Literatura: La era de la “corrección”

Destacados escritores hablan de la influencia de los nuevos planteos de género a la hora de crear. Es raro que se hable de ‘los peligros de la corrección política’ justo cuando se empieza a pensar más a fondo en los derechos de la mujer”, dice Samanta Schweblin.

Tras años de valiosas transformaciones sociales y de discursos fuertemente impugnados -en especial, en las redes-, ¿los autores necesitan tomar precauciones adicionales para crear tramas y personajes que no hieran la sensibilidad? Opinan siete escritores.

Leonardo Padura: Lo correcto es antidramático, anticonflictivo

1. Por supuesto que inciden, pues en cuanto ciudadano y participante, todo lo que está en la atmósfera de su tiempo tiene algún reflejo sobre el artista, muy especialmente sobre el escritor que se mueve en un mundo de ideas, y no puede evadir la presencia de las referidas a esos temas. El escritor es además un humanista y, repito la frase ya casi hecha y deshecha, nada humano le es o debería serle ajeno, y esos son asuntos de alta importancia en la vida social, económica, y hasta física y geográfica de muchas personas en el mundo que sufren por diversos tipos de discriminaciones, violencias, represiones –y ya no solo me refiero a cuestiones raciales o de sexo.

2. En las redes sociales pienso poco, la verdad. De todo el arsenal del mundo digital apenas utilizo diariamente el correo electrónico. A veces, el móvil; cuando lo necesito, busco algo en Internet. Pero no tengo ni perfil de Facera, book ni cuenta de Twitter, ni siquiera página web personal o blog. En muchos sentidos sigo siendo preinformático, y dedico todo mi tiempo posible a lo esencial de mi trabajo: escribir (ah, uso una computadora) y leer (ah, uso un Kindle muchas veces). Pero el público lector siempre me interesa y soy muy cuidadoso de no utilizar argumentos que puedan ser lesivos de la dignidad de ninguna persona, y la dignidad humana incluye el respeto a sus creencias, su sexo, su cultura, el color de su piel. No me gusta que me agredan y trato de no agredir. Además, con los indignos, los fundamentalistas, los fanáticos, los hijos de puta… y con la gente buena, tengo muchos conflictos y personajes donde escoger.

3. Sí, pero no una era, hacia una dictadura. Los censores y los fundamentalistas siempre están dispuestos a actuar. Pero lo escritores tenemos el deber de escribir, y decir lo que creemos necesario decir.

4. Por supuesto. Lo correcto es antidramático, anticonflictivo. Esto me recuerda que en Cuba en una época a lo políticamente correcto (y era políticamente) se le llamó literatura “sinflictiva”. Lo incorrecto nos da los argumentos, problemáticas, actitudes más ricas y complejas, y sobre eso es que la mayoría escribimos. A mí se me considera políticamente incorrecto, o incómodo, no sé. Pero, a la vez, como antes dije, cuido mucho de no convertir mi literatura en tribuna de ataque a esencias posibles de la condición social y humana.

5. Uf, por favor… ¡El Quijote!; ¡Madame Bovary!; ¡Ulises!; ¡Los Trópicos de Miller!… la lista es infinita. Y si quieres, incluye en ella a El hombre que amaba a los perros… Sin pretender compararme con los autores y obras que cité antes, por Dios.

Samanta Schweblin: No creo que haya que cuidarse de nada al escribir

1. Por supuesto que inciden, somos como esponjas y trabajamos con todo lo que nos toca. Lo que no creo es que haya que cuidarse de nada a la hora de escribir, quiero decir, cuidarse de nada externo a lo que se está contando. Sí por fuera de la literatura, ahí sí. Ahí hay que pensar estratégicamente, y hacer el ejercicio de pensar cada vez de modos mucho más justos e inclusivos. El problema con la literatura es que en cuanto no es absolutamente fiel a lo que sentimos y a lo que queremos decir, se quiebra.

2. No. Si se trata de ficción, que es lo que escribo, no siento que tenga nada que decir por fuera del texto, y lo que el texto dice está atado siempre a miedos y preocupaciones personales. No puedo ser más sincera que cuando comparto ficción, no hay nada que medir ni aclarar.

3. Es raro que se hable de “los peligros de la corrección política” justo cuando se empieza a pensar más a fondo en los derechos de la mujer.

Sergio Ramírez: La ficción es por naturaleza incorrecta

1. Inciden. Hay un temor soterrado de caer bajo la implacable censura de quienes exigen corrección política, y es cuando uno debe recordar que la escritura es transgresora por su naturaleza y que toda compostura la vuelve neutra y por tanto la anula. Quienes dictan los cánones de la nueva decencia pública exigen el silencio o el subterfugio.

Hay quienes se han dirigido a la Academia de la Lengua pidiendo modificar algunas acepciones de la palabra negro, como si la lengua no tuviera vida propia y dependiera de certificados de buena conducta. En Nicaragua conozco más de veinte formas distintas de llamar a los homosexuales. ¿Hay que olvidarlas por temor a ser señalado de homofobia? Y esa aberración de distinguir los géneros en cada frase, ellos y ellas, los y las. Y simplificar el uso del femenino y masculino usando una @ ya se vuelve atroz. Y eso que estoy hablando aquí de las formas. El fondo es insondable.

2. El temor de quedar mal con los censores sociales conduce por un camino de perdición, que es la autocensude y hay que superar ese temor a cada paso. Las mentalidades cerradas que buscan conjurar los demonios de la libertad creadora han existido en cada época y lo que varían son los temas, recordemos que no pocas obras literarias capitales se han enfrentado a la intolerancia: Las flores del mal, Madame Bovary, Ulises, El amante de Lady Chatterley. Antes el blanco era la incitación al pecado de la infidelidad, el erotismo, la impudicia. En México una dama de no sé qué asociación exigió que no se proyectara la película basada en Memoria de mis putas tristes de García Márquez.

Hoy el temor es frente al machismo, la homofobia, violentar la proclama de igualdad de géneros, como si se tratara de bandos en los que sólo se o puede estar a favor o en contra. Pero la literatura es mucho más compleja y desafía las alineaciones. Soy en lo personal defensor de los derechos de la mujer, trato de erigirme sobre el machista que llevamos dentro, defiendo la libertad de opciones sexuales porque creo en la dignidad humana. Pero convertir la escritura creativa en un campo de propaganda siempre va en su detrimento y liquidación, no sólo respecto a esos temas, sino en lo que hace a la política, las ideologías.

3. Hay que estar consciente del riesgo. Porque eso acabaría con la literatura, y es la libertad en la escritura lo que hay que defender. Una literatura social o políticamente correcta es la muerte de la invención. Contar historias felices es siempre aburrido y rompe con la regla de la contradicción, del conflicto, que está en la esencia dramática de la construcción narrativa. Es un absurdo convertir al autor en responsable moral de las acciones y palabras sus personajes. Si todos los maridos en las novelas son ecuánimes, cambian los pañales a los niños, comparten las tareas domésticas, y eliminamos los triángulos amorosos, por ejemplo, volveríamos todo gris y quitaríamos verdor al árbol de la vida.

4. La ficción no es educativa, es por principio incorrecta, disruptiva. La pedagogía moral en un libro empieza por la aberración de obedecer a la moral impuesta, la del momento, para quedar bien. Si no se está dispuesto a ser transgresor, hay que abandonar el oficio y dejárselo a otros que no se cuiden del canon. La literatura está contaminada por su propia naturaleza. La vida es oscura y sucia, y lo que hace el escritor es buscar como entrar en sus honduras que nunca son asépticas.

5. Madame Bovary, que ya mencioné, por ejemplo. Flaubert fue llevado a juicio acusado de que su novela era “una afrenta a la conducta decente y la moralidad religiosa”. Y Pinard, el fiscal de la causa, se permitió elaborar una tesis sobre el papel del arte: “Imponer las reglas de decencia pública en el arte no es subyugarlo sino honrarlo». ¿Y Lolita? Todavía se sigue acusando a Nabokov de perversión, de justificar la violación de una niña de 12 años. Si ambos hubieran honrado al arte de la manera que quería Pinard, habría dos obras maestras menos en el mundo.

Pola Oloixarac: La era de la corrección política ya llegó

1. Precisamente porque la corrección política genera problemas picantes es que hay que trabajar con eso, no evadirlo. Aunque admito que es un mal momento para tener un pito. Lo desaconsejaría.

2. Doy por sentado que a mucha gente le encanta ofenderse, no me preocupa. 3. La era de la corrección política ya llegó. Pero en Argentina tenemos la ventaja de que nuestra sociedad es mucho menos hipócrita que la norteamericana, donde se ha vuelto un ejercicio vigilar y castigar al diferente, al excéntrico y al freak. De todos modos, como en Argentina amamos lo importado, no puedo asegurar que estemos salvados.

Jorge Fernández Díaz: Es un malentendio pensar que el arte necesariamente debe ser educativo

1. No se puede generalizar, pero a priori es indudable que los escritores y periodistas estamos bajo una cierta presión y muy atentos a esta nueva sensibilidad, que en principio me parece justa y necesaria. Pero aquí parece surgir una tensión entre la libertad artística y el imperativo ético. Tensión que es saludable, puesto que expresa la necesidad de acompañar una revolución social que acontece en Occidente a favor del igualitarismo de género y contra discriminaciones, pero que a la vez parece peligrosa porque puede importar una autocensura de hecho.

2. Como periodista pienso todo el tiempo en esos asuntos, y estoy expuesto como cualquiera que hable cotidianamente en la radio de cualquier tema o que escriba de manera polémica sobre la actualidad. Me vigilo, porque sé que me vigilan y porque siento, también, una responsabilidad social y personal. Ahora, como escritor no me he privado de librarme de esas barreras y de construir un héroe políticamente incorrecto (Remil) ,y me alegro mucho de no haber sido víctima de ninguna presión fantasmal o concreta, de haberme rebelado literariamente contra la corrección. Que si la lleváramos hasta las últimas consecuencias nos devolvería a historias de buenos y malos, de maniqueísmos y de meros discursos “tranquilizadores”.

3. Sí, corremos ese riesgo, que aplana el arte y la discusión, y que nos mata el pensamiento espontáneo y, por lo tanto, el debate público profundo y sincero. Se hace cada vez más difícil pensar en voz alta en una sociedad sancionadora de la honestidad intelectual.

4. Es un gran malentendido pensar que el arte necesariamente debe ser educativo. Y da por hecho la disparatada ocurrencia de que las obras de arte pueden malformar las conductas humanas, que los artistas le lavan el cerebro a la gente, lo que es a todas luces una subestimación del público. Me parece otro pensamiento riesgoso. Eso no quiere decir que no tengamos ciertos frenos inhibitorios porque también somos ciudadanos con ideales y buenos sentimientos. 5. Uf, tantos. La sola idea de que Nabokov recibiría hoy repudios bestiales y que tal vez Lolita, si no fuera un clásico, sería retirada de circulación me da escalofríos. La intrusa de Borges, donde dos hermanos compran y usan como un objeto a una mujer y luego la matan para que no interrumpa su amistad, podría caer bajo la ley de esta nueva Inquisición inarticulada. Los femicidas que se salen con la suya en Match Point y en Crímenes y pecados, que son dos obras maestras, podrían llamar a una indignación generalizada y a una censura de la industria. Algo que sería terriblemente penoso. Para el arte y para la libertad de expresión.

Angeles Salvador: Los que patalean mucho quieren ser groseros

1. Creo que sí, que inciden en la medida en que sean un tema de la incumbencia de ese escritor, según sea hombre o mujer, y su orientación sexual sea tal o cual. Y en ninguno de los casos es lo mismo. Se toma partido. Y luego se escribe. Los extremos serían incurrir en el mecenazgo de la idiotez machista o en el elogio de la violencia, por un lado y en el panfleto que ciñe la obra o en la hipocresía especulativa, por el otro. En el arco que comprenden esas exageraciones prefiero situarme en el lugar anhelado de la libertad de pluma, es decir, no contrabandear nunca (o tanto). La mentira en la escritura pesa igual que la verdad. Si no se aprende el arte de la combinatoria y el trasvasamiento entre ambas posiblemente se quede expuesto de una forma ingenua. Creo que los escritores somos grandes y sabemos cuidarnos solos. Ir al muere en cuestiones de honestidad intelectual, no es una buena práctica para acercarse a la literatura.

2. No. ¿Qué sería lo peor que puede pasarme? ¿Que mis libros denoten frivolidad machista, sumisión, falta de compromiso y condena, deconstrucción torpe y lenta? ¿O que denoten todo lo contrario: denuncialismo, oportunismo, victimización? Ni una cosa ni la otra. Reitero: los escritores que me gustan a mí tienen coraje, personalidad, se bancan los riesgos que asumen y pueden hechizar con las palabras.

3. No, no hay ningún riesgo si el discurso político de Bolsonaro prende como prendió en Brasil. De por sí el mero concepto de corrección política me da asco porque implica una pereza para tratar de ser más humano y solidario. Los que se quejan de la corrección política te dicen: “Aguafiestas, no me dejás divertirme como me gusta”. Patalean porque quieren ser groseros e insultantes, como defendiendo su logorrea. Creo que hay que distinguir intensidades y escalas. Escuchar a los otros. Y no evadir los problemas que enfrentamos. También se puede ser correcto políticamente sin hacer una retórica de eso.

4. Por supuesto que es una trampa, un grillete. La ficción tiene impunidad neurótica. Y siempre necesita del mal, de la redención, de la locura, de la belleza y del rechazo. 5. Viaje al fin de la noche, de Céline. En este caso se intenta separar forzadamente al novelista del sádico antisemita, a su discurso poético del terror político. Coexistieron. Aunque nos pese.

Martín Kohan: Obedecer a lo correcto tanto como a lo incorrecto es una forma de precariedad

1. No veo por qué habría necesidad de cuidarse: yo estoy a favor de la igualdad de género, estoy en contra de la violencia del poder y estoy en contra de la discriminación. De lo que hay que cuidarse, en todo caso, es de las lecturas que abordan la literatura sin mediaciones, mecánicamente, las que suponen que un narrador expresa por necesidad la perspectiva del autor, las que presumen que se escribe siempre para explicitar las propias posturas de manera directa. Y hay que cuidarse en especial de la censura, del medievalismo, de la Inquisición, de la represión, de las nuevas hogueras, de la policía moral.

2. Ni más ni menos que siempre, y no de manera preventiva, sino siempre deseoso de recibir lecturas y de abrir conversaciones literarias, o incluso debates literarios, llegado el caso. Tomo contacto con los lectores cada vez que se presenta la ocasión y me presto gustosamente a todos los intercambios. Mis únicos límites son los cobardes que agreden anónimamente, sin abrir ninguna discusión, y los nazi-fascistas, que la abren pero en términos que no me interesan. En las redes he dado penosamente con varios. 3. No sé qué es lo que propone Pérez Reverte, pero ya estamos evidentemente en plena era de la corrección política.

4. La corrección política es ante todo un enemigo, y no precisamente natural, de todo pensamiento verdadero, porque estipula previamente qué es lo que se puede pensar o decir, y qué es lo que no. Lo que implica condenarse a pensar lo ya pensado, a estancarse en lo consabido.

Lo contrario de lo políticamente correcto no es, sin embargo, para mí, lo políticamente incorrecto, que participa en verdad de las mismas taras: es mecánico y previsible, es obvio y regimentado. Yo estoy a favor de pensar y decir lo que cada cual considere que es necesario pensar o decir. Obedecer a lo políticamente correcto, u obedecer a lo políticamente incorrecto, son dos formas semejantes de la precariedad intelectual, a mi criterio.

5. De los grandes libros, me temo que casi ninguno. Digamos, por caso, El mercader de Venecia, de Shakespeare. Más cerca en el tiempo, Lolita de Nabokov. Más cerca en el espacio, La intrusa, de Borges. La lista ha de ser casi infinita. Podrían ganar tiempo, si quieren, y abolir directamente la literatura.

Fuente: Clarín.