La lectura también es una actividad social para comentar en las redes

Un emprendedor creó una comunidad virtual de lectores en la que se puede «seguir» a otros usuarios y hacer recomendaciones. Juan Ramiro Fernández creó Lectorati en 2014

La lectura también puede ser una actividad social. Así lo creyó Juan Ramiro Fernández (48), de larga trayectoria en medios digitales y contenidos. El ex director de Medios Digitales de MTV Networks para América latina, por mencionar parte de su experiencia, creó una red social de lectores en la que los usuarios comparten información sobre libros y reciben recomendaciones basadas en sus preferencias, «siguen» a quien les interesa, califican textos o producen videos comobooktubers .

«Lo que todos los lectores voraces hacemos al llegar a una casa es empezar a mirar la biblioteca de esa persona. Es lo más parecido a ver su alma. ¿Qué le interesa? ¿Qué lo motiva? ¿Qué le preocupa? ¿Qué le divierte? Y el momento ideal es cuando descubrimos un libro que no conocíamos y guardamos mentalmente el título para buscarlo después», dice el emprendedor.

«Lectorati [como llamó a la red] busca digitalizar esa experiencia haciendo que el proceso del descubrimiento de nuevas lecturas y su posterior compra sea fácil e interesante», explica Fernández, denominado chief reader (jefe lector) de la joven empresa.

La dinámica es similar a la de otros medios de este tipo, ya que se puede «seguir» a otros lectores, aquí, con el fin de descubrir nuevos textos. La concepción, dice el fundador de Lectorati, es una red social temática, distinta de las masivas. «Facebook, como red social, es enorme, pero también es multipropósito: se mezclan los asados de los domingos, las reuniones de egresados, los amigos de las vacaciones y los primeros pasos del bebé. Esa saturación está muy bien, pero también da lugar a espacios de redes verticales con fines específicos, como Tinder o LinkedIn. En este mismo concepto se enmarca Lectorati», cuenta.

El lugar elegido para el lanzamiento, hace casi dos años, fue la Feria del Libro de Buenos Aires. No fue casual: «Buenos Aires es una de las ciudades del mundo con más librerías por habitante. Y si bien no es el país, habla de una relación muy especial de nuestra gente con los libros», dice Fernández, quien marca la diferencia con otras partes de América latina.

Eso no quiere decir que haya sido fácil obtener ingresos a partir de la red, donde pueden participar por igual hombres, mujeres y niños, jóvenes y adultos, que conforman un grupo de 80.000 » homo sapiens lectores», bromea el emprendedor.

Montaña rusa

El desvelo de todo entrepreneur que inicia su proyecto online es lograr monetizarlo. «Costó muchísimo. Fueron meses de tratar de entender cuál era la forma correcta de encarar el negocio. Pero, una vez que lo logramos, fue una montaña rusa. Varias veces tuvimos que parar ventas porque nos superaba la demanda», cuenta Fernández.

El envión llegó a través del e-commerce y no de la publicidad de editoriales. Lo que había planeado en un primer momento resultó inviable. Ahora, la plataforma es un canal de venta de libros online que admite, además, la comercialización por parte de terceros como un marketplace .

En las últimas fiestas, el volumen de ventas puso a prueba el modelo, validado de manera tal que amigos y familiares tuvieron que sumarse al empaquetado y envío de los pedidos. Desde ese trabajo artesanal, el creador de Lectorati proyecta expandir el negocio a la región. «Nacimos con una genuina vocación latinoamericana; por eso, el sitio, si bien no oculta que es de origen argentino, tampoco lo comenta, y siempre nos dirigimos a los usuarios en castellano neutro», señala Fernández.

Dado que la idea es constituir una red de lectores en español, el objetivo es desarrollar el mercado online de libros en América latina, con prioridad en Chile, Uruguay y Colombia, y luego, México.

Plataforma online

La evolución de la startup

La red nació en 2014, con US$ 50.000 de ahorros personales. Este año, con el modelo de monetización probado, espera facturar US$ 200.000. Tiene dos empleados y tres colaboradores freelance. Sus oficinas están en el microcentro y en la incubadora Wayra.

Fuente: Luján Scarpinelli, La Nación