Generación pandemia: los más chiquitos, con cuadros psicofísicos y emocionales

Crecer bajo el Covid-19. Niños que nacieron o viven sus primeros años bajo las restricciones impuestas a causa del coronavirus presentan trastornos que ya son motivo de consulta. ¿Cómo afrontarlos?

«Mami, papi, ¿me van a llevar a la plaza mañana si hay pocos nenes?”, pregunta Amelia, de dos años y medio, a sus papás. No vivimos en el mundo del revés, pero por momentos, parece. Nenes que le tienen miedo a los extraños o a sociabilizar con otros nenes, que prefieren quedarse adentro antes que salir. Padres que sufren por no poder ver a sus hijos desenvolverse como niños de su edad y que empiezan a notar comportamientos llamativos: cambios de humor, irritación, ansiedad, nenes que se comen las uñas, tristeza.

Si la pandemia trajo consigo innumerables cambios en la manera en que vivimos, e impactó en las dinámicas cotidianas de vida y trabajo de los adultos, es lógico esperar una correlación en el comportamiento de los más pequeños.

“Amelia también tiene unos cambios de humor tremendos, pobrecita, porque además absorbe nuestra tensión. Imaginate que tanto mi esposa como yo trabajamos todo el todo el día encerrados, no tenemos balcón, jardín o terraza. Sumale la tensión que aportan las noticias y la ansiedad por la vacunación de nuestros padres. Es muy duro y ella también absorbe nuestros estados de ánimo”, cuenta Enrique (38), el padre de la niña, guionista y productor de TV, quien recalca que tanto él como la mamá eligen hablarle y contarle todo lo que está sucediendo sin disfrazar la realidad.

Un bebé de la generación pandemia.

Un bebé de la generación pandemia.

Algunos de estos cuadros psicofísicos y emocionales se están observando en niños a edades muy tempranas, y los profesionales de la salud ya están analizando lo que serán los desafíos –tanto para padres como para niños– de la llamada generación “pandemia” o “Gen C” (por Covid), es decir aquellos chicos nacidos en la segunda parte de 2019 y que atravesaron su primer año de vida en medio del encierro de 2020, o que son un poco más grandes pero les tocó hacer sus primeras experiencias formativas durante la era del coronavirus.

Los padres consultan porque ven que sus hijos tienen dificultades para regular las emociones, adicción a las pantallas y alteraciones en el sueño o en la alimentación.
Susana Mandelbaum psicóloga

“Es una situación que atravesó y atraviesa nuestra propia realidad consciente o inconsciente. Esta pandemia tiene el carácter de lo impensable y de lo no calculado. ¿Quién imaginó que esto podía suceder? La sorpresa y la repetición de lo inesperado nos producen una alta exigencia física y psíquica a todos”, dice Gustavo Bertrán, psicólogo clínico, presidente de la Asociación Argentina de Salud Mental (AASM) y de la división de Salud Mental del Hospital Álvarez, e integrante de la Word Federation for Mental Health (WFMH).

Pese a este escenario, Bertrán asegura que no hay que apresurarse a diagnosticar o a etiquetar a la niñez con rótulos.

“Los niños y los adolescentes son sujetos en formación y en continuos cambios. Los más chicos tienen una gran capacidad psíquica para asimilar la realidad que les toca vivir y una mayor plasticidad mental que los adultos. Tenemos que tener en cuenta que muchos ‘síntomas’ que vemos en los niños son el reflejo de lo que les sucede a los padres. Cómo madres y padres resuelvan esta época de pandemia se verá en la salud psíquica de sus hijos”, señala.

Así, en total encierro en la fase más restrictiva del confinamiento, con poco contacto con gente desconocida, familiares con barbijo, expresiones veladas y escasez de abrazos, además de una gran dosis de cuidado y sobreprotección por parte de sus padres, estos niños y niñas están viviendo una infancia como nunca imaginamos.

Hay chicos que no quieren "salir a jugar".

Hay chicos que no quieren «salir a jugar».

El afuera, ¿un nuevo enemigo?

Más allá del rótulo que se le dé, lo insoslayable es que los diversos cambios sociales, económicos, culturales y educativos provocados por la irrupción del Covid-19 serán un elemento relevante en la crianza y el desarrollo de los menores de cinco años.

“Cada familia ha vivido la pandemia de formas diferentes a lo largo del tiempo. Algunas lograron adaptarse de a ratos, otras han pasado por sucesivas crisis. Los efectos del aislamiento han sido muchos. Los niños, por ejemplo, sufrieron la falta del contacto habitual con sus pares y familia. Los padres consultan porque ven en sus hijos dificultades para regular las emociones, una mayor exigencia de atención, adicción a las pantallas o alteraciones en el sueño o en la alimentación”, comenta la licenciada Susana Mandelbaum, psicóloga especialista en Niños, Adolescentes y Familias, y miembro de la Sociedad Argentina de Pediatría.

“Lolo tiene cinco años cumplidos hace poquito. Cuando comenzó la pandemia tenía tres, y esta etapa fue bastante dura para él porque estuvimos muy encerrados. El papá en home office y yo, yendo a la oficina cada quince días. Apenas regresaba de la calle, él, que siempre había sido nene un súper feliz, re contento, de buen humor con cualquier persona, súper sociable, se ponía a llorar por nada y tenía caprichos por cualquier cosa”, cuenta Vanesa (38), empleada bancaria.

Y agrega: “No se adaptó para nada a la virtualidad del jardín, se escapaba, se ponía a llorar, se iba. De hecho su cumpleaños de cuatro fue en plena pandemia y por zoom: se puso muy mal porque no entendía que nadie iba a venir a verlo. Pensaba que no lo querían”.

Dentro de la educación inicial, se ven más niños y niñas a los cuales les cuesta dejar los pañales, el chupete, el pecho.
Romina Blotta, psicóloga

A partir de febrero, Lolo empezó a ir presencialmente al jardín unas pocas horas por día y esto tuvo un efecto en su comportamiento. “Hubo un gran cambio tanto en sus dibujos, en su humor, en cómo habla”, explica Vanesa.

La problemática del encierro y la falta de contacto debe de ser una de las preocupaciones más citadas por los padres en este momento, precisamente porque a esta edad se considera un escalón necesario para el desarrollo saludable de los chicos.

Sin embargo, lo que puede observarse es tanto una necesidad por salir como también, en otro casos, un efecto totalmente opuesto y pendular: el miedo a dejar el hogar o lo conocido. Y esto, también puede ser un inconveniente. Por algo, en octubre del año pasado, la revista dominical de The New York Times dedicó todo un número a la llamada “Generación Agorafobia”.

“Enfrentados con un mundo de advertencias, máscaras y plazas cerradas, algunos prefieren la seguridad y familiaridad de sus casas, tan desesperadamente que algunos padres están teniendo que recurrir a ruegos, amenazas o hasta sobornos para arrastrarlos afuera (…) ¿Pero quién puede culparlos? Durante meses nuestro mensaje fue que el lugar más seguro era el hogar”, dice el artículo.

Aunque cabe aclarar que lo que se observa en chicos difiere de la definición clínica de la agorafobia (pánico a los espacios públicos o con mucha gente, ya sean abiertos o cerrados), lo que los especialistas están viendo es una resistencia en niños y adolescentes a dejar su casa, no solo por miedo sino también por acostumbramiento a la burbuja de confort y seguridad de los hogares.

Nacho (38), productor musical, cuenta la experiencia con su hijo Florián, de tres años: “Cuando la cuarentena se empezó a flexibilizar, vimos que le daba como fiaca salir. Se había acostumbrado, yo creo que al igual que los grandes, a que su normalidad y que su día a día fuera en casa, encerrados los tres. Nosotros le proponíamos ir a la plaza, a pasear o andar en monopatín, y él decía: ‘No, prefiero quedarme mirando los dibus’. Ahí sí se nos prendieron todas las alarmas y dijimos: ‘Tenemos que reaccionar fuerte porque su normalidad ya es estar encerrado’”.

Lo virtual impuso nuevas normas.

Lo virtual impuso nuevas normas.

Modo off/on

Si la paternidad moderna ya presentaba desafíos para los “mapadres”, el Covid-19 llegó para subvertir toda planificación respecto del equilibrio realidad-virtualidad.

Victoria (35), empleada administrativa y madre de una nena, acepta que este período la llevó a replantearse algunas reglas de crianza:

“Una cosa que tuvimos que hacer fue habilitar más la pantalla. Nosotros éramos ‘nada de dispositivos electrónicos hasta los dos o tres años’, y ahora es ‘tomá la tablet, la tele y mirá lo que quieras’, porque no se puede vivir. Se vuelve imposible para ella y para nosotros también”, admite entre el sentido común y la resignación.

“Hoy, los celulares y la virtualidad han logrado suplir en algún aspecto ciertas faltas. Estos niños nacieron, vivieron, jugaron y se escolarizaron en otra realidad: ni mejor ni peor, simplemente diferente. La realidad virtual es un hecho cotidiano para esta nueva generación. Los padres tendremos que estar a la altura de esta época y de esta circunstancia para acompañar a nuestros hijos. El mal comportamiento, irritación, hiperactividad, son esperables, es el contexto que nos exige y nos mortifica a todos”, puntualiza Bertrán.

Los padres tendremos que estar a la altura de esta época y de esta circunstancia para acompañar a nuestros hijos.
Gustavo Bertrán, psicólogo

Sobreprotección

En un afuera que se volvió tan amenazante, es lógico que los padres hayan sido muy rigurosos con la prevención y los cuidados, pero algunos profesionales advierten que esto puede repercutir a futuro en las personalidades y habilidades de los chicos.

“Noté una gran preocupación de las familias por los logros madurativos iniciales de sus hijos, como los primeros movimientos en torno a la autonomía: el gateo, el deambular, los primeros pasos. Los temores de los padres no facilitaron en muchas ocasiones la independencia de los niños. Se vio a familias sobreprotectoras y con dificultad para permitir la posibilidad de logros como el empezar a caminar”, contextualiza Nora Koremblit de Vinacur, del Departamento de Familia y Pareja de A.P.A.

La pandemia también vino a romper con aquellos parámetros que se consideraban esperables de acuerdo a la edad.

“Dentro de la educación inicial, se ha comenzado a ver más niños/as a los cuales les cuesta dejar los pañales, el chupete, el pecho. Quienes habían empezado a controlar esfínteres poco antes del confinamiento, comenzaron a hacerse pis nuevamente, o quienes habían logrado dormir solos, volvieron a la cama con mamá y/o papá. La restricción para compartir espacios en común y de poder generar intercambios sociales, tanto fuera como dentro del colegio, ha tenido influencia también en la adquisición del lenguaje y de habilidades sociales que les permitan a los chicos vincularse con su entorno. Considerando todas estas cuestiones, las familias se acercan cada vez más a preguntarnos: ¿Cómo acompañar a sus hijo/as en estos tiempos tan complejos?”, aporta la licenciada Romina Blotta, psicóloga que trabaja junto a psicopedagogas en equipos de orientación y ejerce como coordinadora de inclusiones escolares de niños y niñas con discapacidad.

El tapabocas se impuso, pero a los más chiquitos les cuesta más.

El tapabocas se impuso, pero a los más chiquitos les cuesta más.

Barbijo, el nuevo uniforme

Desde la psicología se discute cómo incorporar el tapabocas a la rutina diaria de los chicos. En este sentido, se está trabajando con los típicos test gráficos (Casa/Árbol/Persona) para incluirlos como una nueva figura.

“El barbijo le costó al principio: se lo sacaba, se asustaba, no dejaba que yo me lo pusiera o me lo arrancaba de la cara. Pero después, cuando entró en el jardín, vio que las seños lo tenían, los otros compañeros los tenían y él también se lo puso y ahora ya está totalmente naturalizado”, cuenta Nadia (38), gastronómica y mamá de Florián.

Las familias bajo presión

Decir que, en este contexto, las familias se encuentran muy exigidas sería un eufemismo. De hecho se ya se habla de burn-out familiar: esa sensación de estar “quemados” por el estrés del momento.

Y es que, a la hora de los cuidados de los menores, un tema que también hay que discutir es el impacto de la pandemia y el avance de algunos de estos cuadros emocionales en la propia salud mental de los padres, que además están atravesando dificultades económicas, estrés, adaptación al teletrabajo, recorte de su propia sociabilidad, sin olvidar la histórica distribución desigual de las tareas de crianza y cuidado del hogar en el caso de las mujeres.

“En la Argentina, el cuidado de niños y niñas en su primera infancia, período comprendido entre el nacimiento y los primeros cinco años de vida, está altamente familiarizado. Esto quiere decir que, a pesar de la existencia de algunas políticas que intentan redistribuir la carga de cuidado, como los centros de desarrollo infantil o los jardines de infantes, las responsabilidades siguen estando centradas en las familias y, dentro de ellas, en las mujeres”, explica José Florito, coordinador de Protección Social de CIPPEC y experto en educación.

“Esta familiarización –agrega– se incrementó durante los períodos más estrictos de confinamiento, ante el cierre de establecimientos de cuidado y de escuelas. A esto se suma, además, el deterioro de la situación económica, que impactó sobre la posibilidad de las familias de obtener ingresos suficientes para atender las demandas de cuidado de sus hijos/as. De esta forma, a mayor familiarización, mayor riesgo existe de que las brechas de ingreso entre las familias se traduzcan en brechas de oportunidades y resultados en el presente y, de manera alarmante, en las futuras trayectorias educativas y laborales”.

De igual manera, Blotta recalca la importancia de que los adultos pidan ayuda, dado lo extraordinario del escenario que estamos atravesando.

“Lo importante es poder mantener la calma y, en todo caso, recurrir a un apoyo terapéutico cuando no se cuenta con las herramientas necesarias para poder afrontar las dificultades que el día a día nos impone. Porque si como referentes no podemos regular nuestras emociones, poco podremos hacer para acompañar a nuestros niños o niñas en la construcción de su psiquismo. Hay que saber que todo lo que se ha transitado tendrá repercusiones y que deberemos pensar estrategias que permitan abordar estos retos entre todos”, señala Blotta.

La mayoría de los padres entrevistados para esta nota coinciden en algo: llega un punto en que sus niños ya no quieren saber más nada con ellos y buscan conocer o estar con otra gente, reflejando el hartazgo a ambos lados. Por eso hay que estar atentos a las necesidades de todos e ir buscando el equilibrio.

“Se recomienda ayudar a los niños a expresar sus sentimientos, mantener las rutinas, facilitar el juego y sostener el contacto en forma virtual con seres queridos. La crianza es más compleja ahora, cuando los padres también tienen sus miedos y angustias y hay una ‘sobredosis’ de convivencia. Es importante que los padres estén contenidos por amigos y familiares y por su pediatra de cabecera”, resalta Mandelbaum.

¿Un corolario positivo?

El confinamiento y distanciamiento social produjo que los padres y madres pasen más tiempo con sus hijos, participando muy activamente de su crianza.

“Es una generación que va tener la alegría de haber compartido tiempo con los padres –sostiene Mandelbaum–. Eso es invalorable en la constitución subjetiva. La pandemia se convertirá en pasado: aprovechemos estos momentos porque no se van a volver a repetir. Cuando estemos nuevamente atrapados en el frenesí de nuestras rutinas no podremos hacerlo”. 

Fuente: Clarín