“El mundo se ha vuelto muy complejo y la educación clásica ya no es suficiente”

Lo afirma la prestigiosa investigadora de Harvard, Verónica Boix Mansilla. Cree que el debate no está en cambiar los contenidos del currículum sino en capacitar al profesorado para enseñarlos de otro modo.

Verónica Boix Mansilla acuñó en 2011, junto al psicólogo Howard Gardner, el autor de la teoría de las inteligencias múltiples, el concepto educativo de “competencia global”. Si Howard amplió la noción que teníamos de inteligencia humana, hablando de múltiples inteligencias que se combinan creando seres únicos, Boix profundiza sobre la forma que tenemos de aprender y la necesidad de adaptar el modelo educativo a la complejidad del mundo actual. Define la competencia global  como el conjunto de conocimientos que son necesarios movilizar para interpretar y comprender las claves de un mundo  interconectado, con grandes retos como el cambio climático, las migraciones, el avance de la tecnología, los populismos… La competencia global implica “no sólo tomar conciencia sobre estas cuestiones (a través de los conocimientos adquiridos) sino también comprometerse para cambiar el mundo”. Con sus investigaciones en el Project Zero de la Universidad de Harvard, donde dirige los proyectos “IdGlobal” y “Re-Imagining Migration”,  Boix impulsa la formación de profesorado, clave en el cambio de la educación, y ha creado recursos útiles para educadores de todo el mundo. En octubre, mes en que se realizó esta entrevista, visitó Barcelona para ser investida doctora honoris causa por la Universitat Internacional de Catalunya (UIC).

¿El concepto de «la competencia global» supone revolucionar la enseñanza?

Necesitamos preparar a los alumnos para los retos del mundo contemporáneo. Tenemos que preguntarnos por qué se aprende lo que se aprende. El debate no está en el currículum sino en cambiar la mirada sobre lo que se enseña y cómo se enseña.

¿Cuáles son las competencias claves que deben aprenderse?

Primero hay que estimular la capacidad para investigar, indagar, hacerse preguntas. Eso es muy importante. Después, saber tomar perspectiva, entender que todos tenemos nuestra perspectiva cultural, pero que existen otras y que interactúan, dialogan, entran en conflicto, parten también de oportunidades distintas… También hay que incorporar la comunicación, una comunicación a través de las diferencias, de religión, de clase, étnicas, regionales, nacionales, generacionales… Y la cuarta capacidad es la de tomar acción, identificar problemas en el mundo y ver cómo podemos resolverlos de manera cívica.

“La enseñanza por competencias no anula las disciplinas, al contario, las potencia”

¿Cómo se traslada esto a las escuelas?

Cuando ponemos las competencias globales como objetivo revisamos lo que enseñamos y nos preguntamos por qué enseñamos lo que enseñamos. ¿Qué aspecto del mundo y de la realidad contemporánea realmente interpela a nuestros alumnos? Y cómo podemos involucrarlos no en el futuro sino en el presente,  hoy, cuando tienen 5, 10 o 16 años.  Con 5 años puieden aprender y tener su espacio de influencia. Lo vemos en el reciclaje, por ejemplo. Y aprender que uno puede cambiar a mejor las cosas también es importante.

El aprendizaje sobre la migración

También es impulsora de proyectos como “Re-Imagining Migration”, un espacio web interactivo abierto a educadores de todo el mundo que busca que la migración sea entendida como una experiencia humana compartida y, con ello, reducir el odio y la xenofobia.
¿Cómo se integran las culturas de la inmigración sin perder la identidad de la sociedad de acogida?
Este es un debate, a mi juicio, importantísimo. Si miramos en Europa o en Estados Unidos, un cuarto de los estudiantes de las escuelas públicas tiene un padre o una madre inmigrante. Tienen dos idiomas, a veces, más. La integración es un punto de encuentro en donde ambas partes se transforman. El chico que llega a una escuela de Barcelona trae unas tradiciones culturales y unas capacidades lingüísticas singulares y, nuestras investigaciones nos indican que tiene más capacidad de tomar perspectiva que aquellos chicos que viven en un mundo homogéneo. Pero éstos aprenden de otras culturas, a respetarlas, y amplían su mundo. En este intercambio y en el proceso se modifican ambos seres humanos. El Mediterráneo ha sido una historia de procesos migratorios que han dejado a modo de capas geológicas, riquezas culturales indescriptibles. Si consiguiéramos ver no solo los desafíos que comporta la migración sino el bagaje cultural, el deseo de aprender, de participar e incorporarse a la sociedad. La dignidad. Haríamos mejores sociedades y escuelas.
¿Cuáles son las oportunidades para un chico que acaba de cruzar solo el desierto y entra en Estados Unidos o en cualquier país sin su familia?

Es el desafío enorme humanitario en educación más grande que nos encontramos en este momento. Primero la escuela debe conocer al niño a la niña en todo su potencial individual y reconocer sus aptitudes. ¿Qué sabe hacer? Hay cosas inherentes al ser humano en cualquier contexto. Cantar, por ejemplo. El optimismo. Hay que reconocer todo el tiempo lo que traen, la riqueza de su cultura.
La xenofobia está al alza.
Esto sí que es un problema creciente. Probablemente algunos medios de comunicación los describan como criminales. ¿Cómo combatirlo? Preparando a todos los niños, los que llegan y los que reciben. Hay que enseñar que migrar significa pertenecer a dos lugares. No significa abandonar uno y entrar en otro. La riqueza de las comunidades migrantes justamente es que pueden mezclar, decidir los valores que quieren. Esto lo vemos en las familias: deciden cómo se crían los hijos, los valores familiares, qué se come y qué no. Hay una mirada crítica, positiva o de miedo. Una adaptación sana y positiva maximiza la posibilidad de la biculturalidad, del bilingüismo o del trilingüismo, en su caso. Por cierto, es maravilloso como en Catalunya los chicos incorporan el bilingüismo en su formación. La cultura debe ser siempre objeto de valoración, no de vergüenza. Hay que recordarles lo que traen permitiéndoles integrar todo, para que no se queden en un microespacio protegido y cerrado por riesgo a perder su identidad en el proceso de adaptación. En escuelas de la frontera con México preguntábamos a los niños latinoamericanos qué creían que aportaban a la cultura de EE.UU. Y una chica respondió “alegría”. Si hacemos eso se ve que no hay muchas razones para la xenofobia.

¿Es partidaria de revisar el currículum?

Lo que es importante es traer lo contemporáneo de estos grandes temas de la humanidad a la clase. Para eso, los docentes tienen que poder crecer como personas curiosas. Y hay que apoyarlos para que puedan desarrollar su propia capacidad de tomar el pulso al mundo y llevar la realidad a la clase.

La competencia global, ¿cambia la jerarquía de las materias?

En general, existe la creencia de que la competencia global solo aborda la geografía o la sociología. Pero esto no es así. Cualquier materia cambia. Matemáticas, por ejemplo, tú quieres enseñar algoritmos, y puedes preguntar a los chavales cómo se puede predecir el momento en el que el planeta dejará de tener capacidad para mantener a la población mundial. Y ahí entra también la ética. Enseñar matemáticas así es muy distinto al modelo tradicional. Los chicos entienden por qué están aprendiendo matemáticas y se adueñan de su aprendizaje.

“Si un docente no sabe por qué enseña lo que enseña quizás no esté listo para dar clases”

A menudo preguntan: ‘¿por qué debo aprender esto?’

Eso es. Y su pregunta no hay que entenderla como una resistencia a aprender. Es una pregunta legítima, que nos interpela como docentes. Yo creo que si no sabemos por qué enseñamos lo que enseñamos quizás no estemos listos para enseñar.

Hay docentes que prefieren dar la materia, como siempre, por temor a rebajar contenidos.

Yo tengo respeto por las disciplinas, son una lente que nos permiten entender el mundo. Pero son áreas de saber con propósitos. Por ejemplo, la historia nos permite entender cómo en el pasado se resolvieron problemas y cuáles son las causas profundas de adonde hemos llegado. Entonces, hay un propósito de la disciplina con respecto a entender y ver el mundo de una manera nueva, más profunda. Eso va más allá de un listado de contenidos, fechas y personas.

La profesora Boix en la UIC
La profesora Boix en la UIC Miquel Gonález/Shooting

¿Qué ha cambiado la pandemia en la educación?

La pandemia nos permitió entender algunas cosas importantes. La inequidad, por ejemplo, eso se ha visto en todo el mundo. Con mucha fuerza. En el confinamiento, perdimos de vista a muchos chicos. En algunas ciudades de EE.UU., no se sabía donde estaba un 30% del alumnado. Hubo que encontrarlos, ir a sus casas, hablar con los papás, explicar que la escuela está funcionando así, dar un ordenador adecuado… Otro gran descubrimiento ha sido ver que la educación no es solamente una tarea de la escuela. Los museos y los centros culturales se activaron. Compartieron las obras online. Fue una especie de gran milagro transnacional. Y, finalmente, fue admirable la manera en que los docentes volvieron a aprender a trabajar. No hay ninguna reforma educativa que yo conozca que haya conseguido esto en un mes y medio. Millones de docentes alrededor del mundo entero se pusieron a aprender a manejar la tecnología, enseñándose unos a otros, y, obviamente, lo han hecho mejor en algunos lugares, peor en otros. Pero cuando uno mira la dimensión del compromiso del maestro es impresionante.

¿Y ahora?

Ahora hay que resistir la tentación de volver adonde estábamos. En el trabajo, por ejemplo. La gente debate si quiere o no volver a la oficina. La gente ha visto otras cosas. Hay un movimiento de jubilaciones tempranas en todos los países del mundo que nunca se había visto antes. Muchas personas de clase media dejan voluntariamente sus empleos. Están reinventándose. En la escuela, es una gran oportunidad para centrarse en comprender al alumno de una manera holística. El joven y su contexto, no solo si sabe responder el temario. Tenemos que incorporar el tema socioemocional. Y es una oportunidad enorme para repensar con los alumnos las grandes inequidades, como el reparto de las vacunas, por ejemplo. Activando su compromiso.

La competencia global es para todos los alumnos.

Por supuesto. Atribuimos la discapacidad al niño y es la escuela la que está discapacitada. La escuela debería poder educar a todos, ajustando lo que haga falta, pero nuestra tarea como educadores es entender que todos los niños son muy diferentes. Vi una obra de teatro en la que aparecían personas con diferentes capacidades. Había un chico que no se comunicaba y su papel era gritar. Otro no podía hablar y un compañero dijo que lo interpretaba. Me pasé la obra tratando de identificar quién era quién, todavía anclada en la distinción de capacidad y discapacidad, cuando en realidad era un continuo de capacidades en la que todos estaban presentes con su talento. Todos podemos participar, todos podemos aprender algo nuevo.

Fuente: La Vanguardia