todo aquel que pueda necesitar de algún tipo de ayuda para realizar sus actividades de la vida diaria. En la Argentina, la Cruz Roja tiene este servicio en marcha desde 2008. El sistema funciona con una línea telefónica y un dispositivo informático en forma de pulsera o collar que la persona asistida tiene en todo momento a mano en una emergencia o cuando necesite comunicarse con operadores capacitados para la atención durante las 24 horas. Además, los operadores llaman periódicamente a los usuarios para evaluar sus necesidades y acompañarlos.

Sistemas similares se han utilizado en otros países, como el denominado “El teléfono suena a las cinco”, que entre 2011 y 2013 fue una campaña gratuita de la ciudad portuguesa de Setúbal. Los operadores oficiaban de moderadores de conversaciones entre grupos de cuatro adultos mayores, conectados por vía telefónica. También existen experiencias de estos servicios de teleasistencia en comunidades norteamericanas bajo el nombre de Senior Centers Without Walls, que funcionan en Manitoba (Canadá) y Oakland (Estados Unidos).

El Estado alemán creó en 2006 un programa de hogares multigeneracionales que busca recuperar el intercambio entre generaciones que antes se daba naturalmente en las familias. Esa costumbre de reunión frecuente que se ha perdido es uno de los factores analizados como causantes del aislamiento que lleva a la soledad. El sistema ideado en Alemania consiste en centros comunitarios para todas las edades equipados con una infraestructura acondicionada para el encuentro de todas las generaciones del vecindario. En ese intercambio amplio de intereses, los adultos mayores enseñan a los jóvenes recetas de cocina, les comparten cuentos a los niños o explican técnicas tradicionales de artesanías, mientras que los jóvenes los ayudan a familiarizarse con las computadoras y los teléfonos inteligentes.

En cada hogar se van proponiendo actividades que incluyan a todos y se abre la posibilidad de que participen voluntarios que a cambio reciben capacitaciones y contactos en el mercado laboral. Desde su creación, se han inaugurado 450 hogares multigeneracionales, subsidiados por el Gobierno, en los que participan 15 mil voluntarios. En muchos países hay experiencias de centros de encuentro comunitario, pero la mayoría de las iniciativas pone énfasis en la atención específica de las necesidades de las personas retiradas.

Por fuera de las propuestas gubernamentales también hay intentos de remedios contra la soledad. Uno de los más difundidos es Sidewalk Talk (charla en la vereda), destinado a que las personas que necesiten comunicarse con otras se acerquen a sillas dispuestas en veredas para conversar con “oyentes” entrenados para escucharlas. La idea fue de la terapeuta Tracy Ruble y algunos amigos de la ciudad californiana de San Francisco, que en 2014 sacaron sillas a la vereda e invitaron a las personas que quisieran a sentarse a charlar para “renovar el sentido de pertenencia y conexión y detener la creciente ola de soledad”. De esa primera experiencia surgió un movimiento que en la actualidad organiza conversaciones en veredas de una docena de países. La fundación a cargo de Sidewalk Talk ha capacitado a 4 mil voluntarios para que se cumplan los objetivos del proyecto.

Luego están las aplicaciones pagas que menciona Hearts en su investigación. En ese mundo en el que se busca el aspecto lucrativo de la soledad no deseada hay personas que contratan amigos y acompañantes que pasean con ellas o incluso asisten a funerales; personas que se encuentran para abrazarse con estrictas advertencias de que no se trata de encuentros sexuales y hasta cafés que ofrecen mascotas para que los solitarios las acaricien y puedan experimentar un contacto con otro ser vivo.

La soledad no deseada y el consecuente aislamiento de un porcentaje cada vez más alto de la población es un problema de salud pública que crece en sociedades individualistas que han perdido su sentido comunitario, con un número creciente de familias monoparentales, con nuevos hábitos como el teletrabajo, que limitan los vínculos personales. La pandemia de coronavirus expuso crudamente las dificultades que plantea esta epidemia silenciosa de no tener con quién contar. Los Estados se están despertando a esta realidad y empiezan a ensayar respuestas a por qué las personas están solas y cómo se puede acompañarlas para evitar que efectivamente este siglo se convierta en el siglo de la soledad.

Fuente: Infobae