Una de Poetas: Fernando Noy sobre Alejandra Pizarnik

El poeta y performer Fernando Noy recuerda los últimos meses de Alejandra Pizarnik antes de que la autora se quitara la vida – Por Amalia Gieschen°, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Siempre hay una primera vez

La primera vez que Fernando Noy leyó un libro de Alejandra Pizarnik lo hizo en el baño de la casa de un amante. Era “Extracción de la piedra de la locura.” Con 19 años, quedó fascinado. El libro tenía una dedicatoria que decía:“Desde un jardín maléfico, Alejandra Pizarnik. 404227”. Por supuesto, decidió llamarla.

-¿De dónde sacaste mi número?- le preguntó ella.

-Lo encontré de casualidad- respondió.

-¡Qué suerte! ¡No venís con antecedentes!

“Se alegró mucho más que si le decía que venía de parte de alguien. Así que me citó”,  recuerda Noy. Se sabe la dirección de memoria: Montevideo 980, séptimo piso. “Como no había portero eléctrico, ni celulares, la llamé desde la esquina del bar El Cisne para avisarle que había llegado”.

Después, fue a esperarla a la entrada. “Bajó un matrimonio de ancianos, un señor sacando bolsas de basura y, finalmente, un muchacho de anteojos negros con el cabello negro muy largo”. Cuando estaba cerca, se dio cuenta de que ese muchacho era Alejandra Pizarnik.

“En el ascensor le dije que se parecía a Brian Jones. Ella me miró sonriendo y me comparó con una prostituta alemana. Ahí empezamos a reírnos y nuestra risa no se detuvo nunca”, asegura.

La estrella de la noche

Lo que en el imaginario popular fue tragedia, para Noy era, parafraseando a Alejandra, una fiesta delirante. “No había nadie más divertido, ni más insólito que Alejandra. Se dice que era egoísta, amarrada con sus contactos. Sin embargo, si no fuera por ella yo no hubiera conocido a Olga Orozco, a Juan José Hernándes, a José Bianco, a Enrique Pezzoni, a Bioy Casares, a Silvina Ocampo….”

Fernando Noy conoció a Alejandra dos años antes de que ella se suicidara. Ya había tenido un intento. “Si la hubieras conocido antes, no sabés lo maravillosa que era”, le confesaba Hernándes a Noy.

Hasta que se volvió el centro de atención, llamaba a cualquier hora. Las noches se volvían regiones del terror.Marcaba el teléfono de a Olga Orozco, su gran madre literaria, para que la calmara. “El gran drama era que había sido abandonada”, reconoce.

“Olga me decía que para ella mi aparición fue como un oasis”, continúa. “Le podía seguir el ritmo y estar cuatro días sin dormir, porque yo tomaba anfetaminas como ella”. Al parecer, las drogas la conectaban con un estado de poética pura. “La vida era un cuadro que se movía sólo, por su lado. Inclusive para cocinar. Su madre le traía comida.”

Estaba en otro plano de la realidad. “Tenía visitas astrales. A veces se iba al cuarto porque estaba Arthur. Arthur era Arthur Rimbaud. Se ponía a hablar con la nada misma. Para ella, hasta la muerte estaba muerta. Nadie la podía comprender. Sólo ella”.

Infierno musical

No leía todos los libros que le llegaban. “Leía un par de páginas y los tiraba, sin importar si eran de escritores reconocidos”. Pero lo más importante es que Alejandra no dejó nunca de escribir. “Estaba preparando varios libros que no se terminaron. Creo que eso también la sacó un poco de órbitra”.

Tenía tres máquinas de escribir. “Me leía sus poemas en el bar El Cisne y le marcaba los dequeísmos, las conjunciones de más”. Alejandra, por su parte, le leyó a Olga algunos de los poemas de Noy por teléfono.

Más tarde, sobrevino la internación en el Hospital Pirovano. “La iba a buscar los viernes y el domingo la volvía a llevar.  Si hubiese podido unir su alienación con su producción, hubiera podido vivir mucho más”, se lamenta.

Unos días antes de matarse, publicó un poema que yo sabía que era para su amor imposible, Silvina Ocampo, en el suplemento cultural del diario La Nación. Dejó escrita para ella, también, una carta. “Lo primero que hicieron fue romperla”, denuncia.

Cuando murió, Noy estaba en Brasil. Volvió tres días después.  En la pensión, la conserje le había dicho que lo había ido a buscar una mujer a la madrugada.

Ese día, no pudo ayudarla.

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Sobre un poema de Rubén Darío

Sentada en el fondo de un lago.
Ha perdido la sombra,
no los deseos de ser, de perder.
Está sola con sus imágenes.
Vestida de rojo, no mira.

¿Quién ha llegado a este lugar
al que siempre nadie llega?
El señor de las muertes de rojo.
El enmascarado por su cara sin rostro.
El que llegó en su busca la lleva sin él.

Vestida de negro, ella mira.
La que no supo morirse de amor y por eso nada aprendió.
Ella está triste porque no está.

Alejandra Pizarnik

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° Amalia Gieschen es poeta y periodista (TEA, 2003). Lleva adelante el proyecto audiovisual Poetas x Poetas desde el año 2015 junto a Sigfrido Quiróz Tognola. Su columna “Libros que queman” se transmite todos los viernes al mediodía por Radio del Bosque. Fue antologada en el libro “Gruñendo” (Hemisferio Derecho Ediciones, Bahía Blanca, Argentina, 2007) y tradujo del inglés al español la novela “El corazón de las tinieblas”, de Joseph Conrad (Gárgola Ediciones, Buenos Aires, Argentina, 2008).