Stephen King. El patriarca del terror que nunca deja de producir

Mientras empieza a cederles la antorcha a sus hijos escritores, el prolífico novelista estadounidense, ácido crítico de Trump, se vuelve sutilmente político en sus últimos libros, como muestra El instituto

Al principio de El instituto, la nueva novela de Stephen King (Portland, 1947) y la número sesenta y uno desde la publicación de Carrie en 1974, Tim Jamieson, el héroe de la historia, ayuda a una empleada de la Asociación de Bibliotecas del Sureste (enojada porque «Trump y sus compinches tienen la misma comprensión de la cultura que un burro del álgebra») a descargar unas cajas de libros en una escuela. Aunque algo anacrónica (la bibliotecaria, la carretilla y las cajas pesadas de libros contrastan bastante con una educación hecha de pantallas táctiles, Internet y buscadores), la escena sirve para recordar el papel de aspirante a patriarca de la literatura que King ha intentado cultivar durante décadas y que desde 2003, cuando recibió la misma Medalla a la Contribución Distinguida a las Letras Americanas con la que fueron galardonados otros gigantes de Estados Unidos como Arthur Miller, Saul Bellow, Philip Roth o Don DeLillo, afianzó por encima de cualquier duda.

A los 72 años, de hecho, habiendo sumado la Medalla de las Artes en 2015, King es el más prolífico de los escritores en su liga, con ocho libros nuevos en los últimos cinco años y una colección de cuentos preparada para el próximo, y uno de los que mayor éxito comercial sostiene de manera ininterrumpida en el planeta.

En perspectiva, su obra no solo es una prueba de que la brújula del mercado a veces sí se reúne con la brújula del talento (e incluso Harold Bloom, el virulento crítico «canonizador» que repetía que King estaba «por debajo de cualquier lector serio que haya experimentado a Proust, Joyce o Faulkner», acaba de morir con esa batalla perdida), sino que hasta podría probar que «la marca King» es capaz de extenderse como una auténtica franquicia familiar.

El ejemplo irrebatible es Bellas durmientes, la novela publicada en 2017 y escrita a cuatro manos con Owen, el más joven de sus hijos, aunque los pasos más firmes en esta misma dirección los dio su otro hijo, Joseph. Bajo el «nom de plume» Joe Hill (no tan efectivo si se tiene en cuenta que Joseph es idéntico a su padre), el mayor de la nueva generación de narradores King lleva publicados varios libros de relatos, cómics y este año, como primer gran salto a la industria del entretenimiento, logró también el estreno de una serie de televisión basada en NOS4A2 (o Nosferatu), la tercera de sus cuatro novelas.

De cualquier manera, estos logros están todavía a una gran distancia del omnipresente vigor del patriarca.

Si los lectores de Stephen se guiaran únicamente por la actividad de su cuenta en Twitter, donde sus recomendaciones de libros, series, películas y también las críticas mordaces y los insultos al presidente Donald Trump llegan todos los días a unos cinco millones y medio de seguidores, la impresión sería que el viejo «maestro del terror» trabaja como CEO y promotor de una corporación familiar. Entre los últimos lanzamientos de esta empresa con base estable en el estado de Maine está la película Doctor Sueño, que, protagonizada por Ewan McGregor y basada en la novela homónima publicada por King en 2013, es nada menos que la segunda parte de lo que ya no solo es una novela sino también una película clásica de terror: El resplandor («Tienen que ver al doctor este fin de semana. Al Doctor Sueño, quiero decir», escribió King para promover el film en Twitter). Pero este es apenas el último estreno de la «franquicia» desde la reciente llegada a los cines de la segunda parte de It, basada en otra de sus novelas clave, y de la presentación en televisión de la temporada final de Mr. Mercedes, una serie inspirada en la trilogía de novelas de suspenso y terror que King publicó entre 2014 y 2016 (y la lista podría seguir, con una nueva versión cinematográfica de Cementerio de mascotas en abril de este mismo año o la adquisición de los derechos de El intruso por parte de HBO para una futura serie, mientras King colabora con el guion de La historia de Lisey, a estrenarse en el canal digital Apple TV+).

Aun así, la escritura de King, comparada a veces con la de un auténtico grafómano (su última adicción en pie), es la clase de activo que por su peso en el mercado editorial, en Hollywood y en la imaginación de, por lo menos, dos generaciones de lectores, parece atrapado entre fuerzas antagónicas que, ahora más que nunca, tensionan su carrera de autor.

La primera es una fuerza positiva gracias a la cual, como les ocurre a otras figuras consagradas como Paul McCartney a la hora de grabar un nuevo disco a los 77 años o a Werner Herzog al dirigir una nueva película también a los 77, King avanza, con sus 72, a paso firme sobre historias donde su experiencia en el uso de las herramientas literarias probadas durante décadas entre millones de lectores no dejan espacio para el error.

En este sentido, igual que en su penúltima novela traducida, El visitante, en la que la presencia de un ser «cuya verdadera arma es nuestra incredulidad» se construye sobre el planisferio de la vida cotidiana de un pueblo común y corriente, el tipo de vida suburbana donde los personajes de King pueden lucir mejor lo más brillante y lo más oscuro de sus existencias, El instituto repite la premisa de que la realidad es una capa de hielo muy fina, sobre la que la mayoría de la gente patina durante toda su vida sin caerse nunca ni hundirse del todo. En este caso, esa realidad, que la prosa veterana pinta con la detallada agilidad de siempre, define las vidas de un grupo de chicos con poderes a los que una organización estatal mantiene separados de sus padres para explotarlos militarmente, por lo que el centro de la trama de El instituto será su intento de escapar, colocando en juego su amistad.

Instituto, Stephen King
Instituto, Stephen King

Pero en este punto el tenor de la creación, ese ímpetu que empuja a King a seguir escribiendo libros aunque ya no quede nada que demostrar, se confronta inevitablemente con una fuerza más amarga y negativa, pero que también se asienta sobre la carga del tiempo. Porque, ¿acaso no es esta la misma historia que ya contó hace 39 años en Ojos de fuego o hace 33 en Eso? Y en ese caso, ¿qué mérito hay en repetir lo que ya fue escrito? ¿Dónde queda para la literatura de King la posibilidad de sorprender?

Por supuesto, son preguntas frente a las cuales los buenos artistas suelen dar variaciones de una única respuesta: ¿qué otra cosa podrían hacer además de seguir adelante? Apenas publicado El instituto, King dio la suya: «Voy a saber cuando llegue el momento de retirarme. O colapso sobre mi escritorio o me quedo sin ideas. Lo que uno no quiere hacer es dar vergüenza. Pero mientras sienta que todavía hago un buen trabajo, no puedo verme dejando de escribir».

Pero ¿es este un «buen trabajo»? Basada en los experimentos que la CIA puso en marcha durante la Guerra Fría para desarrollar supuestos poderes mentales escondidos en los humanos, la novela Ojos de fuego también es una película que protagonizó Drew Barrymore en 1984, pero, sobre todo, es una de las narraciones que inspiraron a los hermanos Matt y Ross Duffer para la serie Stranger Things, en Netflix. El instituto, por lo tanto, es la clase de novela que por su tema remite desde el principio a un libro anterior del mismo autor y, a la vez, una historia que ya fue filmada para el cine hace casi cuatro décadas y reciclada para la televisión hace apenas tres años. ¿Es este, entonces, el tipo de libro en el que sin los compromisos comerciales que rodean a casi todo lo que escribió hace diez, veinte o treinta años, King puede desplegar sus intereses nuevos en paz mientras cede la antorcha del legado a sus hijos?

La clave, tal vez, esté en el nuevo papel de Stephen King como una de las pocas personalidades estadounidenses que enfrentan sin miedo al presidente Trump en su propia arena presidencial: Twitter. Y si El visitante no escondía las referencias explícitas a Donald Trump al indagar en la presencia del mal, El instituto tampoco puede leerse sin recordar las noticias sobre los hijos de inmigrantes separados de sus padres por las autoridades en la frontera de Estados Unidos, bajo las directas órdenes presidenciales. ¿Será que King, en esta frenética «etapa invernal» de su vida, quiere concentrarse en una literatura con mayor incidencia política? Con todo, los mecanismos del último patriarca de las letras estadounidenses funcionan: el miedo, su proximidad cotidiana y la salvación a través del amor todavía dicen algo verdadero sobre el mundo. ¿Pero podría ser de otra manera? Como escribió el crítico Federico Sironi en Alabanza y crítica de Stephen King: «¿Qué es un escritor popular sino un buen escritor?».

El instituto

Por Stephen King

Plaza& Janés. Trad.: Carlos Milla Soler. 624 páginas. $ 1399

Bellas durmientes

Stephen y Owen King

Plaza&Janés. 768 págs. $ 1499

Fuente: Nicolás Mavrakis, La Nación