Allí donde arden las llamas y los cuerpos

Reseña del libro “Lo que perdimos en el fuego”, de Mariana Enríquez. Editorial Anagrama. Por: Matías Crowder, desde Girona, España.

Perteneciente a la nueva generación de escritores nacidos durante la dictadura militar argentina, una de las voces actuales más relevantes de su género, Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) publica “Las cosas que perdimos en el fuego”, de Editorial Anagrama, una serie de relatos fascinantes, donde el terror ahonda en los miedos del lector, empujando al subconsciente en busca de su lado más oscuro.

Lo que comienza como maltrato de género moderno, una serie de agresiones machistas donde maridos y novios queman a sus parejas, pronto cambia de tono. Son ellas las que se arrojan al fuego en ceremonias que dejan sus cuerpos desfigurados. Sobreviven para mostrarse. Un fuego que les hace ganar una “belleza nueva”, un nuevo estereotipo de lo que significa “ser bonito”. Porque “el hombre siempre nos ha quemado, ahora nos quemamos nosotras”. Se trata del relato que da nombre al libro, “Las cosas que perdimos en el fuego”, peregrinaje que recorre el lector por la serie de once cuentos donde el terror es tan hondo como verosímil.

Las historias suceden en el Buenos Aires hiperinflacionario o en el interior callado y oscuro pos-dictadura. En la Argentina de la paridad cambiaria de Memen, en que los adultos festejaban que el dólar valía un peso, quejándose a la vez de la falta de empleo, o en la de los cortes de luz de un país empobrecido en el que “no hay energía para todos”. El terror acontece muchas veces como anexo de historias absorbentes, donde gana la escena el drama social, la iniciación sexual, el uso de las drogas, los celos, el desamor. Otras es el centro omnipresente del relato, sacudiendo al lector con un terror que Mariana Enriquez sabe desarrollar con aquella propiedad en la que quien le lee se siente reflejado y, acto seguido, es parte de ese reflejo: quizás en un sitio sin luz donde jamás hubiera querido adentrarse. Lo que la mayoría de las persona niega o reprime.

El terror ha dado un giro. Muchos de los relatos de “Las cosas que perdimos en el fuego” hacen aquel remaque en la historia misma del género: el fantasma de una chica que se baja en medio de un viaje en colectivo en un parque en plena noche, almas perdidas que regresan del más allá,  las atrocidades de los mitos que invaden Constitución, el peor y más peligroso barrio de Buenos Aires, donde aparece un niño sin cabeza. Mariana Enriquez extrae la pulpa al género para transformarlo en en un arma arrojadiza aún más punzante, como si le sacara filo. Recursos narrativos que varían desde la crónica y el diario, cuyo filtro siempre es el terror, donde no dejan de destacar aquellas pinceladas de belleza narrativa que la autora utiliza con maestría: unas chicas que ríen subidas en la caja de una camioneta, las noches de verano en que la ciudad se mantiene despierta, la mirada de un niño en un metro porteño.

“Busqué un clima, de anticipación, de sensación de alerta o de peligro”, comenta Mariana Enriquez. “Lo de poner en primer plano la cuestión social o personal, la historia incluso, es una lección que aprendí de Stephen King y Peter Straub; especialmente de King que, para mi, es un gran escritor social, quizá el mayor de los norteamericanos actuales, y que siempre supo que el horror no es incompatible con el estilo realista. Es el tipo de escritura de terror que me interesa”.

Mariana Enriquez, escritora y periodista, es subdirectora del suplemento Radar del diario argentino Página 12. Éste, su último libro, ha causado gran expectación en el mundo editorial. Entre todos los géneros que pasan por su avidez lectora ha elegido siempre el terrror, con el que dice sentirse como en casa. “Es lo que leo y el tipo de narrativa que más disfruto. Desde chica. Me produce sensaciones físicas”, comenta la autora. “La primera vez que me pasó, no pude creer el sentir algo orgánico con un texto: estar sugestionada, impresionada, transpirada, con dificultad para dormir. El terror es poderoso, es divertido y también es catártico, es una manera de controlar los verdaderos terrores, los externos, de la vida”.

La escritora argentina no está exenta de miedos. “Tengo los mismos miedos de todo el mundo, supongo: una vejez indigna, una enfermedad dolorosa. La guerra, la violencia. Sobrenatural, nada. Nunca tuve experiencias sobrenaturales, lamentablemente”.