El 2 de octubre de 2009, Brasil fue seleccionado para la realización de los Juegos Olímpicos de 2016.
Ser la sede de uno de los eventos más importantes del mundo acarreaba consigo la consigna de presentar internacionalmente la marca “Brasil” y ofrecer y proyectar productos y servicios de las empresas brasileñas, junto con la exposición de los distintos circuitos turísticos de la ciudad “Carioca”, como epicentro.
A comienzos de junio de 2012 se iniciaron las obras del gran complejo del “Parque Olímpico” y, finalmente, las arenas fueron entregadas entre 2015 y el primer trimestre de 2016.
El espacio fue abierto al público, por primera vez, el 6 de agosto del mismo año, durante la inauguración de los juegos.
En la actualidad, a casi cinco años del final de la competencia, lo que puede apreciarse es la indolencia de los gobiernos, que muestran un total desinterés por cuidar el área y el contexto que albergó a atletas de todo el planeta. Hoy, el «Parque Olímpico» es un modelo del abandono y destrucción.
Con un costo de algo más de 5 billones de dólares, esa área deportiva, localizada en la “Barra da Tijuca”, que fue el escenario de la competencia de 16 disciplinas, está totalmente abandonada a merced de las inclemencias climáticas.
El espacio era el centro de atención mundial aquel 5 de agosto, cuando entraba en la historia por albergar la apertura de la primera edición de un juego olímpico en América del Sur.
Luego fue abierto al público para el uso de algunas de sus instalaciones, pero la burocracia entre el gobierno Federal y el municipio de Río, impidió la continuidad del uso y hoy solo se observan estructuras metálicas oxidadas y pudriéndose a cielo abierto.
Se argumentó que las estructuras no podían ser utilizadas por no ser seguras y así, el parque, llegó a ser inhabilitado por decisión de la Justicia Federal a comienzos de 2021.
El oneroso “Parque Olímpico” está clausurado aunque, como no hay control de vigilancia, tampoco existen dificultades para el ingreso y pueden observarse las escaleras metálicas en descomposición, las puertas de vidrios rayadas y los carteles plásticos quebrados y esparcidos por el local.
El municipio de Rio de Janeiro dispuso en 2018 cerca de 800 mil dólares para el mantenimiento, que solo fue una aspirina ante un padecimiento de la actual situación.
Ahora aseguran que el gobierno municipal envió un proyecto de construcción de nuevas instalaciones para edificar escuelas que engrosen la red comunal. Solamente falta un “pequeño detalle”: que la burocracia federal autorice su construcción.
Este fue el escenario que sirvió para el gran evento de magnitud mundial, con más de un kilómetro de extensión, con dos terrazas y cinco plazas, con equipamientos deportivos, mesas de juegos, pista de Skate, parque infantil y otras atracciones con vistas a la laguna de Jacarepaguá.
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Este espacio, que de haber estado cuidado con responsabilidad podría ofrecer un lugar de atracción para el turista y los habitantes de la ciudad, es hoy un utópico representante de la cultura del abandono.
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