Un argentino en Brasil: De los conventillos a las favelas

Los Cortiços en Rio de Janeiro – Por Alberto Curia, especial para DiariodeCultura.com.ar.

En Río de Janeiro no todo fue siempre color de rosa ni lo es en la actualidad.

Indagando en la historia, llegamos a la conclusión de que morar en un lugar de la magnitud de esta gran ciudad, nunca fue simple y tuvo sus consecuencias, como tener que dejar de lado un cúmulo de sueños traídos al llegar.

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Por esto, las favelas en la capital carioca tuvieron su origen en los primeros “Cortiços” (conventillos), surgidos en la segunda mitad del siglo XIX.

Se trataba de albergues humildes que se tornaron objeto de atención permanente de las autoridades públicas, como médicos, personal de sanidad, policía, fiscales municipales y otros. Todos observaban con preocupación estos hogares para pobres.

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Las denuncias frecuentes de epidemias, como variola (viruela) o fiebre amarilla, generaban sospechas de que esa aglomeración de personas, en habitaciones colectivas, podrían empeorar el cuadro de salud pública en el resto de la población.

Por esta situación, el municipio tomó la postura de no habilitar más la construcción de
nuevos “cortiços” en la zona céntrica de la ciudad, además de inspeccionar con más
rigidez, los predios con cuartos compartidos que ya existían.

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También narran los historiadores que estas residencias eran visitadas periódicamente
por la policía ya que, según estudios de la época, se decía que en un contexto de
pobreza extrema, los moradores eran propensos a la marginalidad y a los robos.

En realidad, no eran más que “conventillos” de gente de escasos recursos, la gran mayoría extranjeros o de otros estados de Brasil que, acosados por la falta de trabajo o guerras, se veían obligados a intentar una vida mejor en estas latitudes.

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Estos aglomerados habitacionales centralizaban su localización en lo que se conocía
como “Freguesia de Santana”, “Pequeña África” o “Cidade Nova”, ubicada en la región
del puerto, cerca del “Morro de la Providencia” (actual favela del mismo nombre).

Allí, centenares de hombres y mujeres pobres, esclavos libertos, inmigrantes
portugueses e italianos que trabajaban en el puerto, se ayudaban unos a otros para intentar sobrevivir. También; bailaban, se divertían, peleaban y morían de epidemias diversas.

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El mayor asentamiento de estas características surgió en 1858 y se llamó “Cabeça de
Porco”, (Cabeza de cerdo)  y, pese a que la ley prohibía la construcción en esa área
céntrica, el complejo se levantó y estuvo cargado de amenazas de demolición, hasta que un día de 1893 se cumplió la ordenanza y el “Cabeça de Porco”, fue derrumbado para dar paso a la abertura de una calle y un túnel que optimizaría la visión y ayudaría al mejor desenvolvimiento del tránsito en la zona del puerto.

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Al término de la demolición, la cantidad de gente que quedó sin tener donde vivir fue lamentable.

Esto creó una división social que hizo que los sin hogar comenzaran a deambular por el centro de Rio de Janeiro, lo que generó que fuesen mal vistos por el resto de la
ciudadanía que entendía que los sin casa eran viciados y no afectos al trabajo. El
resultado de esta fisura entre pobres y ricos tuvo el desenlace de empujar a estos
moradores hacia los morros o suburbios.

De esta manera, se fueron creando las “Favelas” (villas de emergencias) que, con el
tiempo, se convirtieron en lo que son en la actualidad: conglomerados de gente que
supera las expectativas de quien no conoce de cerca lo que es una comunidad en los
morros, la otra cara de la “Ciudad Maravillosa”, donde el narcotráfico y sus jefes se
adueñan de la vida de los habitantes.

Este es un fenómeno que forma parte de la rica historia de una ciudad plena de
paisajes bellísimos, pero con un fondo de postal con morros llenos de comunidades y
asentamientos, que en la actualidad superan los 763, agrupados en nombres como
“Rocinha” -la más grande de todas-, “Alemão”, “Cidade de Deus” y tantas otras.

Las favelas de Rìo de Janeiro pasaron por varias transformaciones. En la actualidad, viven en ellas aproximadamente, un millón ochocientas mil personas.

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De aquellos primitivos “conventillos”, a estas comunidades de hoy, en que la mayoría de ellas tienen unidades de Policía Pacificadora que trabajan arduamente para ofrecer seguridad en los barrios, lo que ha motivado que importantes empresas comerciales, como supermercados, comercios de artículos para el hogar y bancos, se establezcan en los morros.

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