Charly García con Salva en una escena muy Say No More.
Esta es una historia de reinvención, quizás, de cómo los sueños se cumplen, pero de maneras extrañas e inesperadas. Después de seis discos publicados como solista entre 2010 y 2019, el músico Martín Ameconi (1986) se enfrentaba a una verdad ineludible: no llegaba a vender ni 20 entradas cuando tocaba en vivo. “Yo tiraba la pelota y nunca volvía”, dice esta tarde en un bar cercano a Plaza de Mayo. Vive en Marcos Paz y está de paso por Capital Federal por unas horas. Acaba de tener una reunión en el Senado de La Nación. Le pregunto por qué. Me responde: “Quieren declarar de interés cultural al libro”. Se refiere a su novela gráfica que salió este mes y está sobre la mesa al lado de dos cafés en jarrito: La culpa la tuvo Charly García (Criolla Editorial).
¿Qué pasó en el medio? ¿Cómo fue que este músico con cara de buen tipo —esa clase de aparente bondad del Gastón Pauls en Nueve reinas— se encontraba en el barco sin timón que era su carrera musical y, ahora, está con miles de seguidores en sus redes, trabajó con Fito Páez, hizo un clip para Andrés Calamaro y está por ser reconocido por el Estado gracias a su primer libro?
Bueno, pasó la pandemia, ese fue el sismo planetario que para él significó un antes y un después. Martín Ameconi estaba perdido entre un montón de instrumentos y canciones que no encontraban oyentes y descubrió su redención en volver al dibujo, retornar a la fascinación primal por la animación y en la creación de un personaje que tiene una máscara de zorro (un guiño a uno de sus discos: El baile de los salvajes), y es tan entrañable como misterioso: Salva, el oyente perfecto. Dice ahora mismo: “Venía por una ruta que era hacer discos y doblé en una curva para romper las pelotas y hoy mi vida gira en torno al dibujo. Mi sueño era telonear a Fito Páez y no lo hice como músico, lo hice como historietista. Me parece muy gracioso”.
Ahora imaginen al niño Martín Ameconi en su Marcos Paz natal, donde llevaba con sus padres una vida de hijo único muy querido. Se la pasaba con lápices en las manos: “Dibujar era lo que más hacía de pibe, me encantaba realizar animaciones que hacía con cuadernos, y además dibujaba historietas. A los 11 publiqué una historieta de un personaje que se llamaba Pizza Man en un diario de Marcos Paz. Después saqué un fanzine, que duró tres números, de un detective que se llamaba Martín Williams, y lo dejaba gratis en puestos de diarios y revistas de mi pueblo. Pero por entonces no había una carrera de historietista o algo por el estilo. No parecía un camino viable. Se hizo un vacío porque no había una carrera para lo que yo quería hacer”. Entrando en la adolescencia, el Charly García de la etapa Say No More (“¡Mi capricho es ley!”) aterrizó en la vida de Ameconi: “Y por eso la música terminó enamorándome, fue mi vida desde ese momento. El libro retrata esa instancia, cuando dejé de ser historietista para agarrar el teclado. Me llama la atención el reconocimiento de mis dibujos porque siempre me imaginé como músico, y que esos reconocimientos iban a ser a mi música”.
La culpa la tuvo Charly García es un coming of age que funciona como una suerte de precuela del universo que Martín Ameconi supo construir con sus Animaciones Salvajes en donde Salva (su primera aparición en redes fue en 2020 y el personaje explotó en videos que no superaban el minuto) es un adulto que escucha las palabras sabias o letales o graciosas de los mayores exponentes canónicos del rock argentino (Luca Prodan, Dárgelos, Gustavo Cerati, Spinetta, Indio Solari, entre otros) y norteamericano (Dylan, Patti Smith, Lou Reed, entre otros).

La historia de esta novela gráfica retrata al joven Salva bajo el ardor del estallido de fines de 2001 y en unas vacaciones familiares en Mar del Plata. Ahí, mientras se aleja de su familia como hacen los adolescentes cuando crecen y sienten que pueden comerse el mundo entre dos panes (y muchas veces lo hacen), Salva descubre a su propio superhéroe en la música: “Charly para mí significa muchísimo porque fue un punto de inflexión en mi vida. Si bien yo escuché primero a Calamaro antes que Charly, el que de verdad me marcó fue Charly. Para mí era un superhéroe y yo quería ser como él”.
La novela gráfica recupera ese primer verano del siglo XXI en Argentina, donde todo era caos, incluso la vida de Salva y, por supuesto, la de su héroe: “A mí me tocó crecer con un Charly completamente trash. Y es una época en la que muchos jóvenes comienzan a acercarse a Charly y los viejos se empiezan a ir de Charly porque les parece un reventado. Yo lo vi por primera vez en vivo cuando tenía 15 años y no sé musicalmente qué pasaba, pero el tipo te proponía una experiencia incierta, imprevisible y super rockera. Y yo vengo de un pueblo donde todo es muy previsible y necesitaba en ese momento una figura así de rebelde y que se manejara con tanta libertad”. A diferencia de lo que ocurre siempre con la música como cosa heredada de los mayores, Ameconi descubrió solito a Charly y eso sirvió para potenciar el vínculo: “Eso me hizo dar cuenta de que uno de los temas más importantes del libro es la caída de la figura paterna por esta independencia que le da Charly a Salva. Es ese momento donde uno encuentra sus propios símbolos”.
Las principales influencias de La culpa la tuvo Charly García tuvieron más que ver con el cine que con la historieta. Ameconi menciona dos películas puntuales: Casi famosos (2000) de Cameron Crowe y Dazed and Confused (1993) de Richard Linklater. Y son dos obras de una filmografía que lleva adelante una operación específica: crea mitología alrededor del rock, sus héroes y heroínas. Es en este sentido que la novela gráfica de Ameconi también trafica en su interior con otros elementos que forman parte de la cosmovisión con la que antes, en el siglo XX, pero que aún contamina este siglo XXI, se vivía la experiencia rockera de masas: tapas consagratorias y memorables de Rolling Stone, recorrer las disquerías, destrucción de instrumentos como señal de credibilidad arriba del escenario, y, claro, las imágenes creando un territorio gráfico que sumaba muchísimo a la ampliación e intensificación de lo que implicaba vivir el mundo del rock.
En ese aspecto, los distintos Charly García corren desbocados con el pasar de las páginas que poseen cierta melancolía atractiva porque todo es en blanco y negro, pero lleva a considerar la importancia de lo pictórico en la constitución de una identidad reconocible de una banda o solista y que ayuda a perdurar en el inconsciente. Lo visual fortalece y lleva a otro nivel la propuesta artística. No solo de García (en donde, tal vez, las fotos —un saludo a Andy Cherniavsky, Hilda Lizarazu y Nora Lezano— cumplieron un rol más definitivo de imponerlo como un ícono absoluto), sino también, y para ponernos ambiciosos, en lo que respecta a toda la historia del rock argentino.
Ahí está el hombre de la lágrima que salió de la mano de Luis Alberto Spinetta para la tapa del primer disco de Almendra; el mago-hechizero psicodélico de Cristina Villamor en la tapa de Pappo’s Blues 3; el pescado con hidrofobia (obra, de nuevo, de Spinetta) que ilustra el frente de Pescado 2; la ilustración de espíritu historietista para la portada de Pequeñas anécdotas de las instituciones de Sui Generis; la historieta de Crist para la tapa de García y la máquina de hacer pájaros; las bellezas coloridas de Daniel Melgarejo para las tapas new wave de Virus; el imaginario imperecedero y renovador de Rocambole —tanto en los discos como escenografías y flyers— para cada paso de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota; el piojo creado para Ay Ay Ay por Palomo Squilliari y que evolucionaba en cada disco/etapa de Los Piojos; el trabajo sutil, exquisito y poético de Alejandro Ros con Babasónicos; la alianza ya clásica entre el dibujante Liniers y Kevin Johansen; el bello imaginario de Santiago Motorizado para constituir una pirotecnia visual que es una plataforma donde la música de Él Mató a un Policiía Motorizado se apoya para despegar; la portada de Marcelo Canevari y Ornella Pocetti para el consagratorio Post mortem de Dillom. Esta es solo una lista parcial (y caprichosa, sí, perdón) que da cuenta de una relación que es tan fructífera entre la música popular y el territorio pictórico porque también en esos puentes es por donde transita la relación de un músico con su época, su generación y su público.
En 2022 la editorial Criolla le propone a Martín Ameconi sacar un libro de sus Animaciones Salvajes, pero él propuso otra cosa: “Yo venía leyendo mucha novela gráfica y quería hacer algo de eso. Me lo aceptaron. Tenía ganas de ver cómo era contar un relato más que nada. Me estaba cansando de animar y quería dibujar mucho más. Llevaba más de 100 animaciones para 2023 y quería contar algo más largo. Y, además, tenía ganas de contar algunas cosas de mi pasado en relación a la música”.
A Ameconi, que se gana la vida como docente de música, La culpa la tuvo Charly García le dio la certeza de que la reinvención es posible en este mundo: “Yo pensaba que iba a ser una estrella de rock en algún momento. Pero me di cuenta de que sólo quería ser Charly. En la pandemia estaba en un punto casi de frustración con mi música, pero sentía que no había devolución de lo que yo hacía. Cuando arranqué Animaciones Salvajes tiré una pelotita y vino una pelota más grande. Eso era lo que yo quería. Hubiese estado bueno que me pase como músico”. Las animaciones de Ameconi que tienen a Salva como protagonista (que sólo escucha porque su creador es fanático de las entrevistas en YouTube y empezaron para hacer reír a sus amigos en pandemia) lo llevaron a viajar, abrir un recital de Fito Páez en Rosario con un corto suyo, a ser contratado por Warner España para un videoclip de la canción “Pero igual”, de Andrés Calamaro, y a conquistar las redes sociales con su personaje.
Para la cultura celta, el zorro es considerado un ser espiritual que funciona de guía entre el mundo físico y el espiritual, o entre la vida y la muerte. Salva tiene puesta una máscara de zorro y le dio la posibilidad a Martín Ameconi de encontrar otra vida. ¿Es un renacer?: “Siento que ya no tengo inquietudes como músico. La energía que tenía puesta ahí ahora la tengo en el dibujo. En la cabeza tengo más proyectos como animador que como músico”. Y tiene la sonrisa de alguien que tuvo una segunda oportunidad para encontrar otro camino.
Fuente: Rollingstone