Stradivari: los secretos del luthier que sigue siendo sinónimo de excelencia

El incomparable sonido de los instrumentos creados por el artesano en los siglos XVII y XVIII, ejecutados hoy por los más renombrados músicos clásicos, es tanto objeto de estudio científico como de disfrute estético por los melómanos

Hubo personalidades públicas de enorme celebridad que, no obstante, lograron mantener alguna reserva sobre sus asuntos personales y poco se sabe de lo que ellos, trabajosamente, resguardaron del conocimiento general. Con todo, si alguien decidiera investigar sobre lo ocultado, habría pistas y caminos para poder acercarse. Pero distinto es con aquellos a quienes el prestigio y la gloria les llegó mucho tiempo después de que sus vidas se extinguieron. En estos casos, el desconocimiento es casi irremediable ya que, mientras vivieron, nadie los tuvo en cuenta como seres dignos de alguna atención especial. Uno de estos extraños casos, ciertamente paradigmático e irrepetible, es el de Antonio Stradivari.

Su vida, más allá de algunos datos muy generales, y hasta su rostro nunca retratado, están inmersos en un amplísimo cono de sombras. Con todo, sabido es, su apellido latinizado como Stradivarius, es sinónimo de excelencia y de calidad superlativa. Como elogio, se puede afirmar que una máquina de precisión o el más caro de los autos deportivos andan como un Stradivarius. Sin embargo, su vida “apenas” si fue la de un artesano que, pacientemente y sin ningún objetivo material distintivo, ejerció el noble oficio de la lutería para construir instrumentos no sólo nunca superados sino que, según van pasando los siglos, pareciera que suenan cada vez mejor.

Nació en Cremona en 1644 ó 1645. Se formó en el taller de los Amati, la familia de luthiers más importantes de aquel tiempo. Hacia 1680, se independizó y se estableció cerca de la Piazza San Domenico, siempre en Cremona. Se conservó activo hasta más allá de los noventa y se calcula que debe haber producido más de un millar de instrumentos, de los cuales se conservan un poco más de seiscientos. Sus violines, violas, chelos y guitarras se cotizan hoy en cifras inalcanzables para los músicos que aspiran, desean y se desviven por poder tenerlos en sus manos para ofrecer su arte. Las tecnologías que se desarrollaron en los últimos trescientos años han mejorado prácticamente todos los artefactos, máquinas, herramientas y hasta los mismos instrumentos musicales que son útiles o necesarios para nuestras vidas. Tal vez la única excepción a estos avances inexorables -tecnológicamente hablando- sean esos cordófonos milagrosos y llenos de intrigas que, en la era preindustrial que don Antonio elaboró, siempre en Cremona, con un arte supremo.

Tan secreta como la fórmula de la gaseosa cuyos envases y logos inundan todo el planeta, así se han ido con él las recetas y los procedimientos con los cuales elaboraba sus instrumentos. En el campo de la carpintería artística y acústica, Antonio innovó y dejó su huella en detalles de alta sofisticación como ser disminuciones y nuevas curvaturas de las paredes, modificaciones mínimas de la caja de resonancia o remates más meticulosos en las junturas. Pero la perfección de esos diseños y sus medidas pueden ser replicados con las herramientas ultrasofisticadas con las cuales hoy contamos. Pero eso no es todo. De instrumentos de madera el asunto se trata y, en la actualidad, el clima ha cambiado y el contexto ambiental es otro. Hace trescientos años, otras condiciones favorecían el crecimiento de árboles cuyas maderas tenían otras durezas o blanduras y otras densidades. Y ya dentro de su taller, no sabemos nada sobre el tiempo de maduración de esas maderas o los tratamientos que él les dispensaba. Y, por supuesto, el aspecto más recóndito, la química.

El gran artista/artesano no dejó ninguna señal sobre las colas que utilizaba, sobre los componentes de las tinturas y, sobre todo, sobre el barniz que permitía que esas maderas respiraran, transpiraran y dejaran que los sonidos ascendieran plenos, únicos y diferentes. En El violín rojo, la excelente película de François Girard -que ganó el Oscar a la mejor banda de sonido original de John Carigliano- son estos temas de la química la razón directa que hacen al título del film.

Una última aclaración. El apellido, ¿es Stradivari o Stradivarius? En el interior de sus instrumentos, Antonio firmaba con una inscripción que decía “Antonio Stradivarius Cremonensis Faciebat Anno…”, que, en académico latín, significa “Antonio Stradivari, cremonés, hecho en el año…”. Por lo tanto, el apellido latinizado debería ser aplicado únicamente a los instrumentos y no al luthier que los construyó.

¿Cuáles son los grandes Stradivarius que han pervivido y quiénes son los que hoy lo tocan? Pocos son los músicos que disponen de los millones de dólares que ellos cuestan. Algunos lo han logrado pero la gran mayoría de ellos son excelentes instrumentistas a quienes las fundaciones, las sociedades o los grandes mecenas que los poseen deciden otorgárselos en disposición. Veamos y escuchemos a algunos de ellos.

Cuando era muy joven, Itzhak Perlman tuvo la oportunidad de tocar en el Stradivarius “Soil”, de 1714, que había pertenecido a Yehudi Menuhin y quedó fascinado. Recordando ese momento, muchos años después, diría: “Toqué tres notas en ese violín y sentí que me iba a morir”. Por suerte siguió viviendo y, en 1986, a través de varios préstamos, pudo hacerse con él. Acá lo vemos tocando el tema principal de La lista de Schindler.

La gran Lisa Batiashvili, giorgiana y una de las más grandes violinistas de este tiempo, pasea por todo el mundo su arte y su musicalidad con un Stradivarius puesto a su disposición por una fundación japonesa. Con el “Engleman”, de 1709, pasional, suelta, musical y muy sólida, acá interpreta una danza húngara de Brahms.

La excelente e hiperactiva neerlandesa Janine Hansen utiliza el violín “Barrère”, de 1727, uno de los últimos de Stradivari que, ya octogenario, seguía produciendo auténticas obras maestras.

Los mecenas anónimos también existen y ponen sus Stradivarius a disposición de los grandes violinistas sin que sus nombres sean revelados. Éste es el caso de Leonidas Kavakos, el maravilloso violinista griego que, desde hace un poco más de un lustro, encanta a los públicos de todo el mundo con el “Flamouth”.

Entre los chelos más célebres de Stradivarius, se encuentra el “Duport”, de 1711, que perteneciera a Mstislav Rostropovich, sin lugar a dudas, uno de los músicos más trascendentes del siglo XX. Increíblemente, después de su fallecimiento, en 2007, el instrumento ha quedado inactivo en el medio de una batalla judicial entre sus herederos y una fundación que arguye haberlo comprado por veinte millones de dólares. Antes de que el silencio lo envolviera, así lo hacía sonar Slava Rostropovich.

La historia reciente del “Davidov”, de 1712, es apasionante. En el siglo XIX, su poseedor era Karl Davidov, como le decía Chaikovsky, el zar de los chelistas. Pasó por otras manos hasta que llegó a las de Jacqueline Du Pré. Luego de su muerte, en 1987, por disposición testamentaria, el “Davidov” le fue entregado a Yo-Yo Ma. Con siglos en su haber, el chelo sigue vibrando mágicamente incluso con canciones tan populares como “Over the Rainbow”.

Yo-Yo Ma
Yo-Yo MaAP

En El violín rojo, película que volvemos a recomendar -no está disponible en streaming, pero sí se puede ver en YouTube- se sigue la vida de ese violín tan peculiar a través de quienes fueron sus sucesivos poseedores a lo largo de muchos años y territorios. Pero todo eso es una ficción. En el mundo real, los instrumentos de Antonio Stradivari involucran historias que incluyen amores, robos, estafas, operaciones comerciales, incendios, apuestas en casinos, olvidos inexcusables, accidentes irremisibles, duelos y desapariciones definitivas que nunca tuvieron un Sherlock Holmes o un Hércules Poirot que pudiera hacerlos reaparecer. Aquel humilde artesano solo conocido por los vecinos de Cremona y que se ganaba el sustento fabricando instrumentos nunca habría de imaginar que, desde sus milagrosas criaturas de madera, seguiría vivo en un mundo completamente diferente que, sin tener ninguna respuesta, se pregunta quién era, cómo lucía, cuál era su carácter, qué pensaba.

Irrepetibles pero no escasos

  • De aproximadamente mil instrumentos que se cree que creó Stradivarius, se estima que se conservan cerca de 600 en la actualidad, entre ellos más de 150 violines, 18 violas y 63 violonchelos. Buena parte de ellos nunca se ha visto en público ni se han catalogado, dado que permanecen en colecciones privadas desde hace siglos.
  • Los instrumentos suelen ser conocidos por el nombre de sus dueños. Es el caso del violín “Lady Blunt” (1721), bautizado en honor a la nieta de Lord Byron e hija de la científica Ada Lovelace, que ostenta el récord de subasta de un Stradivarius desde el 20 de junio de 2011: 17 millones de dólares, a beneficio de las víctimas del tsunami en Japón. Hay excepciones, como el “Molitor” (1697) que se cree que fue propiedad de Napoleón Bonaparte, o los cuatro violines “Kreutzer”, que se distinguen por su numeración; todos ellos homenajean al violinista compositor y profesor Rodolphe Kreutzer (el eximio Maxim Vengerov toca el “Kreutzer III”, de 1721).
  • El violín “Brancaccio” (1725) fue destruido en un bombardeo aliado a Berlín durante la Segunda Guerra Mundial. No pocos instrumentos fueron robados para ser luego restituidos, encontrados en la basura (el violonchelo “General Kyd”, propiedad de la Filarmónica de Los Angeles) y un desván (”Kreisler”) e incluso olvidados en taxis y milagrosamente recuperados (por Philippe Quint, en 2008). Otros jamás se encontraron, como los violines “Davidoff-Morini” y “Colossus”.
  • El violín “Red Mendelssohn” (1721) propiedad de la familia Mendelssohn y luego de la norteamericana Elizabeth Pitcairn, fue la inspiración para el film El violín rojo, aunque no es el único que se arroja el título: el “Boissier-Sarasate” (1713), actualmente en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, también es conocido así.
  • El violín conocido como Messiah Salabue, exhibido en el Museo Ashmolean de Oxford, se cree que no ha sido casi ejecutado desde su fabricación en 1716. El violonchelo “Batta” (1714) también es una pieza de colección, pero del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.
  • La viola “Toscana-Medici” (1690), propiedad del Conservatorio Cherubini de Florencia, se cree que es el único instrumento creado por Stradivari con todos los componentes en estado original.
  • El cuarteto de instrumentos conocido como Real (1687-89) compuesto por los violines “Decorado I” y “Decorado II”, la viola “Casaux” (1696) y el violonchelo “Decorado” (1694), es el único original que se conserva en la actualidad, propiedad de la Corona española. Existen otros cuartetos de instrumentos Stradivarius, como el Paganini, de la Fundación Musical Japonesa.

Fuente: Pablo Kohan, La Nación