Un argentino en París: Expedición La Pérouse (cuarta parte)

Masacre en Mauma, isla del archipiélago de Samoa, luego de una escala en 1787 a miles de kilómetros de las costas australianas. Por Jorge Forbes, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Todo a lo largo del año 1787 las fragatas La Boussole y la Astrolabe siguieron su rumbo hacia el norte. Después de Manila, Corea y el mar de Japón llegaron a Kamtchatka, península del extremo este de Rusia. La Pérouse y sus hombres hicieron una larga escala en la bahía del río Avatcha.

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El jefe de escuadra dejó allí a su interprete, Barthélemy de Lesseps, de solo 21 años el cual se aprestó a atravesar Siberia para regresar a Francia llevando los preciosos diarios de a bordo y documentos científicos producidos hasta ese momento durante la expedición.

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El 28 de setiembre de 1787 las naves abandonaron el gran norte y sus aguas glaciales para dirigirse al sur, hacia la Nueva Holanda –actual Australia-. La Pérouse respondió así a una orden del ministro de la Marina, Fleurieu, unas semanas antes.

Le ordenó ir a investigar la próxima llegada a Botany Bay, a pocos kilómetros del sur de la actual Sydney, de la flota británica, la First Fleet, a bordo de la cual había mas de 500 condenados que molestaban a los barcos «cárceles» de los puertos ingleses, acompañados de unas 200 mujeres y numerosos niños.

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El rey Louis XVI deseaba que La Pérouse fuese a ver de cerca lo que parecía el comienzo de la colonización de la Nueva Holanda por parte de la Corona británica. El navegante acató –no muy a su gusto- las órdenes del rey. Esta larga travesía inquietó a La Pérouse; sus marinos estaban agotados.

Depresiones y ataques

Durante dos meses las tripulaciones no habían visto la tierra. El cielo y el mar se confundían y perdían en el horizonte en una bruma desesperante. A veces una isla se divisaba antes de desaparecer en la inmensidad azul, como si fuese un espejismo inalcanzable. Las tormentas se abatían sobre las naves, el tórrido calor del trópico aplastaba los gestos. Apenas franquearon el ecuador, Robert de Lamanon, jefe de los científicos de la expedición, fue a ver a La Pérouse a su camarote.

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«Almirante, mis sabios colegas se quejan de no tener las suficientes oportunidades de explorar las islas vírgenes y los archipiélagos desconocidos, tal como se habían comprometido con el rey. Piden que haya una escala rápidamente». La Pérouse apenas levantó los ojos de la carta que estaba escribiendo.

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Partieron de Brest hacía ya 2 años y sus barcos empezaban a sufrir. Las velas se desgarraban por los vientos, las cuerdas estaban roídas por la humedad y se rompían  y hacían sangrar las manos. Al trepar a lo alto de un mástil para tratar de ver tierra firme un joven marinero resbaló, se cayó al agua y se ahogó.

La carencia de víveres frescos hacía pesar la amenaza del escorbuto… y Lamanon continuaba con sus reclamos: «Sólo comemos tocino salado y bizcochos desde hace varias semanas y la pesca es mínima para satisfacer a todos. –Pero me parece que quedan todavía algunos pescados ahumados…-Fueron devorados por las ratas».

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El comandante tenía la espalda tensa por el cansancio y estaba temeroso de chocar con las barreras de coral de ese mar desconocido, suspiraba. «Pararemos en el próximo atolón antes de llegar a Botany Bay».

A comienzos de diciembre las dos fragatas fondearon frente a la isla de Mauna, en el archipiélago de las islas Samoa a miles de kilómetros de las costas australianas. Pronto serían rodeadas por las piraguas de un centenar de individuos que venían a ofrecer cerdos, gallinas, frutas y legumbres a cambio de perlas de vidrio y otros presentes.

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En esta isla los nativos parecían particularmente amables. Las mujeres eran bellas, los poblados cautivantes. El vizconde Paul Fleuriot de Langle, capitán de la Astrolabe regresó encantado del reconocimiento en tierra y quería prolongar la exploración de la isla. Hizo conocer su proyecto a su comandante y amigo: «Deberíamos hacer una nueva provisión de agua dulce para terminar nuestro trayecto hasta Botany Bay ».

La Pérouse, queria evitar todo contacto con los locales y le dijo… «Creo que no lo necesitamos, a menos que quiera volver a ver a esas mujeres extrañamente vestidas?». El segundo se ruborizó. «Para nada, pero deberíamos aprovechar este medio ambiente favorable para recuperar más agua… Algunos síntomas de escorbuto empezaron a manifestarse en algunos de mis hombres».

Ante la insistencia de Langle el comandante cedió! El 11 de diciembre dos barcazas con 52 marinos y sabios a bordo partían hacia las costas para reabastecerse.

Pero al tocar la orilla, mientras se tomaban el tiempo de reunir sus cosas, los franceses se vieron rodeados por más 1.000 insulares, visiblemente hostiles.

Langle interrogó a uno de sus hombres. «Que pasa ?». Creo que uno de ellos, acusado de robo por uno de nuestros hombres, ayer fue maltratado». Inquieto, Langle miró hacia atrás y se dio cuenta que, con la marea baja, la bahía estaba casi sin agua. Demasiado tarde para regresar a las fragatas antes de la noche…

Pero de pronto una verdadera lluvia de piedras cayó sobre los tripulantes.

Langle, usando su fusil, disparó dos veces al aire, antes de ser derribado de su barca y masacrado a golpes de maza y piedras. Otros 11 hombres murieron, entre ellos el científico Lamanon, botanista, físico y meteorólogo. En pocos minutos no quedó nadie vivo en las dos barcazas. Los heridos llegaron nadando hasta las fragatas.

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Al oir lo que contaban los marinos La Pérouse se volvió «loco». «Langle jamás hubiera muerto si hubiera estado armado de cañones y fusiles, y sobre todo si hubiera estado listo a tirar al menor signo de peligro». Se acordaba con cierto malestar de las consignas de Louis XVI de respetar a los autóctonos.

La Pérousse desistió de atacar a los insulares y levó anclas hacia Botany Bay, desesperado de no haber podido sepultar a sus amigos y no pudo evitar
inquietarse de la continuidad de la expedición.

En su cuaderno de bitácora escribió: «Los filósofos escriben sus libros acunados por el calor de los fuegos; yo viajo desde hace 30 años y soy testigo de la injusticia y el engaño de estos pueblos». Cuando cerró su cuaderno, en una noche sin estrellas se abatió sobre su soledad, La Pérouse por primera  vez dudó sobre su regreso a buen puerto.

Para mas datos: [email protected] o forteressedufauconnoir.com

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°Jorge Forbes es un periodista argentino que reside en Francia y que desde 1982 es corresponsal en París para diferentes medios, tanto en la Argentina (Radio Continental), como de Estados Unidos (Voice of América), México (Radio Noticias) y Uruguay (Radio Sarandí).
Actualmente colabora con Diario de Cultura y con Arte y Colección y propone visitas en la capital francesa (privadas o en grupo, no mas de 4 personas) por lugares donde vivieron argentinos famosos y conocidos, asi como sitios poco conocidos para turistas, incluso aguerridos en la materia. Se recomienda hacer el pedido por email a [email protected] o al teléfono celular en Francia: 0033606837915.
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