Un argentino en París: Bonaparte y Beauharnais

Después de los tiroteos entre la revolución y la insurrección realista, fue el turno de los flechazos amorosos entre Napoleón Bonaparte y la condesa de Beauharnais – Por Jorge Forbes, especial para DiariodeCultura.com.ar

Luego de haber salvado la Revolución de una insurrección realista, el 5 de octubre de 1795, el general Bonaparte fue considerado el nuevo hombre fuerte de París. Durante una velada organizada por Barras, presidente de la Convención, Napoleón Bonaparte conoce a la Condesa de Beauharnais.

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Para festejar la victoria de la República Francesa contra la insurrección realista, Paul Barras, diez días más tarde invitó a toda la sociedad parisiense a su hotel particular, cercano al Palais Royal.

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Después de un año de la caída de Robespierre y de los «Montagnards» (que ocupaban los altos escaños de la Convención), esta victoria contra los partidarios del antiguo orden abrió la puerta a la instauración de un régimen moderado, heredero de los principios revolucionarios, el Directorio.

Paul Barras sería, naturalmente, uno de los pilares. El recorrido revolucionario del vizconde de Barras, procedente de la nobleza provenzal, fue ejemplar. Diputado de la Convención Nacional, también regicida –votó la muerte de Louis XVI en enero de 1793- y fue, simultáneamente, miembro del «Comité de Salut Public», reabasteció el terror en Provence antes de orquestar la caída de Robespierre.

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Luego de las horas sangrientas de la Revolución, se había con convencido de que había llegado la hora de garantizar los lugares de aquellos que habían sabido atravesar ese torbellino.

Se apura, también, para evitar ser destituido, ya que el nuevo gobierno tendría la necesidad del apoyo de las armas. Y dicha insurrección realista lo probó. Para asegurar su seguridad necesitaba a un hombre de confianza, corajudo y devoto. Y le pareció que ese joven ambicioso de 26 años llamado Bonaparte, al cual le confiaría la defensa de París, fuera el hombre para esa situación. Un personaje al que no le tembló el pulso al ordenar la masacre de los insurgentes realistas en las escaleras de la iglesia Saint-Roch en pleno corazón de París dejando un saldo de cerca de 300 muertos.

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Una aristócrata sin un centavo

Pero para canalizar la fogosidad del joven general de división había que encontrarle una esposa. Paul Barras tuvo algo en mente: presentarle a su ex amante, la viuda del vizconde Alexandre de Beauharnais, condenado a muerte por el tribunal revolucionario y ejecutado en julio de 1794.

Rose –a la cual todavía no llamaban Josephine- y Bonaparte tuvieron interés en unir sus fuerzas. Por un lado una aristócrata sin dinero que le daría un poco de educación a ese corso un tanto rústico y hasta grosero y al cual ella, Rose la aristócrata, podría acomodar a la posición social actual y por el otro, manejar a ese «cabeza loca» devorado por la ambición.

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Invitadas a la fiesta, Juliette Récamier, Thérésa Tallien y su mejor amiga, Rose de Beauharnais se acercaron a Barras. «Vengan señoras, les voy a presentar a nuestro querido Bonaparte, quien nos liberó de esta insurrección» , exclamó. «Parece bastante joven» suspira la experimentada Rose, que por su colección de amantes hizo que la gran mayoría de los hombres se mostraran indiferentes. Un inmenso fastidio y lasitud se había apoderado de ella luego de su ruptura con el general Hoche, al cual amó más de lo que hubiera querido.

En medio de la habitación, Bonaparte, parecía dudar, incómodo. Pequeño y delgado parecía flotar en su vestimenta. El único encanto que se le podía conceder venía de ese brillo que sus ojos desprendían. Parecía demasiado ardiente para ese salón lleno de invitados con sus expresiones y conversaciones convenidas de antemano. «Acabo de nombrarlo gobernador de París», prosiguió Barras. Rose de Beauharnais, agitó sus ojos. «Está solo?», preguntó. Barras se acercó y le dijo: « Está enredado con la cuñada de su hermano. Una tal Désirée Clary de la cual no pidió la mano a pesar de la corte que le hace desde un cierto tiempo». Y por lo bajo agregó: «Mi querida harías bien en interesarte un poco más por él ya que tendrá un futuro excelente». Marie-Josèphe Rose Tascher de la Pagerie no contestó. Barras fue delicado y algo de razón tenía. La muerte de su marido y la Revolución la dejarían, prácticamente, en la miseria. Si mantenía su reputación de rica propietaria, al mismo tiempo de su belleza y de sus amistades era solo para poder acceder a los salones de moda.

Se mostraba siempre muy elegante, muy por encima de sus posibilidades, endeudándose y dinero que devolvía jugando con su seducción. Después de haber coleccionado amantes a granel, aspiraba a encontrar al hombre que le permitiera mantener su rango y abolengo y que, además, fuera un buen padrastro para sus dos hijos : Eugène, 14 años, y Hortense de 12. El corso estaba fascinado por esa mujer de la que tanto oyó hablar: era la imagen misma de la elegancia y de la gracia.

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Sintiéndose espiado el joven gobernador se acercó a Rose. Ella le mostró su mejor sonrisa de admiración y le agregó palabras lisonjeras, de las que se dicen en secreto y le dijo: « Es cierto que puso fin a la insurrección en tres cuartos de hora?». Bonaparte estaba subyugado por la belleza de esa mujer. « Espero que no le haya causado muchos sinsabores y disgustos», balbuceó. Rose siguió sonriendo. Su rostro estaba impregnado de una expresión que se podría definir como una mezcla de dulzura e ironía.

«Entonces, estimado gobernador, lo he conocido un poco menos modesto», indica Barras, viendo el gran interés del victorioso general por esa hermosísima mujer de 32 años. Bonaparte no lograba enmascarar o esconder su emoción por la belleza de esa mujer de la cual había oído hablar tantas veces. No se correspondía en nada con la descripción que Barras le había hecho cuando de ésta cuando era su amante. Era la imagen misma de la femineidad, la elegancia y la gracia. «Le querría pedir un favor», le murmuró Rose. «Cuál?», preguntó Bonaparte muy apurado en responder. «La de poder guardar la espada de mi difunto esposo». «Por supuesto», contestó el joven general, enternecido por ese pedido. Un silencio se instaló, cargado de pensamientos indecibles. “En donde vive”, inquirió el oficial incapaz de alinear frases más largas en su presencia.”En un pequeño hotel particular, rue Chantereine, sonrió Rose, feliz de verlo sucumbir tan rápido. Venga a verme».

Bonaparte aceptó la invitación y visitó a Rose varias veces en pocos días, y se apuró en rebautizarla Josephine para tomar mejor posesión de ella y de la cual cayó enamorado con la primera mirada. Algunas semanas después del primer encuentro serían amantes; algunos meses más tarde contraerían matrimonio. Bonaparte en un inicio creyó que era una rica propietaria de plantaciones en Martinica, cuando en realidad estaba muy endeudada, pero el amor por ella sobreviviría a sus mentiras e infidelidades.

Pese a que el matrimonio de Napoleón y Rose había sido tumultuoso y marcado de rupturas y reconciliaciones, Josephine fue la indispensable aliada de Bonaparte. Lo acompaño en su fulgurante ascensión, que culminó en la coronación imperial el 2 de diciembre de 1804.

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Pese al divorcio, en 1809, por causa de la esterilidad de Josephine, Bonaparte confesó, hasta su muerte un amor eterno para quien le escribiera durante la campaña de Italia : «Alma de mi vida, no he pasado un solo día sin amarte».

Para mas datos: [email protected] o forteressedufauconnoir.com

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Jorge Forbes es un periodista argentino que reside en Francia y que desde 1982 es corresponsal en París para diferentes medios, tanto en la Argentina (Radio Continental), como de Estados Unidos (Voice of América), México (Radio Noticias) y Uruguay (Radio Sarandí).
Actualmente colabora con Diario de Cultura y con Arte y Colección y propone visitas en la capital francesa (privadas o en grupo, no mas de 4 personas) por lugares donde vivieron argentinos famosos y conocidos, así como sitios poco conocidos para turistas, incluso aguerridos en la materia.

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