Tras larga carrera de obstáculos, Szifrón estrena al fin “Misántropo”

MIRÁ EL TRÁILER. El director de “Relatos salvajes” rodó un policial en Canadá y debió enfrentar no solo a la pandemia.

Vuelve Damian Szifron, el director de “Relatos salvajes”. Su nueva obra es un policial norteamericano fuera de norma, “Misántropo”, con Shailene Woodley (“Divergente”), Ben Mendelsohn y Ralph Ineson. Ya se estrenó en Canadá, Israel y otros países, esta semana compite en el Festival de Cine de Beijing y se estrena en Francia, el 4 de mayo en la Argentina, y se van sumando. Pero en EE.UU. hay cierto resquemor, debido a la mirada crítica del film. Dialogamos con Szifron.

Damián Szifron: Tras la recepción fenomenal de “Relatos salvajes” muchos productores me preguntaron qué quería hacer. Esto, les decía. Bien, adelante. Entretanto iba a filmar con los Weinstein una película del Hombre Nuclear. No era ni remotamente algo por encargo. Lo pintaba como un loco suelto en el Pentágono. Eso, la compañía lo celebraba. Pero estalló el escándalo de Harvey Weinstein, y cerró la empresa.

P.: Lo lamentamos por Bob, el hermano.

D.S.: Entonces me volqué de lleno a “Misántropo”, sobre un asesino de masas, no serial sino de masas, buscado por dos policías que lo van comprendiendo. Pero, justo cuando el guión avanzaba, empezó una ola de asesinatos en masa. Lo había situado un 4 de Julio en Orlando. Debí cambiar de fecha y lugar. Los productores también me pedían cambiar el método del homicida. Nada de fusiles. Y les incomodaban las críticas del guión a la sociedad y a la institución policial. Eso era habitual en el cine norteamericano de los ’70. Viendo ese cine quise ser director. Y no sé si por convicción o terquedad, la película que yo quería hacer en EEUU era ésta.

P.: Donde de pronto uno hasta puede sentir un poquito de piedad por el asesino.

D.S.: Eso me criticaban. “¿Se supone que debemos tener empatía por un asesino?”. Sí. No digo simpatía, sino entender por qué ha explotado. El homicida es el fuego, un volcán en ebullición largo tiempo reprimido. La agente de policía es agua, es emocional. Su jefe es aire, es racional. El otro policía es terrenal. No quiero ponerme new age.

P.: Y el cuerpo del FBI está lleno de chacales y payasos, según dicen en un diálogo.

D.S.: Es algo que tiene mucha reflexión, mucho trabajo. Diálogos que considero sustanciales. Es una película reflexiva, además de tener la acción y los tiros. También tiene algo de ritmo que siento a contrapelo, pero responde a lo clásico. Siempre me gustó lo clásico, las películas donde lo importante es el espectador, no el director.

P.: ¿Pero qué pasó entonces?

D.S.: El guión pasó a estudio. ¿Leyó “El viejo y el mar”, con ese pescador que debe luchar contra los tiburones para que no le coman su presa? Yo tenía un pez espada y cada semana los tiburones le arrancaban una aleta, un pedazo más de carne. Hasta que apareció FilmNation. Ahí dijeron “qué bueno, al fin una obra que provoque incomodidad”, y con ellos pude filmar.

P.: Pero no en EEUU.

D.S.: La historia transcurre en Baltimore, pero filmamos en Quebec, que es más barato. Nos demoró la pandemia y terminamos rodando en el invierno del 2021, a 25° bajo cero. Me dolían los huesos, y debía resolver todo con rapidez, porque la luz solar duraba poco y el presupuesto era reducido. “Relatos salvajes” la rodé en ocho semanas, y ésta, que es más compleja, en seis. Después hice unas tomas en Baltimore y otras en Buenos Aires.

P.: Cuénteme eso.

D.S.: Sentía que me faltaban algunos planos, y acá pude completarlos. Por ejemplo, algunos asesinatos, la irrupción de la policía en el departamento de un adolescente, y parte de la escena en un matadero. Además estaba empantanado con una escena larga filmada en Quebec y acá Ponce me ayudó a orientarme, por eso figura como editor adicional.

P.: Y el director de fotografía, aquí y allá, es Javier Juliá.

D.S.: Un fotógrafo sensacional, con quien no solo puedo pensar en la imagen sino en el casting, el ritmo, el tono, y además es un amigo. No podría haber sobrevivido a tanta adversidad sin amigos como Juliá, el coguionista inglés Jonathan Wakeham, a quien conocí en medio de la lucha, y Stuart Manashil, uno de los productores. Con ellos pude hacer la película que quería. Otros tuvieron sus dudas, hasta que empezaron las preventas en el mercado internacional.

P.: ¿Por qué en el mercado angloparlante la rebautizaron “To Catch a Killer”? Es un título del montón…

D.S.: Lo impuso una empresa distribuidora. Suponen que allá la gente no conoce la palabra “misántropo” y no va a investigar lo que significa. Lo suyo desmerece al asesino, y es fruto de la sociedad en que vivimos, donde la lucidez y la tranquilidad están permanentemente amenazadas. Para mí es una palabra muy poderosa, expresa el corazón del relato y no tiene sinónimos. En fin, esa fue una batalla perdida. Del resto, logré lo que quería, aunque a veces recordaba lo que dijo otro director, creo que fue Bergman, cuando le hablaron de trabajar en EE.UU.: “¿Por qué dejaría de filmar con 20 amigos para filmar con 200 enemigos?”

Fuente: La Nación