Cate Blanchett encarna una antifeminista en «Mrs America»

En los nueve episodios del envío de BBC Two, la ganadora del Oscar interpreta a Phyllis Schlafly, quien pasó de ama de casa conservadora a activista contra la Enmienda por la Igualdad de Derechos.

Cate Blanchett nunca ha sido de las que eligen la opción obvia. Como una de las últimas estrellas de Hollywood en ser tentada para alejarse de la pantalla grande, finalmente ha se ha zambullido en la TV con dos papeles lejos de todo heroicismo. El primero como líder de un culto en el nuevo drama de refugiados de Netflix Stateless. ¿El segundo? Como Phyllis Schlafly, la antifeminista cuya campaña contra la Enmienda por la Igualdad de Derechos mandó décadas hacia atrás la igualdad de géneros, en la serie de BBC Two Mrs America.

Blanchett aceptó el papel porque es un signo de estos urgentes tiempos. «En cierta forma, creo que Phyllis Schlafly representa todo un modo de pensar en Estados Unidos que realmente tiene que ser reconocido: que hay todo una marcha atrás», dice la actriz australiana ganadora del Oscar. «Creo que es una parte de la historia resonante a través de cuyas fallas y éxitos todavía estamos viviendo. Es algo que me pone increíblemente triste, pero que también me ha estimulado. Para mí, esa es la importancia de la serie: mantener viva la discusión. ¿Qué hay de atemorizador en la igualdad?». Schlafly atacaba a las mujeres de carrera y los derechos reproductivos, y enseñaba a las esposa a someterse a sus maridos. Su organización Eagle Forum promovía la misoginia. Cuando estas mujeres hacían piquetes en los actos feministas, un cartel de protesta decía «Mi marido me dijo que podía hacer piquete».

Demasiado para el «girl power». Esta ama de casa de los ’70 se convirtió en una activista líder del conservadurismo y aliada de Ronald Reagan (Donald Trump fue a su funeral en 2016). Ella tiró abajo el camino hacia la Emienda de la Igualdad de Derechos (ERA, por sus siglas en inglés), por la cual las feministas habían luchado sin descanzo, diciendo que forzaría a las mujeres a luchar en el ejército y conduciría a los casamientos entre personas del mismo sexo y los baños de género neutro. Entonces, ¿por qué contar su historia? Para Blanchett, es un modo de rastrear las huellas de cómo Estados Unidos llegó al lugar donde está hoy, especialmente en cuanto a los derechos de las mujeres. «Como diría Phyllis, ella ya enseñó que la extensión para la sanción estaba amañada», dice.

La segunda ola de feministas hizo actos por la ERA desde que la idea nació en 1923. Eso implicaba derecho a decidir en el aborto, los mismos derechos que el hombre en el divorcio, lo mismo que en derechos de propiedad y pago igualitario. La ERA finalmente fue aprobada por el Congreso en 1972, pero necesitaba ser ratificada (tener consentimiento formal) por al menos 38 estados para poder ser parte de la Constitución. Había conseguido 30 cuando Schlafly lanzó su campaña en contra, bloqueando la libertad de las mujeres por el ascenso de cristianos de extrema derecha. Su ratificación se extendió hasta 1982, pero igual perdió. La fecha tope expiró. Todavía no ha llegado a la Constitución.

Por eso es que Mrs America es tan relevante hoy, en un momento en que las mujeres todavía ganan un 20% menos que los hombres. «¿No ha dicho el hombre que se sienta en el sillón presidencial ahora mismo que eso no va a suceder?», plantea Blanchett. «Es tan complicado, pienso, como la noción del Brexit?»

¿Las feministas subestimaron a Schlafly? En pocas palabras, sí. «Ciertamente lo hicieron, aunque ella no estaba establecida ni era demasiado conocida», dice Blanchett. «Subestimaron sus capacidades, su resolución y su habilidad para simplificar un mensaje». Ese mensaje estaba rebajando al feminismo a una retórica anti familia y ciertamente estaba basado en el miedo. «Ella fue capaz de deletrear el mayor miedo de las amas de casa: que su mundos, las formas de vivir que ellas habían protegido y defendido todas sus vidas, fueran a ser estropeadas por las feministas».

Como la ERA había empezado con quema de corpiños, protestas y desfiles en topless, esta serie desenvuelve que aportó cada supermujer, desde Gloria Steinem (Rose Byrne) hasta Shirley Chisholm (Uzo Aduba), Betty Friedan (Tracey Ullman) y Bella Abzug (Margo Martindale). Pero en lugar de mirar a cada feminista como una heroína, las ve a través de los ojos de su oponente, Shlafly, quien creó en contramovimiento que las derrotó.

Pero, ¿por qué darle tanto tiempo de pantalla a semejante monstruo? «Antes de los ’70, las mujeres políticamente conservadoras no estaban organizadas de ningún modo», dice el creador de la serie Dahvi Waller (exguionista de Mad Men). «Phyllis no sólo organizó a mujeres católicas como ella sino que llegó a todas las otras denominaciones religiosas que eran socialmente conservadoras. Phyllis las organizó a todas en un bloque fuerte y realmente se convirtieron en algunos de los soldados de a pie en la revolución de Reagan».

¿Es buena la serie? Sí. Afortunadamente, no resulta como una seca página de Wikipedia cubierta de polvo. Es más parecida a una soap opera tipo Dinastía pero intelectual, impregnada en legislación rebelde, que sigue a un grupo de mujeres inteligentes que luchaban contra el patriarcado en polyester. Las feministas de la serie luchaban contra el mundo -y entre sí- con sus palabras ingeniosas y su autoridad empoderadora. Mientras tanto, las amas de casa antifeministas se congraciaban con los hombres ofreciéndoles rodajas de pan y tortas envueltas en masa filo gratis, que se entregaban en los actos feministas. 

En una escena con música de Ramones, a Schlafly le encaja una torta en la cara Aron Kay , un manifestante de izquierda, mientras que otra detalla cómo Steinem peleó por el aborto en veintipico, luego vivió la mejor vida como una mujer soltera y sexualmente liberada (se dice que Steinem vio la serie y le bajó el pulgar por no contar bien los hechos, ya que aseguró que la ERA fue vencida por las aseguradoras, entre otra gente, y no sólo Schlafly).

Para los actores y actrices, las conversaciones continuaban fuera del set, también. «A menudo nos sentábamos en el set diciendo ‘Wow, todavía están hablando de las mismas cosas en 2019, cuando lo filmamos, que nosotros hablamos en la serie, es que es entre 1970 y 1979», dice Byrne, quien interpreta a Steinem. «Así que era bastante surreal, en un sentido, que todavía estuviéramos hablando sobre derechos reproductivos y paga igualitaria, las cosas de las que trata la serie. Había un elemento espeluznante en eso».

La historia pasada por alto es la clave aquí. Shirley Chisholm fue la primera mujer negra en ser candidata a presidenta en 1972 y la serie rastrea su paranoia por toda la vigilancia gubernamental, y su afán por seguir haciendo actos pese a que otras feministas trataran de frenarla. En otro episodio, la directora de Los Ángeles de Charly Elizabeth Banks interpreta a la gélida feminista republicana Jill Ruckelshaus -quien lucha contra Schlafly y su equipo de activistas blancas de clase alta- sorprendida de ser testigo del ascenso de la ultraderecha cristiana.

Mrs America no trata sólo del contraste entre entonces y hoy, o las luchas internas feministas, sino que también está diseñada para levantar voces que quizá no hayan sido escuchadas. Mientras que buena parte de la segunda ola del feminismo se enfoca en mujeres blancas, esta serie muda el foco a las feministas afroamericanas ignoradas como Flo Kennedy, quien señaló el racismo, la discriminación, el clasismo y el sexismo en la sociedad estadounidense, y organizó reuniones regularmente en su departamento de Nueva York, animando a las activistas a armar redes. 

La serie también tiene sus momentos graciosos. Sarah Paulson interpreta a Alice, un personaje ficticio que empieza como aliada de Schlafly pero, después de aprender más sobre el feminismo, entra en calor con las ideas en la National Women’s Conference de 1977 en Houston, en la que mezcla Xanax con demasiados cócteles y termina más liberada de lo que imagina.

Visualmente, la serie es un paraíso para los amantes de lo vintage. El elenco está emperifollado en pantalones acampanados, estampados psicodélicos y chalecos de cuero, en una era en la que todo se trataba de joyería de madera y aspecto de resaca hippie. «El período fue de 10 años, cuando la moda realmente cambió», dice la diseñadora de vestuario Bina Daigeler. «A principios de los ’70, las amas de casa usaban ropas hechas a pedida, tenían tejedoras o hacían las cosas por sí mismas, como delantales. Es claro ver quién estaba de cada lado».

Aunque la ERA se extinguió en 1982, la ERA Coalition fue revivida recientemente. Aunque igual necesita de 38 estados para ser ratificada. Está muy cerca: desde el movimiento #MeToo, Nevada firmó en 2017, Illinois en 2018 y Virginia en 2019. Esta 28° enmienda probablemente no sucederá bajo la administración Trump. Sin embargo, en los últimos tiempos más de 90 corporaciones -incluidas Apple, Google y Twitter- mostraron su apoyo para garantizar la equidad de género. «Bueno, sí pienso que en la mente de todos está la noción de igualdad», dice Blanchett. «Es un momento terriblemente doloroso de la historia humana para muchos. La única oportunidad aquí es reimaginar nuestro camino a un futuro más inclusivo donde los gobiernos trabajen por sus ciudadanos. Por todos sus ciudadanos. Y creo que la ERA sí le habla a esa posibilidad».

* Ed Cumming: The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.


Mrs America está basada en hechos reales

Guerra fría a los derechos

Por E. C.

Incluso en las películas malas de Cate Blanchett -y hay algunas Charlotte Greys y Momuments Men mezcladas con las Carols, las Blue Jasmines y las Ragnaroks-, ella raramente es menos que cautivadora. Ninguna estrella de su calibre es tan versátil, excepto probablemente Tilda Swinton, y ninguna puede hacer que la vulneabilidad sea tan imponente. Incluso cuando se roba El aviador en plena cara de Leo DiCaprio como Katherine Hepburn, ella parece como si pudiera desplomarse en cualquier momento. Sólo aparece unos pocos minutos en El talentoso señor Ripley, pero son suficientes para otorgarle al film nuevas capas de inteligencia.

Mrs America (BBC Two), una serie de nueve episodios basada en hechos reales, presenta un doble desafío incluso para sus magníficos dones. Primero tiene que hacer que el televidente tenga empatía con Phyllis Schlafly, la «antifeminista» que hizo campaña en los ’70, cuyos puntos de vista eran considerados picantes incluso entonces, así que imagínense para un público de enojados usuarios de Twitter. Y ella también debe lograr que el público se interese en una porción de legislación estadounidense, la Enmienda de la Igualdad de Derechos (o ERA), a la cual oponerse se convirtió en la principal causa de Schlafly.

Si alguien puede darle vida a un acrónimo, esa es Blanchett. Su Schlafly es una especie de Margaret Thatcher de Las mujeres perfectas: astuta, frustrada y encantadora, alternando miradas que podrían derretir el acero con una sonrisa visible desde el espacio. La «institución del matrimonio», dice ella, «es el mejor acuerdo hasta ahora desarrollado para las mujeres». Cuidar de los hombres, ya sean candidatos presidenciales, bebés o una combinación de ambos, es el terreno de las mujeres.

El creador de la serie es Dahvi Waller, quien escribió para Mad Men, y Mrs America comparte con aquel programa la atención al detalle en escenografía y vestuario. Schlafly no tiene un pelo de tonta: autora publicada con un título en ciencias políticas, seis hijos y un excelente guardarropas proto-Hillary. Pero aún así debe batallar con una falange de hombres sosos de traje por el privilegio de financiar su campaña antifeminista. Eso incluye a su marido Fred (John Slattery, otro guiño a Mad Men), un abogado condescendiente que trata sus ambiciones de campaña como un hobby inocente, al menos al principio. Él también insiste en tener sexo incluso cuando ella no tiene ganas, lo que, según el punto de vista de ella, es un derecho de marido.

Phyllis y su banda de compañeras amas de casa se preocupan por que la ERA sea el principio de algo peor que finalmente desembocará en ver abolida la pensión conyugal y a sus hijas reclutadas para pelear en Vietnam. Ellas cren que hablan por la «mayoría silenciosa», los 40 millones de mujeres que se sienten alienadas por el movimiento feminista. Schlafly demuestra ser una activista formidable, incluso si el espectador se retuerce cuando ella censura a las mujeres que no se casaron frente a su cuñada Eleonor (Jeanne Tripplehorn), infelizmente soltera. Cuando ellas empiezan a tener éxito en luchar contra la legislación y Schlafly se convierte en una estrella de los medios, los republicanos se dan cuenta de que pueden tener una ganadora de votos.

El otro lado, las feministas, interpretadas por un ensamble irrefutable, se dan cuenta de que tienen un problema. Son lidereada por la representante Bella Abzug (Margo Martindale), Gloria Steinem (Rose Byrne), Betty Friedan (Tracey Ullman) y Shirley Chisholm (Uzo Aduba). Cada uno de los nueve episodios cuenta la historia de una mujer distinta. El segundo se enfoca en Steinem, interpretado con sensibilidad por Byrne, quien se convierte en la cara pública del movimiento, principalmente porque tiene la clase de rostro al que al público le gusta ver. El guión se deleita en estas ironías, que se acumulan para formar la imagen de un campo de batalla conflictivo y desorganizado donde intereses e ideología raramente están en perfecta alineación.

Es testimonio de la performance de Blanchett el hecho de que aunque es firmemente una antiheroína –con ideas sobre el aborto, el matrimonio igualitario o las minorías étnicas que horrorizarán a muchos televidentes-, nunca se siente como la villana. La inteligencia y la potencia de esta serie genera que una batalla sobre legislación nunca se sienta aburrida. Schlafly vivió hasta 2016, lo suficiente como para ver a muchas de sus pesadillas vueltas realidad. Su visión de la vida estadounidense, sin embargo, una Guerra Fría en la que la familia nuclear está bajo una constante amenaza existencial de parte de las fuerzas del liberalismo social, continúa siendo una fuerza poderosa en los Estados Unidos de Trump igual que lo era en 1971. Ser persuasivo nunca ha significado lo mismo que tener razón.

Fuente: Página 12