“Así como fui amada, fui olvidada…” Susana Rinaldi abre su corazón

Dueña de un temperamento que la distingue casi tanto como su voz, la Tana repasa su vida, sus amores y su carrera. Confesiones de una mujer pura pasión

l sol entra a pleno por las ventanas de su altísimo piso de Belgrano. Y, aunque el calor por momentos resulta agobiante, Susana Rinaldi (85) no pierde nunca el tono amable. Mientras dura la producción fotográfica posa divertida y acepta las sugerencias del fotógrafo, salpicando la charla casual con comentarios graciosos e inteligentes y, al momento de comenzar la entrevista, se dispone de buen humor a hacer memoria sobre su infancia y su vida en Europa. El resultado es una charla larga, por momentos emotiva y plagada de recuerdos, en la que ella –la Tana, como le dicen todos– pone la lupa en la maternidad, el amor, el feminismo… Hija de un italiano y una argentina, Susana Natividad Rinaldi fue actriz de teatro, cine y televisión antes de darle un giro a su carrera y dedicarse a cantar tangos, siempre eligiendo cuidadosamente un repertorio en el que no hay espacio para las canciones machistas típicas del género. Madre de Ligia (50) y Alfredo (48) –fruto de su matrimonio con Osvaldo Piro (85), músicos también–, abuela de Ezequiel, Victoria, Román, Alex y Elisa, Susana Rinaldi es una mujer sabia, reflexiva, apasionada, segura de sí y del camino recorrido, y de las huellas que dibujaron sus pasos.

En el living de su casa, posa divertida entre recuerdos, premios, distinciones y libros. “¡No sabés la cantidad de gente, empezando por mi familia, siguiendo por mis amigos y mis compañeros de profesión, que no entienden cómo no he escrito sobre mi vida!”, cuenta.
En el living de su casa, posa divertida entre recuerdos, premios, distinciones y libros. “¡No sabés la cantidad de gente, empezando por mi familia, siguiendo por mis amigos y mis compañeros de profesión, que no entienden cómo no he escrito sobre mi vida!”, cuenta. Matias Salgado

–¿Qué recuerdos tenés de tu infancia?

–A mí no me criaron ni mi mamá, ni mi papá, ni mi abuela, ni mi abuelo. A mí me crio una señora de 60 y pico de años porque mis padres estaban y se iban, siempre por trabajo. Una mujer extraordinaria, que me enseñó lo que era la vida. Y esa experiencia del “hoy estás, mañana no, pasado vamos a ver…” hizo que todo alrededor fuera distinto a lo que yo vivía con mis compañeritos del colegio y después con mis compañeros de estudio. Pero había algo importante: tanto mi mamá, como mi papá y también mi abuela hicieron que tuviera la posibilidad de encontrarme con un modo de vida totalmente diferente de un lado y de otro.

–¿Cómo era la relación con esos padres ausentes?

–Tuve una mamá y un papá espléndidos, que al mismo tiempo estaban muy separados de la ciudad de Buenos Aires y no se hacían demasiado visibles para mí. Pero, con el correr de los años, fueron dos personajes importantísimos en mi vida, incluso me pasó que mucha gente me hablara maravillas de ellos, dejando en claro que eran dos personas estupendas. Doy fe de mi madre, con quien compartí más la vida, porque mi padre se murió demasiado pronto.

–¿Te sentías sola?

–No. Y creo que fui una predestinada: me acostumbré muchísimo a ser una nena y después una muchacha que vivió con esta gente mayor y a que cada uno de ellos se pasara la vida enseñándome.

–¿Dónde quedaba tu casa?

–En el barrio de Once. Pero yo nunca tuve una casa que viniera de parte de mi mamá y de mi papá, o de mi abuela y mi abuelo. No, fueron distintos lugares, y mi experiencia en cada uno de esos sitios me fue formando como persona. Fui a una escuela judía, así que miraba para otro lado, en ese bendito barrio del Once, y me encontraba con todos judíos. Y yo tenía fascinación por esas personas. Eran madres, padres y abuelos de compañeros míos de la escuela primaria y secundaria que también me enseñaban, sin que me diera cuenta, a vivir de otra manera. Es por eso que a través de los años hice creer a mucha gente que era hija de judíos y, cuando ya adulta, me acerqué muchísimo a personas que no tenían ni idea de quién era yo, de dónde venía o qué había estudiado, era toda gente estudiosa y librepensadora, que vivía bajo un emblema que era la curiosidad y el sueño de crecer con los libros habidos y por haber, como aquellos padres, madres y abuelos que había conocido en el Once de mi infancia y mi primera juventud.

“Osvaldo [Piro] es un señor querible… ¿Por qué no voy a quererlo?  Si es buen padre y buena persona. Además, le debo muchísimo”, confiesa.
“Osvaldo [Piro] es un señor querible… ¿Por qué no voy a quererlo? Si es buen padre y buena persona. Además, le debo muchísimo”, confiesa. Matias Salgado

–¿Nunca pensaste en publicar una autobiografía?

–En cualquier momento. ¡No sabés la cantidad de gente, empezando por mi familia, siguiendo por mis amigos y mis compañeros de profesión, que no entienden cómo no he escrito sobre mi vida, especialmente sobre lo que he vivido estando sola en Europa! Creo que si no lo hice hasta ahora es seguramente porque sufrí muchísimo la pérdida de mi mamá… ¡Me hubiera gustado tanto seguir con ella! Se fue sin decirnos a mi hermana y a mí tantas realidades…

–Tenés una hermana…

–Sí, somos dos nada más, pero con una diferencia de diez años. Y somos distintas, porque la crianza que ella tuvo fue diferente a la mía. Ella se crio con la abuela y no pasó por todos los lugares por los que pasé yo. Quizás por eso nos costó bastante –y nos cuesta todavía– hablar.

SEGUNDA PATRIA

En 1975 se fue del país a un exilio que duró veinticinco años y Francia la recibió con su tango y su dolor: el exigente público del Olympia de París la idolatró desde la primera vez que pisó el escenario y ese éxito fue el puntapié inicial de su carrera internacional. Casi cuarenta años después –en 2014– semejante amor se vio coronado con la Orden de Oficial de la Legión de Honor que le otorgó el gobierno francés.

–¿Durante el tiempo que pasaste en Europa te sentiste sola?

–Si vos supieras la facilidad con la que encontraba gente a la que querer y que me quisiera… Algunos fueron esos personajes de la historia que de pronto se convirtieron en maestros míos y a quienes les confesaba mis fórmulas de vida, no sólo para aprender, sino también para seguir adelante, como Julio Cortázar. Imaginate que me fui de Argentina de un día para otro cuando vino la maldita Triple A, sin que mi madre supiera adónde me había ido, y suponiendo que mis amigos iban a cumplir con ir a decírselo personalmente al día siguiente de mi partida. Me fui sola sin saber cómo iba a viajar, quién me iba a recibir, dónde me iba a quedar.

–¿Y tus hijos?

–Se quedaron con mi madre. Lo que yo viví con mis hijos fue muy difícil. Vinieron muchas veces a convivir conmigo en Europa y, aunque les pareció la cosa más normal, crecieron de una manera que nunca imaginaron. Hoy son personas que hablan dos o tres idiomas, pero que han decidido que el suelo que pisan es este y no otro. Eso lo dicen siempre, como para que yo no me olvide, sin saber que no me podía olvidar porque soy tan distante de lo que mis hijos tienen gracias a Dios hasta el día de hoy: la seguridad en ellos mismos. Yo no la tuve acaso por pensar, por ser, por decir, por hacer, en tiempos en los que ellos no podían entenderme.

En su balcón –atrás, algunas torres de la ciudad se mezclan con el Río de la Plata– a la hora del té.
En su balcón –atrás, algunas torres de la ciudad se mezclan con el Río de la Plata– a la hora del té. Matias Salgado

–¿Por qué no se quedaron con vos en Europa?

–Yo me negué a que ellos anduvieran dando vueltas por el mundo porque la madre estaba dando vueltas por el mundo.

–Decías que el paso por Europa los hizo crecer de golpe. ¿A qué te referís concretamente?

–A que el crecimiento de ellos fue tan total y definitivo que hoy no son personas que te juzgan, sino que son personas que te terminan de comprender, que no es lo mismo. ¡Lo bien que hablaban con mi mamá, lo bien que la tranquilizaban explicándole cómo estaba yo y dónde estaba! Creo que ese tiempo en Europa fue clave.

–Y vos, ¿los juzgás a ellos?

–Hay una fórmula de vida que me ha permitido acercarme definitivamente a mis hijos, saber que les debo lo que hicieron por la madre y no al revés, así que jamás los juzgo.

–¿Les das consejos profesionales?

–De todo lo que hicieron mis hijos profesionalmente hasta hoy yo digo: “¡Qué bello!”. No me corresponde decirles lo que tienen que hacer. Pero además de no corresponderme, sé que les dolería la cabeza quince días seguidos si yo vengo y les digo algo. [Risas]. Gracias a Dios, el padre es igual. Y, de la misma manera que yo hablé siempre bien de Osvaldo, pero no porque tengo que hablar bien del padre, sino porque ama profundamente a sus hijos, él siempre habló bien de mí. Lamentablemente yo no terminé de amar a ese hombre como tendría que haberlo hecho.

–¿Qué es lo que más admirás de tus hijos?

–Que son gente alegre. Y podrían no haberlo sido, dado que tienen una madre melancólica, que pasó por mucho en la vida.

Con sus hijos Ligia y Alfredo, que también son músicos, en su último cumpleaños.
Con sus hijos Ligia y Alfredo, que también son músicos, en su último cumpleaños.

–¿Te sentiste una mujer amada?

–Pienso que, así como fui amada, fui olvidada. Pero eso no se ha convertido nunca para mí en una desgracia o en algo que me falta, porque por suerte hasta el día de hoy siempre hay alguien que me para por la calle para saludarme con una sonrisa.

–Sos feminista desde siempre. ¿Cómo viviste las últimas conquistas del movimiento feminista? ¿Seguiste de cerca ese proceso?

–Soy feminista desde cuando te tenías que cuidar de decirlo. Y sí, seguí muy de cerca las conquistas del último tiempo. Debo decir, además, que quienes llevaron a cabo este proceso es toda gente respetada por mí previamente y que, al mismo tiempo, presta estoy para acompañar a quien sea, como sea, en el momento en el que lo necesiten.

–En varias ocasiones hablaste de tu bisexualidad, sin importarte “el qué dirán”. ¿Te considerás una mujer valiente?

–Valiente no, sincera, que ya es bastante. No puedo ser de otra manera. ¡¿Cómo voy a decir lo contrario de lo que vivo?! Yo no finjo nada nunca. Es más: sé que hay gente que se enoja conmigo por lo que digo o a la que le da bronca que hable como hablo. Y que no me lo perdonan. Pero nunca tuve necesidad de taparme la boca y decir: “No puedo hablar más”.

–¿Siempre decís lo que pensás?

–Sí. Todo lo que he pensado y sigo pensando hasta el día de hoy, estoy acá y ¡pum!, lo digo. ¡Si igual lo vas a saber! O sea: no es que lo que digo lo digo para que vos lo escuches, es lo que mi interior dice. Porque eso sí me interesa muchísimo: que mi nieta más chica diga: “Mi abuela decía tal cosa”. Eso y hablarles mucho a mis nietos, y seguir hablándoles, a los varones también.

–¿Hiciste alguna locura por amor?

–No como tendría que haberlo hecho. Muchas veces me cacheteo por lo que tendría que haber hecho y no hice con quien fue mi marido. Y ahí se juntan dos o tres cosas, porque ahora no creo haber tenido el derecho de actuar como actué. Yo tendría que haber respondido de otra manera, no sé, “me gustaría que siguiéramos hablando al respecto”, por ejemplo. Osvaldo y yo tenemos la misma edad, hay ciertas cosas políticas y sociales sobre las que opinamos lo mismo, pero se dio así.

–¿Cómo es hoy tu relación con Osvaldo?

–Excelente. Hablamos por teléfono bastante seguido para saber uno del otro. Él tiene su familia y está muy bien. Osvaldo es un señor querible… ¿Por qué no voy a quererlo? Si es buen padre y buena persona. Además, le debo muchísimo.

–¿Te tomás vacaciones?

–No, no puedo, porque mis hijos están ahí, porque mis nietos están ahí, y porque hay otra gente que también está ahí. Además, soy grande ya. Yo voy a un lugar si se me da la gana, estoy un rato y después me vuelvo. Pudiendo dormir y estar tranquila respecto a que tengo una salud bastante buena, no siento necesidad de otra cosa.

Con sus nietos, Ezequiel, Victoria, Román, Alex y Elisa.
Con sus nietos, Ezequiel, Victoria, Román, Alex y Elisa.

–¿Pensás en la muerte?

–No, no pienso.

–¿Cómo te gustaría que te recuerden?

–Con muchas de las cosas que te dije. Porque digo muchas: si bien algunas podrían rebatirse, hay otras que son ineluctablemente mías. Agradezco a la gente que me dio la oportunidad de llegar hasta acá, de hacer lo que hago… son muchos que no están.

Fuente: La Nación